Portada » Español » La Celestina: Ediciones, Autoría y Análisis de una Obra Clave del Renacimiento
En el año 1499 aparece la primera edición de La Celestina, una de las obras más universales de la literatura española. Su aparición marcará el fin de la Edad Media y anunciará la nueva época renacentista. Al igual que muchas otras obras medievales, La Celestina presenta una serie de problemas en cuanto a su autoría, proceso formativo y género.
Todo esto plantea el problema de si nos encontramos ante un solo autor (de los 21 actos, siendo una ficción la afirmación de ser de otro el primer acto), o ante dos autores o más.
En el caso de la autoría individual, Fernando de Rojas sería el autor de la obra en su totalidad; la excusa de haberse encontrado con una historia preexistente, el acto I, sería tan sólo un invento para justificar su autoría sobre el resto de la obra, una actitud propia de un escritor principiante que desea justificarse ante el público. Ese autor, Fernando de Rojas, reelaboraría su obra en tres fases dentro del proceso formativo, con lo que las diferencias de fuentes y de estilo se deberían no a una pluralidad de autores, sino a la creación de un único autor, que, en su madurez, vuelve sobre una obra de juventud.
La doble autoría es justificada por la diversidad de fuentes, así como por las diferencias gramaticales, lingüísticas y ortográficas entre el acto I y el resto de la obra.
En la actualidad, la tesis más aceptada es la de la doble autoría. Un primer autor, anónimo, del acto I habría sido el punto de partida de la creación de Fernando de Rojas, quien, después del éxito conseguido en una primera versión (ediciones de 1499, 1500 y 1501), se ve obligado a efectuar una serie de adiciones e interpolaciones (ediciones de 1502).
Consideramos que La Celestina pertenece al género dramático por varias razones: en ella no existe un narrador, se emplea el diálogo como variedad discursiva predominante, aparecen acotaciones y apartes, etc. Sin embargo, la obra es de gran originalidad con respecto a la producción dramática de su tiempo y contiene algunos rasgos que la aproximan a la narrativa. Su enorme extensión, la abundancia de espacios y la aparición de elementos obscenos hacen que La Celestina haya presentado diversos problemas para su representación: por una parte, algunos de sus pasajes han ido en contra de las reglas del decoro durante ciertas épocas y, por otra, ha precisado una adaptación de sus espacios y una reducción del texto para ser llevada a escena.
Pleberio habla de los mitos de Safo, Ariadna, Leandro y David y Salomón. Habla de ellos porque todos son unos amadores a los que Dios les trató injustamente, al igual que a su hija Melibea.
Hero era una sacerdotisa de Afrodita, que vivía en una torre al extremo de Helesponto. Leandro, un joven que vivía en el otro lado, se enamoró de ella y cada noche cruzaba el Helesponto nadando para poder estar con ella. Ella encendía una luz en lo alto de la torre para guiar a Leandro.
Una tormentosa noche de invierno las olas golpearon a Leandro en el mar y el viento apagó la luz de Hero, por lo que Leandro perdió el camino y apareció ahogado. Hero, al verlo, se lanzó desde la torre, muriendo también.
Píramo y Tisbe eran dos jóvenes babilonios durante el reinado de Semíramis. Habitaban en viviendas vecinas y se amaban a pesar de la prohibición de sus padres. Se comunicaban con miradas y signos hasta descubrir una estrecha grieta en el muro que separaba las casas en la que sólo la voz atravesaba tan estrecha vía y los tiernos mensajes pasaban de un lado a otro por la hendidura. Así pudieron hablarse, enamorarse y desearse cada vez más intensamente, hasta que una noche acordaron que a la noche siguiente, cuando todo quedara en silencio, huirían sin que los vieran y se encontrarían junto al monumento de Nino, al amparo de un moral blanco que allí había, al lado de una fuente. Tisbe llegó primero, pero una leona que regresó de una cacería a beber de la fuente la atemorizó y huyó al verla, buscó refugio en el hueco de una roca y, en su huida, dejó caer el velo. La leona jugueteó con el velo, manchándolo de sangre. Al llegar, Píramo descubrió las huellas y el velo manchado de sangre, y creyó que la leona había matado a Tisbe, su amada, y sacó su puñal y se lo clavó en el pecho. Su sangre tiñó de púrpura los frutos del árbol, de ahí viene el color de las moras según Ovidio. De hecho, dentro de la tradición latina, el término Pyramea arbor («árbol de Píramo») se usaba para designar a la morera. Tisbe, con miedo, salió cuidadosamente de su escondite. Cuando llegó al lugar vio que las moras habían cambiado de color y dudó de si era o no el sitio convenido. En cuanto vio a Píramo, su amado, con el puñal en el pecho y todo cubierto de sangre, le abrazó y, a su vez, le sacó el puñal del pecho a Píramo y se suicidó clavándose el mismo puñal. Los dioses, apenados por la tragedia, hicieron que los padres de los amados permitiesen sepultar los cuerpos juntos, y desde aquel día los frutos de la morera quedaron teñidos de púrpura.