Portada » Arte » Francisco de Goya: Vida, Evolución Artística y Legado
Francisco de Goya y Lucientes nació en Fuendetodos, un pequeño pueblo aragonés, en 1746. Hijo de un decorador, comenzó sus estudios en Zaragoza y a los diecisiete años marchó a Madrid, donde continuó su aprendizaje. Intentó, en vano, triunfar en los concursos de la Real Academia de San Fernando. De su juvenil visita a Italia, apenas sabemos que obtuvo el segundo premio de la Academia de Parma por su cuadro, hoy desaparecido, Aníbal cruzando los Alpes. De regreso a Zaragoza, en 1771, recibió su primer gran encargo conocido: la pintura de la Bóveda del Coreto del Pilar. Cuatro años más tarde, en 1775, entró en la Corte como pintor de cartones para la Real Fábrica de Tapices, gracias a la intervención de su cuñado, el pintor Francisco Bayeu. Su fama creció y en 1780 se le encomendó otra bóveda en el Pilar de Zaragoza. Goya fue ganando admiradores entre la aristocracia y los principales personajes de la Corte, gracias a sus excepcionales dotes de retratista. De esta manera, se le abrieron las puertas de casas tan importantes como la Casa de Alba o la del Duque de Osuna, llegando en esta época a retratar a Carlos III o al infante Don Luís. Así, pasó a convertirse en pintor del rey, ocupando un puesto distinguido en la Academia de San Fernando, mientras los encargos se multiplicaban, viviendo uno de sus mejores momentos profesionales. Esta es una época feliz y optimista en su vida, lo que se refleja en una pintura igualmente amable y vitalista.
Sin embargo, poco antes de 1790, sufrió una enfermedad que puso en peligro su vida y dejó una profunda huella en su manera de ser y en su arte. Como secuela de la enfermedad, se quedó sordo, lo que lo fue aislando del exterior, mientras que su espíritu se concentraba en sí mismo, manifestándose en una imaginación portentosa. Ya no contemplaba el mundo desde el ángulo optimista de los tapices, sino que sentía que la humanidad tenía defectos de toda índole, dejando entrever sus aspectos más grotescos en su serie de grabados Los Caprichos. Simultáneamente, Goya siguió retratando a los Reyes y a los personajes de la Corte y realizando frescos, como los de la Iglesia de San Antonio de la Florida en Madrid. La invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia lo convirtieron en testigo de muchas escenas de horror y sangre, lo que acrecentó su visión pesimista del mundo, que se manifiesta en obras como la serie de grabados de Los Desastres de la Guerra o en sus monumentales lienzos El Dos de Mayo o La carga de los mamelucos y El tres de mayo o Los fusilamientos de la Moncloa.
Tras el regreso al trono de Fernando VII en 1814, Goya mantuvo su cargo de pintor de Cámara. Viudo desde poco antes de cumplir los setenta y cinco, hacia 1820, sufrió una nueva recaída en su enfermedad. Se trasladó a una casa que compró al otro lado del río Manzanares, a la que las gentes llamaban la Quinta del Sordo, cuyas paredes decoró con una serie de frescos (las Pinturas Negras) en las que dio rienda suelta a su imaginación, cada vez más exaltada, pesimista y poblada de monstruos y brujas. Restaurado el régimen absolutista tras el Trienio Liberal (1820-1823), y pesando sobre él la sospecha de haber sido un afrancesado, Goya solicitó permiso para marcharse a Francia, estableciéndose en Burdeos, donde continuó pintando (La lechera de Burdeos) y renovando su técnica hasta que murió a los 82 años de edad.
Goya fue testigo de excepción de un periodo fundamental de la Historia de España (el de la crisis del Antiguo Régimen) ante la que tomó una postura de defensa de la dignidad humana. En el plano personal, podemos sintetizar su evolución en las siguientes fases (que se reflejan evidentemente en su evolución artística):
Las referencias hechas hasta ahora a Goya han sido casi exclusivas a la pintura al óleo, pero el artista, en su afán de investigar todo tipo de técnicas y medios de expresión (aguatinta, aguafuerte), realizó las series de grabados que enumeramos a continuación:
Dos serán los estilos artísticos más destacados del final del siglo XIX (primero en Francia y desde allí en el resto de Europa): el Impresionismo y el Postimpresionismo. Son dos estilos fundamentalmente pictóricos, aunque en el caso del Impresionismo se incluye también a un escultor (Rodin). Tras la revolución obrera de 1848, el proletariado occidental empezará a adquirir más relevancia social y política frente a la burguesía, pero serán los hijos de los burgueses los que se convertirán en los defensores de las masas obreras, plasmando en sus escritos o en sus pinturas los problemas y el vivir cotidiano del obrero.
