Portada » Filosofía » Evolución de la Conciencia Humana: Intuición y Razón en la Historia
En «La mujer dormida debe dar a luz», Ayocuan pasa de ser un entusiasta joven estudiante de historia a un iniciado del budismo tibetano, que es una mezcla, en su mayor parte, del budismo Mahayana y la religión de carácter animista y mágico llamada Bön. La tesis central del libro descansa en la teoría de que la humanidad, a lo largo de toda su historia, ha venido expandiendo su conciencia y obtenido conocimiento a través de dos grandes facultades innatas en él: la capacidad de intuir y la capacidad de razonar. Estas dos facultades, usadas de manera alternada y/o combinada, han dictado los avances, a lo largo de decenas de milenios de años, tanto en el conocimiento humano como en las condiciones sociales de la época. Estas dos capacidades se desarrollan de manera separada, por etapas; es decir, primero la conciencia humana crece gracias a la obtención de conocimientos por medio de una etapa de predominio de la «inteligencia racional», después otra etapa de predominio de la «intuición emotiva» y, por último, para finalizar el ciclo, una etapa en la que se mezclan, equilibradamente, ambas facultades, para, al finalizar esta, dar inicio a un nuevo ciclo completo, con la llegada, nuevamente, de la inteligencia racional como medio primario para la obtención de conocimientos. Así pues, y siguiendo las teorías planteadas en «La mujer dormida debe dar a luz», la humanidad se encuentra justo ahora en uno de esos cambios de etapa. Para poder descubrir cuál es la etapa que nos ha tocado vivir y que está llegando a su fin, debemos primero analizar las últimas tres etapas que han cubierto el avance de la humanidad.
La última etapa del predominio de la inteligencia racional llega a su fin abruptamente aproximadamente 12 mil años antes de la era actual, como consecuencia de un cataclismo de proporciones mundiales. Estos pueblos alcanzaron grandiosos avances tecnológicos y científicos que encauzaron al aprovechamiento de diversas «fuerzas cósmicas», pero no es posible afirmar con seguridad si fueron estos mismos avances los que al final se volvieron contra ellos haciéndolos perecer. Lo que sí es un hecho es que estas culturas terminaron sus días de manera violenta y rápida, sin dejar prácticamente restos de ellas. Hoy en día las culturas más antiguas guardan memoria de terribles desastres naturales (enormes inundaciones, terribles erupciones volcánicas, súper terremotos). De los pueblos que vivieron en esta etapa, únicamente quedan vestigios de sus poderosas máquinas regadas alrededor del mundo (las pirámides de Teotihuacán y de Guiza son un par de ejemplos).
Después del cataclismo que casi terminó con la humanidad, los escasos sobrevivientes fueron poco a poco reagrupándose hasta cumplir, casi tres mil años después, con la masa crítica de personas que pudiera dar inicio a otra etapa en la evolución de nuestra conciencia grupal. Poco a poco pueblos como el chino, el hindú, el egipcio, las culturas peruanas y, por supuesto, las mexicanas, por mencionar algunas, fueron floreciendo hasta alcanzar el esplendor que todos conocemos. La humanidad había entrado en una nueva etapa y la intuición emotiva florece por todas partes. Culturas plagadas de dioses pululan por doquier, y la ciencia y la tecnología prácticamente desaparecen de la faz de la tierra por miles de años, sustituidas por rituales y prácticas chamanísticas y espirituales, encaminadas a la alteración de la conciencia y, por ende, a la obtención de conocimientos por medios y en esencia muy diferentes a los de la razón. Los sacerdotes son líderes no sólo espirituales, sino políticos, y en casi todas las culturas de la época se diviniza a los dirigentes, dándoles el carácter, incluso, de dioses vivientes. Esta etapa de la humanidad concluye, al contrario de la anterior, por vejez. El desgaste natural ocasionado a lo largo de miles de años de obtener conocimiento por este medio indica el final de esta etapa, y el consiguiente nacimiento de la siguiente.
