Portada » Historia » Política y Sociedad en la España de la Restauración: Caciquismo y Oligarquía
Había otras dos tendencias políticas dentro y fuera del sistema:
Las elites de la Restauración fueron, como dice Mercedes Cabrera, grandes protagonistas, normalmente políticos, que actuaban siempre con una lógica radical en defensa de sus propios intereses, a veces contrapuestos, de ahí que no hubiese un bloque homogéneo. En la pirámide de la sociedad existía una cúpula de dominación oligárquica, formada por aristócratas y grandes propietarios, que habrían pactado con los grupos sociales ascendentes, la burguesía en general, que va imponiendo su sistema de valores. Al analizar este bloque, aparentemente homogéneo, se ve una gran heterogeneidad en cuanto a intereses económicos. Por ejemplo, la “Liga Agraria Castellana” representaba a los grandes propietarios latifundistas, a la vez que a la burguesía harinera de Valladolid, con intereses diferentes. La Liga Agraria exigió siempre una política proteccionista, denegada por el gobierno largo de Sagasta. Cuando en 1891 Cánovas accede al poder, comienza la política proteccionista. Sin embargo, empieza una guerra con las cámaras de comercio por esta política. Por tanto, en ese “bloque de poder” ya vemos dos exigencias completamente contrapuestas. Esto es sólo un ejemplo de otros muchos casos.
A veces parece que esta oligarquía dominante actuaba con unas instituciones sobre una sociedad burguesa, pero no puede ser así pues no se puede definir una sociedad por un criterio exclusivamente económico, como dice Álvarez Junco. Una sociedad burguesa tendría que tener presente una burguesía mayoritaria en el sistema político, por ejemplo en ambas cámaras de las Cortes, lo cual no era así. Además, en la sociedad española predominaba la población rural, siendo la burguesía agraria una pequeña elite. Cierto era que estaba creciendo mucho la sociedad industrial, en ciudades que se modernizaban económica, social y culturalmente, pero no se puede hablar de sociedad burguesa, pues la influencia cultural de la aristocracia era aún muy fuerte.
La familia y el parentesco eran muy importantes para acceder a los bloques de poder, en ocasiones por encima de otros criterios como el poder económico. Las decisiones que tomaba la elite política no siempre eran coherentes. Es un sistema, el caciquismo, muy fragmentario.
Durante el siglo XIX y hasta finales de la década de 1890, los contemporáneos no empleaban el término “caciquismo” como tal práctica de relaciones sociales, quizás porque estas relaciones se consideraran normales. Se empezó a hablar de caciquismo, esencialmente, a partir de 1898, coincidiendo con el auge cultural del regeneracionismo, que establecía una dualidad entre oligarquía y caciquismo. Pero en ese momento no se encontraban paralelismos con el exterior, pues pertenecía exclusivamente a la realidad española. El Regeneracionismo juzgó moralmente los resultados del sistema de la Restauración y logró descalificarlos, pero no hizo un análisis histórico, político o social. Entre los autores destaca Joaquín Costa y su obra emblemática Oligarquía y caciquismo, en la que hizo una descripción de la corrupción electoral, aunque no se paró a analizar sus causas y contrapartidas.
Desde el punto de vista de la sociología política se puso el acento en la complejidad del funcionamiento del Régimen. Analiza el caciquismo como fenómeno histórico, de carácter político y social. Romero llega a la conclusión de que la práctica electoral del caciquismo no se impone, sino que se adapta a la realidad social, y se aprovecha de ella en la España rural. El electorado establece unas prioridades, sobre todo a partir del sufragio general masculino.
Partimos de un censo electoral de 4 ó 5 millones de votantes, siendo los más numerosos los proletarios, representantes de la clase obrera, que se negaban a votar por diversas razones además de las personales:
Existía un voto independiente, completamente minoritario, que se recogía en las ciudades, localizado en la pequeña burguesía y se salía del turno, normalmente, hacia formaciones republicanas.
Pero el voto mayoritario estaba mediatizado y gestionado por el político de turno a través del cacique, auténtico gestor público de intereses privados. Éste voto, pese a estar condicionado, no era absolutamente inconsciente, y buscaba resultados.
Había, sin embargo, un voto minoritario pero completamente coaccionado y bastante inconsciente que afectaba a pequeños campesinos y artesanos pobres, que estaban viviendo duros momentos en pleno proceso industrializador en la mayor parte de los sectores y dependían de la acción del cacique más cercano. En todos casos, la ideología en la expresión del voto brillaba por su ausencia. El cacique se presentaba, además de como un elemento malvado, como una persona con un conjunto de mecanismos capaces de asegurar unos resultados electorales, según Álvarez Junco. Para llevar a cabo esta finalidad, el sistema asentaba y desarrollaba unas relaciones sociales sobre realidades complejas que cumplían funciones no electorales. El caciquismo respondía a necesidades funcionales de la sociedad de la época, todavía mayoritariamente rural, pero con centros de decisión urbanos. El Estado no tenía suficiente capacidad para intervenir en la sociedad y el cacique actuaba como intermediario e intérprete de ambos ámbitos, urbano y rural. El objetivo no era la democratización, sino garantizar la estabilidad, asentada en una cultura localista y de súbditos. Como consecuencia social se generó desconfianza en el sistema y la movilización extra-institucional.