Portada » Lengua y literatura » El Teatro Español del Siglo XX hasta 1939: Tradición y Renovación
En el primer tercio del siglo XX se conocían los movimientos de renovación teatral europeos, pero era imposible adoptarlos por la reticencia de los actores míticos declamatorios, de empresarios, de críticos y de público burgués; había mucho teatro, y de éxito, pero de escasa calidad y nada original. El auge de la narrativa (Generación del 98) o la lírica (Generación del 27) no encuentra correlato hasta los años 20-30 con los teatros renovadores de Valle-Inclán y Lorca.
Es una continuación del teatro decimonónico de Echegaray. Abordó temas históricos o fantásticos intentando rememorar el pasado glorioso español. Destacan: Eduardo Marquina (En Flandes se ha puesto el sol), Francisco Villaespesa (Aben-Humeya) y los hermanos Machado (La Lola se va a los puertos).
Jacinto Benavente (segundo Premio Nobel español de Literatura en 1922) es su máximo cultivador. Esta se caracteriza por sus ambientes de alta burguesía o campesinado acomodado. Es un teatro que no ahonda en las preocupaciones o prejuicios burgueses. La mejor obra es Los intereses creados (1907), comedia con influencias de la comedia dell’arte italiana. Benavente tuvo mucho éxito hasta la Guerra Civil porque optó por el teatro de éxito más que por el renovador.
Con música, canto y baile (opereta, vodevil y revista) o sin nada de esto (juguete cómico, sainete y astracán). Destacan Carlos Arniches, quien cultiva el sainete de costumbres (El santo de la Isidra) y la tragedia grotesca en que se aúna el sainete con la tragedia para denunciar injusticias sociales (La señorita de Trevélez, 1916); Pedro Muñoz Seca, que es el creador del astracán, género basado en el disparate cómico, La venganza de don Mendo; hermanos Álvarez Quintero (Serafín y Joaquín) quienes contribuyeron a crear la imagen estereotipada de Andalucía (Mariquilla Terremoto).
Es minoritario.
Unamuno crea un teatro desnudo de toda retórica y ornamentación escénica (esquemático en la forma, de pocos personajes, pero con densos diálogos para desvelar los mismos conflictos que en sus novelas (Fedra) o (El otro). Azorín luchó por un teatro antirrealista que incluyera lo subconsciente, lo onírico y lo fantástico (Lo invisible). Jacinto Grau, que recupera temas literarios y mitos clásicos y los adapta a la tragedia (El señor de Pigmalión).
Comienza con dramas cercanos al Modernismo para continuar su teatro en libertad. Empieza con los dramas del ciclo mítico, sigue con las farsas, hasta llegar al esperpento.
Son obras de ambiente gallego atemporal, regido por fuerzas primarias (poder, sexo, avaricia, miedo): en la trilogía de las (Comedias bárbaras) (Divinas palabras).
Valle-Inclán rompe con la realidad incluyendo personajes disfrazados, de la farándula. Introduce técnicas cinematográficas y hace parodias o sátiras como la de (La Reina castiza).
Comprende cuatro obras: (Luces de bohemia), y otras tres publicadas bajo el título de Martes de carnaval –Los cuernos de don Friolera (192l), (Las galas del difunto) y (La hija del capitán)-. «El esperpento» es una deformación sistemática de la realidad a través de caricaturas cómicas y macabras producto de una visión ácida y disconforme de la realidad. En Luces de bohemia se cuenta el dantesco viaje de Max Estrella, poeta ciego guiado por Latino de Hispalis, a través de la noche madrileña hasta su muerte en un portal. Se convierte en parábola trágica y grotesca de la imposibilidad de vivir en una España deforme, injusta, opresiva, absurda. La degradación de los personajes está en las animalizaciones, cosificaciones o muñequizaciones de los mismos.
Impulsa el teatro total en el cual importa tanto la poetización del lenguaje como los recursos escénicos. Es muy vanguardista. Lorca pretendía popularizar el espectáculo teatral; creó una compañía de teatro universitario, La Barraca, con la que viajó por España. Su teatro está presidido por la constante lucha entre principio de autoridad y principio de libertad. Su obra se clasifica en tres bloques: el de las farsas, el surrealista y las tragedias.
Donde destacan dos para teatro de guiñol, (Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita) y (Retablillo de don Cristóbal), y otras dos más complejas para actores, (La zapatera prodigiosa) y (Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín).
(Así que pasen cinco años) y (El público), irrepresentable en su época.
(Bodas de sangre), (Yerma) y (La casa de Bernarda Alba) protagonistas a mujeres que deben reprimir su amor y sexualidad por imposición de la sociedad. Las tragedias lorquianas lo son, porque trascienden las realidades humanas concretas a símbolos de la lucha entre libertad individual y autoridad impuesta.
Durante la Guerra Civil continúan sainetes, con Arniches a la cabeza; comedia burguesa, cultivada por Benavente; comedia poética, heredada de Lorca; drama testimonial de la época, con representantes en ambos bandos y teatro de circunstancias o de urgencia también en ambas facciones. Lo que es incuestionable es que tras la Guerra Civil, autores innovadores han muerto; muchos autores huyen al exilio y otros que se quedan sufren la censura y el llamado exilio interior, hasta mediada la posguerra, en que se inicia una corriente existencial y social.