La última de las tres etapas del ciclo inicia aproximadamente dos mil años antes de la era actual. Dos mil años antes de Cristo alcanzó su esplendor la que con el tiempo vendría a ser la cultura que marcaría la transformación en la forma de obtener conocimientos de la humanidad. La cultura griega florecería como la cultura en que el equilibrio entre ambos mecanismos se haría presente por primera vez en un pueblo, y con ella florecerían otras culturas, como la bizantina, la árabe y, por supuesto, la que, en su acepción más restrictiva, sería llamada «occidental». Es importante mencionar que, para alcanzar una mesura, es necesario un pequeño retroceso, en cuanto a los avances adquiridos en cada etapa previa, para poder llegar a este ansiado equilibrio. Esto no representa en sí mismo una regresión, ya que la conquista del equilibrio en el desarrollo de ambas facultades constituye en sí misma un progreso; por otra parte, resulta indispensable para poder cerrar el ciclo de tres tiempos, e iniciar uno nuevo ya en un nivel más alto, lo que permite que las correspondientes transformaciones de conciencia de cada una de las nuevas edades superen a las alcanzadas en las edades del anterior ciclo. Podemos adivinar entonces, que estas culturas no igualan a las surgidas en las dos edades anteriores en lo que hace a sus esferas respectivas; por ejemplo, no alcanzan ni el máximo poder razonador de las primeras, ni la extrema capacidad intuitiva de las segundas. En la actualidad todas estas culturas no sólo se encuentran ya fosilizadas, sino también sujetas a un proceso de desintegración que culminará con su total extinción, incluyendo a la cultura occidental, que desde el siglo XVIII agotó ya todas las posibilidades de continuar el proceso de ampliación de conciencia del género humano dentro del punto de equilibrio intuición-razón, característico de esta edad. Es por ello que, a partir de entonces, la humanidad ha venido tratando de llevar al cabo otro gran esfuerzo tendiente a transformar su conciencia e iniciar así una nueva edad histórica. El continuo avance de la ciencia y la tecnología, que constituye el hecho más destacado de los últimos siglos, es un síntoma evidente —para todo aquel que sepa interpretar la marcha de la historia— no sólo de que la especie humana está tratando nuevamente de lograr desarrollar una de sus facultades fundamentales, sino también de cuál será el seguro signo de la próxima edad: el de la inteligencia racional. Sólo falta vislumbrar ahora cuál será la civilización que marcará el inicio de la nueva etapa, ya que el avance científico está muy lejos de significar por sí mismo una cultura, es una simple acumulación de datos no encuadrados todavía dentro de una superior visión de conjunto.
Como resultado final de su educación en el Tíbet, Ayocuan debe encontrar la respuesta a tan enorme interrogante: ¿cuál es la cultura en la que se manifestarán las nuevas características de la etapa por venir? Después de una larga dilucidación, el discípulo llega a una conmocionante como patriótica conclusión: «México es la región de la Tierra donde existen actualmente mayores posibilidades para el surgimiento de una nueva cultura. Estas posibilidades alcanzarán su época más propicia en el período que mediará entre el momento en que la población de esta nación llegue a setenta millones de personas y aquel otro en que se rebasen los setenta y siete millones de habitantes». Para los que deseen saberlo, México llegó a esa cantidad de habitantes alrededor del año 1970.
Ayocuan termina su entrenamiento en el Tíbet con la resolución de este acertijo. Su maestro, como una recomendación final, dirige las siguientes palabras a Ayocuan:
«—Siempre he creído que la hipótesis más probable para que el mundo llegara a su fin en el último ciclo de la inteligencia racional, es que hubo una guerra entre las más grandes potencias de aquel entonces, las cuales utilizaron para fines bélicos los profundos conocimientos científicos que poseían en lo que hace el manejo de “fuerzas cósmicas”. De haber sido así, esto nos indicaría que por lo que se refiere al proceso de ampliación de la conciencia a través del desarrollo de la inteligencia racional, los seres humanos no alcanzaron en aquel entonces el grado de evolución suficiente para captar el contenido de una gran verdad, una verdad que fue descubierta más tarde a través de la intuición emotiva y que ahora necesita ser comprendida plenamente por la razón, si en verdad se desea reiniciar el interrumpido desarrollo de esta facultad.
— ¿Qué verdad es ésa maestro?
Las facciones del lama expresaban una inusitada gravedad; en sus ojos parecía brillar una extraña luz capaz de contemplar el pasado más remoto y después proyectarse a un futuro aún lejano. Jamás olvidaré aquel instante ni las palabras, sonoras y firmes, que dieron respuesta a mi pregunta: —La de la unidad de la humanidad. A continuación añadió: —Solamente si esta verdad es descubierta y comprendida a través de la razón, será posible evitar que ocurra una catástrofe similar a la de hace catorce mil años. La humanidad no es una simple yuxtaposición de seres, existen ligazones de cohesión en el interior de la especie humana, en tal forma que ésta constituye, un todo que precisa de un armónico funcionamiento. Cuando un hombre o un conjunto humano ataca a otro, la totalidad de la humanidad resulta dañada, pero no en un sentido metafórico sino real. Únicamente si lo anterior es comprendido racionalmente y si luego se procede a establecer fórmulas operantes de integración entre las diferentes sociedades y naciones que les permitan actuar como una unidad organizada, será posible que prosiga la evolución de la humanidad. Esta habrá de ser la principal misión de la nueva cultura».