Portada » Lengua y literatura » Personajes y Contexto Histórico en Réquiem por un Campesino Español de Ramón J. Sender
La mayor parte de los personajes son arquetipos esquemáticos de la vida rural española, lo que le da carácter universal a la obra. Por un lado, el duque encarna la aristocracia; y don Cástulo, don Valeriano y don Gumersindo, la burguesía rural caciquil. Los tres caciques que propiciaron la muerte de Paco van apareciendo sucesivamente en la iglesia; ellos son los que ahora mandan y el cura se cuidará mucho de ofenderlos o guardarles rencor. Ninguno siente escrúpulos ni en presentarse ni en intentar pagar la misa por aquel al que llevaron a la muerte. Su hipocresía se verá confrontada por el silencio de todo un pueblo.
Destacan los personajes centrales de la novela:
Presenta una personalidad más compleja que la de Paco. Como arquetipo, encarna la inercia de la Iglesia ante los problemas sociales. Como individuo, es un hombre arrastrado, inmovilizado por esa inercia, pasivo, cobarde, indeciso tanto física como psicológica y moralmente. Su perfil psicológico se va deduciendo de los hechos, su terrible conflicto moral: un alma atormentada por la culpa y los remordimientos. El eje central de la narración expone este problema de conciencia; la misa de réquiem, como un intento de reconciliación con el pueblo, pero la iglesia vacía, con la única presencia de los enemigos de Paco, es una acusación silenciosa, acentuada por el incidente del potro y la voz popular del romance. El romance del monaguillo es la conciencia del sacerdote. Por un lado, es la supuesta inocencia del cura ingenuo de pueblo que se deja engañar por unos asesinos de apariencia señoril, pero, por otro lado, Paco suponía un peligro para él y para su creencia, el de quien quiere cambiar las cosas, esas que están bien como están, según el cura. Aquella visita al moribundo de las cuevas supone el punto de inflexión de sus relaciones; el cura calla, pero sabe que para que las cosas sigan igual, los Pacos tienen que morir.
Como arquetipo, es el símbolo del pueblo que lo eleva a la categoría de los héroes y lo mantiene en su memoria, como se refleja en el romance o en el potro que vaga libre por las calles del pueblo. Como individuo, es un hombre respetuoso con las tradiciones de sus mayores, sincero, valiente, decidido, con un fuerte sentido de lo justo y lo injusto. No se somete al poder arbitrario del duque ni a la hipocresía de los caciques ni al colaboracionismo de Mosén Millán. Su error es creer que Mosén es el padre protector que conocía desde la infancia y no ve que, ante todo, se debe a su ministerio. Paco se deja prender porque el cura se lo pide y será traicionado sin llegar a creer, ni aún moribundo, que Mosén sea el responsable. En el último momento, el sacerdote rechaza al hombre “de ideas” que es Paco y que le compromete ante el nuevo régimen. La muerte de Paco es la muerte de la República.
Representan momentos de distensión en la novela. Son los deslenguados, los infelices que sirven de escarnio. Las expresiones socarronas y cínicas, mordaces y atrevidas, del primero dan un contrapunto a la trama y enriquecen la presencia de tipos plurales que la obra muestra. El zapatero es otro hombre “de ideas” que no concibe que un hombre de izquierdas sea amigo del clero, como Paco. La Jerónima es descarada, deslenguada, la “entretenedora” oficial que aparece por primera vez el día del bautizo de Paco. Esa locura le permite estar por encima del bien o del mal, representa el personaje estrafalario, que se sale de las normas de convivencia y al que no amedrentan políticos ni iglesia. El carasol tiene mucho de teatral, ese lugar en el que las mujeres se reúnen a comentar lo que pasa, la maledicencia, la voz popular.