En política y en arte, Francia sigue siendo el referente del mundo, especialmente la época del II Imperio, con Napoleón III. En estos momentos, el arte está dominado por los academicistas y por las Academias de Bellas Artes. Fue en este contexto en el que un conjunto de brillantes pintores rompen con el arte oficial. Este choque se produjo en el Salón de 1863, cuando más de tres mil obras de jóvenes pintores fueron rechazadas por los representantes del arte oficial. La emperatriz, de origen español, Eugenia de Montijo, tuvo que intervenir y permitió que con esas obras se montara una exposición paralela, (el Salón de los Rechazados). El público se volcó con los pintores marginales. Será a partir de 1870 cuando algunos de ellos formaron un grupo con unos objetivos comunes: el estudio de la luz y del color, la aplicación de nuevas técnicas pictóricas con predominio de las manchas y desaparición de la línea y el contorno, y la ruptura con el arte oficial. Así, la pintura de la segunda mitad del siglo XIX seguirá dos caminos nuevos: el Impresionismo y el Simbolismo, que en realidad suponen el fin del ciclo pictórico iniciado en el Renacimiento y el comienzo del arte contemporáneo.
Algunos de los rasgos distintivos del movimiento impresionista habían aparecido ya en algunas de las innovaciones técnicas de algunos de los maestros del pasado: así, por ejemplo, la reflexión sobre los problemas de la luz y los efectos de la pincelada pastosa y suelta, se encuentran en una tradición pictórica que va desde los maestros venecianos (Tiziano, Veronés) hasta Rembrandt y Hals.
a) El tratamiento de la luz: La tradición pictórica desde el Renacimiento tendió a representar los objetos y las personas un tanto artificialmente. Los modelos se sitúan en el estudio siguiendo las indicaciones del artista. La iluminación procede, por lo general, de las ventanas. El artista crea la sensación de volumen mediante las diversas transiciones graduales de la luz a la sombra. Esta forma de iluminar los cuerpos y los objetos es una convención artificial a la que el ojo del hombre se había acostumbrado. No obstante, y eso es lo novedoso del Impresionismo, cuando la fuente de luz cambia y se vuelve más potente, la impresión que recibimos es totalmente diferente. Esto ocurre sobre todo cuando los objetos son iluminados por el sol, al aire libre, como ocurre en las obras impresionistas pintadas au plein soleil.
b) La técnica: El Impresionismo, por el hecho de realizar sus obras al aire libre y por la necesidad de captar la inmediatez de los efectos luminosos y atmosféricos, utiliza una técnica de ejecución rápida y, en muchas ocasiones, rapidísima. Las pinceladas suelen ser vigorosas y cargadas de pasta. En unas ocasiones la pincelada es corta y en otras larga y sinuosa.
c) La composición: Sustituyen la representación geométrica del Renacimiento por una concepción del espacio derivada del encuadre fotográfico, lo que supone en muchas ocasiones la ausencia de un tema central e incluso la representación de figuras incompletas al quedar cortadas por los bordes del cuadro.
a) Manet, Edouard: Pintor y grabador francés (1832-1883). Su pintura destaca por la trivialidad de los temas, los colores planos, los contrastes de negro y blanco y la libertad de estilo. Obras como Le déjeuner sur l’herbe (El almuerzo sobre la hierba), o El tocador de pífano (en el Museo Orsay de París), no fueron admitidas en el Salón de 1863, y otras, como su Olimpia, produjeron escándalo, pero al mismo tiempo le valieron la admiración de pintores como Degas, Pisarro, Monet, Renoir y Cézanne. La luminosidad de su obra y la influencia de Velázquez y de Goya son evidentes en él a partir de su viaje a España en 1864. Preocupado por la modernidad, quiso ser testimonio de los acontecimientos históricos (La ejecución de Maximiliano de México) y sociales de su tiempo (El balcón). Influido por Monet, practicó la pintura al aire libre sin abandonar su fidelidad por el tema de la figura humana: El bar del Folies-Bergére es un buen ejemplo. También pintó al pastel, técnica con la que acabó de contribuir a forjar una revolución pictórica basada en el cromatismo y en la soltura de la pincelada.
