Portada » Historia » El Reinado de Isabel II: Auge y Caída (1854-1868)
El Bienio Progresista comenzó con la revolución de 1854. El inicial pronunciamiento del general Leopoldo O’Donnell fracasó tras enfrentarse con las tropas gubernamentales en la Vicalvarada, pero los rebeldes se reagruparon y publicaron el Manifiesto de Manzanares, que consiguió ser respaldado y provocó la revolución en julio. Este manifiesto prometía el cumplimiento de la Constitución, cambios en la ley electoral y de Imprenta, reducción de los impuestos y la restauración de la Milicia Nacional. El golpe triunfó, e Isabel II encargó el 26 de julio formar gobierno al viejo general Espartero, con O’Donnell como ministro de la Guerra.
En las elecciones a Cortes Constituyentes apareció una nueva fuerza política, la Unión Liberal, que era un partido con vocación de centro, que supo captar a hombres de prestigio como Joaquín María López, el general O’Donnell y Posada Herrera. Poco a poco era la única alternativa al progresismo, con O’Donnell como líder. En 1854 muchos candidatos progresistas se presentaron en sus listas, lo que les permitió ganar las elecciones.
La coalición de unionistas y progresistas pasó a dominar las Cámaras. Demócratas y republicanos se mantuvieron en la oposición parlamentaria. Su fuerza y su organización aún no eran lo suficientemente sólidas como para plantear alternativas. Las principales reformas fueron una serie de leyes encaminadas a sentar las bases de la modernización económica del país:
La Ley de Desamortización General de 1 de mayo de 1855, conocida como Desamortización de Madoz, por ser Pascual Madoz su principal impulsor. Se trataba de completar y terminar el proceso iniciado por Mendizábal en 1836.
La Ley General de Ferrocarriles de junio de 1855, cuyo objetivo era promover la construcción ferroviaria, hasta entonces casi inexistente. Las ventajas fiscales, las subvenciones y la protección del gobierno permiten que los financieros hicieran enormes fortunas jugando en la Bolsa con las acciones ferroviarias. La Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias de enero de 1856 contribuyó a facilitar la inversión ferroviaria y permitió el surgimiento de un mercado financiero moderno. Surgieron sociedades de crédito y bancos industriales.
Una de las claves del fracaso del Bienio fue el permanente clima de conflictividad social. La epidemia de cólera de 1854, el alza de precios del trigo causada por la guerra de Crimea, las malas cosechas, las tensiones entre obreros y patronos en las fábricas y el incumplimiento por el gobierno de las promesas hechas al inicio del periodo, fueron factores determinantes.
En 1856 sucedieron violentos motines en las principales ciudades del país, reprimidos con brutalidad. El gobierno perdió el apoyo de las Cortes, la Reina aceptó en julio la dimisión de Espartero y encargó formar gobierno al general O’Donnell.
La Unión Liberal fue el partido que controló, desde 1856 a la revolución de septiembre de 1868, la «Gloriosa», el panorama político. Era un partido conservador, convencido de mantener el orden y partidario de retornar a una vida parlamentaria que devolviera el prestigio a las Instituciones. Incluía a militares como O’Donnell o Serrano. Contó con el respaldo de la burguesía y de la mayor parte de los terratenientes, consiguió ejercer el poder sin grandes problemas; pero la crisis económica empujó a la oposición a los sectores progresistas del partido.
El talante represivo de Narváez acabó con su apoyo en las Cortes. En julio de 1858, la Reina optó por llamar al general O’Donnell, dando comienzo al gobierno largo de la Unión Liberal. Fue el hombre fuerte del régimen hasta su muerte, en 1867. Otra figura clave fue el ministro de Gobernación, Posada Herrera, que aseguraba a su partido mayorías en las Cortes, a través del control de las listas electorales, la propaganda y la presión de los caciques del partido en provincias. El gobierno de la Unión Liberal careció de una línea política clara. La ausencia de principios explica por qué la Unión Liberal se dividió en 1863 al presentarse la crisis, pero para entonces ya había dedicado toda su atención a las obras públicas. Fue la etapa dorada de la especulación y la construcción ferroviaria, de la aparición y crecimiento de las sociedades de crédito y de los bancos, de una nueva expansión de la industria textil catalana y del surgimiento de los primeros altos hornos en Vizcaya y Asturias.
A finales de 1862, la Unión Liberal se descomponía, ante la falta de objetivos políticos y el desgaste que producía el ejercicio del poder. Demócratas, republicanos y un sector importante del progresismo reclamaban un cambio del régimen, poniendo en cuestión a la propia Reina.
En marzo de 1863, O’Donnell presentó su dimisión. A partir de entonces, el general Narváez se hizo cargo del gobierno en septiembre de 1864. En ese proceso fue decisiva la crisis económica: comenzaron a detenerse las construcciones ferroviarias, el déficit de las empresas ferroviarias y la falta de algodón hizo caer en picado la producción textil catalana y disparó los precios. El hundimiento del mercado y la extensión de la crisis a todos los sectores añadieron el derrumbamiento de la Bolsa en 1866 por el crack europeo, lo que provocó la ruina de muchos pequeños inversores.
En 1864 comenzó a enrarecerse el clima universitario. Los catedráticos protestaban por las ideas en contra de la religión católica que otros profesores transmitían en sus clases. En octubre de 1864, el Ministro de Fomento, Alcalá Galiano, dictó una Real Orden prohibiendo la difusión desde las cátedras de ideas contrarias a la religión católica, la monarquía hereditaria y la Constitución vigente. La prensa progresista publicó en invierno artículos de catedráticos como Castelar o Salmerón que atacaban la política del gobierno y rechazaban la circular por atentar contra la libertad de cátedra. Castelar, en el artículo El Rasgo, denunciaba la ilegalidad de las compensaciones a la Corona y la irregularidad de las ventas. El gobierno decidió expedientar a Castelar y ordenó al Rector que le retirara de su cátedra. El Rector, Montalbán, rehusó y presentó su dimisión en solidaridad con Castelar. Los estudiantes decidieron organizar a Montalbán una serenata de apoyo. En la noche del 10 de abril de 1865, se produjo el enfrentamiento entre varios miles de estudiantes y las fuerzas del orden, la matanza de la noche de San Daniel. La Reina optó por llamar a O’Donnell y desacreditar a Narváez.
El golpe más fuerte fue la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil, el 22 de junio de 1866. Unos artilleros se amotinaron e intentaron hacerse con el control de Madrid. El cuartel fue tomado al asalto y oficiales fusilados por rebelión. La respuesta gubernamental, bajo la jefatura de Narváez desde julio de 1866 y hasta su muerte en abril de 1868, fue la represión.
En agosto de 1866, los progresistas, demócratas y republicanos firmaron el Pacto de Ostende. Su programa se limitaba al destronamiento de la Reina y a la convocatoria de unas Cortes por sufragio universal. En 1867, tras la muerte de O’Donnell, la propia Unión Liberal se sumó al pacto.