El final de la Guerra Civil con la victoria del general Franco dio paso a la dictadura que conocemos como Franquismo (1939-1975). Con el tiempo, las restricciones y limitaciones impuestas por el régimen de Franco en la primera posguerra darían paso a una mayor apertura, hasta llegar, en los últimos años del franquismo, a un periodo en el que, sin libertades políticas todavía, el arte y la literatura pudieron desarrollarse con cierta normalidad, si exceptuamos lo tocante al sexo y a la ideología política, dos aspectos especialmente vigilados y perseguidos por el régimen hasta el último momento. Pero en la inmediata posguerra, los difíciles años cuarenta y primeros cincuenta, la novela española, como las demás manifestaciones de la cultura del país, tuvo que enfrentarse a las consecuencias negativas de la Guerra Civil. En lo político, se inició un terrible proceso de represión; en lo económico, hubo que enfrentarse al hambre y a las privaciones, no solo a causa de la propia guerra sino también por la autarquía del régimen, que imposibilitó la recuperación del país y su modernización, además de condenar a la penuria a una buena parte de la población.
En lo relativo a la cultura, todo se vio dominado por las consignas oficiales, el patriotismo más rancio y la religión católica, dado que la Iglesia Católica legitimó al régimen desde el momento del alzamiento. La censura fue implacable con la prensa y con toda manifestación artística y, también, con la novela. Todo pasaba, antes de darse a conocer al público, por un censor gubernativo y otro eclesiástico que expurgaban o prohibían determinadas obras. Además, se puede hablar también de una censura interna, que llevaba a los escritores a autocensurar sus propias obras por el miedo a las posibles represalias del régimen. El conjunto de la situación dificultó enormemente el desarrollo de la vida intelectual y, más en concreto, de la literaria. La prosa narrativa de los exiliados (según Bergamín, «la España peregrina»), alcanza una enorme dimensión. Tardó mucho tiempo en ser conocida en España. Ramón J. Sender (1981-1982) nació en Chalamera (Huesca) y murió en San Diego (California). A los 17 años terminó el Bachillerato y se fue solo a Madrid porque se había enemistado con su padre. Allí empezó a publicar artículos y cuentos y a dedicarse a actividades anarquistas. Obligado a volver a Huesca, dirigió un diario y a los 21 años tuvo que ingresar en el Ejército y participar en la Guerra de Marruecos. Cuando estalló la guerra en 1936, los franquistas fusilaron a su mujer (y luego a su hermano) y él se unió al ejército republicano. Más tarde, se exilió a Estados Unidos, donde trabajó como profesor de Literatura. Completó una gran obra literaria en el exilio (aunque ya la había iniciado antes de la Guerra Civil) y en todos los géneros: teatro, poesía, ensayo, colecciones de artículos, cuentos… Buena parte de ella está dedicada a la España de principios del siglo XX y a la Guerra Civil, desde diferentes perspectivas. Lo autobiográfico aparece en la serie de nueve novelas titulada Crónica del Alba o Imán y, sobre la Guerra, El rey y la reina (1949), El verdugo afable (1952) y Réquiem por un campesino español (1960), publicada por primera vez en 1953 con el título de Mosén Millán. Fue el libro español más traducido en el mundo después de El Quijote. En España se publicó finalmente en 1974. Es una novela muy breve y, aparentemente, sencilla. Su primer título se relaciona con el hecho indudable de que Mosén Millán es el eje sobre el que se construye la narración. Se trata de un cura que espera en la sacristía a que llegue la gente a la misa de réquiem que va a celebrar por un vecino del pueblo muerto un año antes. Durante la espera, el cura recuerda la vida del fallecido, Paco el del Molino, con quien estuvo muy unido y al que, sin embargo, traicionó y llevó a la muerte, fusilado sin juicio en los años de la Guerra Civil. Los recuerdos se mezclan con el remordimiento del sacerdote, llevando la novela hacia un final amargo: nadie acude al funeral de Paco, a quien en vida todos los vecinos apreciaban, salvo los tres ricos del pueblo que fueron los que instigaron su captura y asesinato. Cultivó también la novela histórica en Mr. Witt en el cantón, Bizancio, El bandido adolescente o La aventura equinoccial de Lope de Aguirre. Otros novelistas del exilio fueron Max Aub, Arturo Barea o Francisco Ayala.