b) Monet, Claude: Pintor impresionista francés. Nacido en París en 1840, murió en su residencia de Giverny en 1926. Desde un primer momento, sus propuestas pictóricas se convirtieron en una provocación al academicismo aún imperante en Francia. Monet, junto a otros autores como Renoir o Sisley, y apoyados por el fotógrafo Nadar, prepararon una exposición colectiva en los talleres de éste, que se considera de hecho el inicio del movimiento impresionista. Destacan en su obra los estudios de la luz y el color, su compatibilidad y su interacción, (la luz es la variación de los colores y el color cambia según los estados de luz). Su luminosidad es difusa y cambiante. Monet estudió los principios físicos de la refracción de la luz sobre los cuerpos. Sus cuadros son verdaderos estudios cromáticos que, a veces, llegan a condicionar la libertad del tema elegido. De esta pasión le surgió la necesidad de pintar a «plein air» o al aire libre, desarrollando luego la obra global en el estudio. Monet alternó escenas de la vida parisina – «La estación de Saint-Lazaire«- con paisajes campestres -«El puente del ferrocarril en Argenteuil«, «Amapolas en Argenteuil«, «Almuerzo campestre«, «La mujer de la sombrilla«-, o marinos – «Impression, soleil levant (1874), obra clave del estilo, o La Terraza junto al mar en Sainte-Adresse«. Su afán de estudiar la luz y sus efectos sobre la forma y el color le llevó a realizar series de las que las más conocidas son La Catedral de Rouen y la ya señalada La estación de Saint Lazare.
c) Pisarro, Jacob Abraham, llamado Camille Pisarro. Pintor francés (Saint Thomas, Antillas, 1830-París 1903). Podemos encontrar en su biografía pictórica dos grandes etapas: junto a Monet, Cézanne y Guillaumin compartió un fuerte interés por las investigaciones sobre la luz y el color, con composiciones y obras claramente impresionistas, aunque quizás desprovistas de la fuerza de otros autores por su excesiva rigidez formal. En un segundo momento, se sintió atraído por el divisionismo o puntillismo de Seurat. Entre sus obras vamos a citar las siguientes: La calle Saint-Honoré después del mediodía (Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid), El jardín de Pontoise, Camino en Pontoise, Los tejados rojos y La siega en Montfoucault (Musée d´Orsay, Paris) o Boulevard Montmartre.
d) Degas, Edgar: Edgar Degas nació el 19 de julio de 1834 en París. Hijo de un aristocrático banquero, su madre provenía de una familia de rancia tradición de Nueva Orleans en Estados Unidos. Fue el primogénito de la familia y desde pequeño su padre lo puso en contacto con el arte. Abandonó la facultad de derecho para pintar. Asistió desde 1855 a la Escuela de Bellas Artes en París. En 1865, influido por el movimiento impresionista, abandonó los temas académicos para dedicarse a una temática contemporánea. Al contrario de los impresionistas anteriores, prefería el taller y no le atraía el estudio de la luz natural. Dedicó mucho tiempo a pintar, aunque sus obras parecieran espontáneas o hasta casuales. «Si es necesario repetir una obra cien veces, hay que hacerla ciento veinte, eso no es problema», solía decir. Sus temas predilectos son: el teatro, los cafés, las carreras de caballos y las mujeres, en las que se centra gran parte de su obra, intentando atrapar las posturas más naturales y espontáneas de sus modelos. Su estudio de los grabados japoneses le llevó a experimentar con ángulos de enfoque inusitados y composiciones asimétricas. Sus obras suelen presentar los bordes cortados, como en Los bebedores de absenta, Ensayo de ballet y Mujer con crisantemos. En la década de 1880, empezó a perder visión, y trabajó un medio nuevo: la escultura. En su escultura, al igual que en su pintura, intentó atrapar la acción del momento. Trabajó con moldes de cera o terracota, ya que en vida no fundió ninguna escultura en bronce. Sin embargo, sus obras no se realizaron hasta después de su muerte. No gozó de gran reputación entre sus contemporáneos y su auténtica dimensión artística no habría de valorarse hasta después de su muerte el 27 de septiembre de 1917 en París.
Aunque Sorolla no pertenece al grupo de impresionistas franceses famosos, es un pintor de tanta calidad como ellos. Si hay un pintor que ha sabido captar la luz del Mediterráneo es, sin lugar a dudas, Joaquín Sorolla. Fue un especialista en reflejar en sus obras la luminosidad y la alegría del Levante español. Valencia, su ciudad natal, será su lugar preferido de inspiración y donde encontrará su temática favorita: pescadores, niños bañándose, jóvenes en barco, etc. Por eso los retiros del artista a Valencia van a ser cruciales para su producción. Era habitual encontrarle por las playas captando en sus lienzos a sus gentes y su luz, esa luz dorada y brillante que tan bien ha sabido mostrar Sorolla en sus cuadros.