Portada » Lengua y literatura » El sueño de Don Quijote en la Cueva de Montesinos: Episodio clave del capítulo XXIII
El texto propuesto para el comentario es un fragmento del capítulo XXIII de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha (1615). Aunque concebido por Cervantes como una parodia cuya intención era ridiculizar los libros de caballerías, tan en boga en la época, la maestría e innovación en el terreno novelístico que supuso el Quijote y su riqueza significativa es de tal alcance que se la considera, indiscutiblemente, una de las cumbres de la literatura universal.
El protagonista de la novela es Alonso Quijano, un hidalgo pobre que, enloquecido por su desmedida afición a los libros de caballerías, toma la determinación de convertirse en caballero andante y lanzarse en busca de aventuras en que pueda demostrar su valor, favorecer a los débiles y defender la justicia. Desde su segunda salida, el rústico Sancho Panza lo acompañará como escudero en sus múltiples aventuras.
Uno de los episodios más destacados de la segunda parte es el de la Cueva de Montesinos. En el capítulo XXII, después de las bodas de Basilio y Quiteria, Don Quijote se propone descender a esa célebre cueva, atraído tanto por el nombre (Montesinos era un héroe famoso de los romances viejos) como por las maravillas que de ella se cuentan. Un licenciado, con el que había coincidido antes de las bodas, les proporciona como guía a un primo suyo, que resulta ser un erudito chiflado. El primo les conduce a la entrada de la cueva; allí atan a Don Quijote con una soga y lo descuelgan por la abertura. Don Quijote desciende un buen trecho hasta que, cansado, se introduce en un entrante y da voces a Sancho y al primo para que no suelten más cuerda. Pero Don Quijote se halla a tal profundidad que ya no le oyen, y siguen soltándola. No le queda más remedio que esperar a que vuelvan a izarle; de modo que se sienta y, fatigado, se duerme. Al cabo de media hora, Sancho y el primo tiran de la soga y lo sacan al exterior.
El capítulo XXIII se ocupa, como nos indica el título, De las admirables cosas que el extremado Don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos. Don Quijote ejerce aquí de narrador, y obviamente su personalidad condiciona el relato. Sancho y el primo, que le interrumpen varias veces con sus comentarios, son los destinatarios internos de esa narración. Lo que cuenta Don Quijote una vez arriba es el sueño que tuvo al quedarse dormido en la cueva; sin embargo, Don Quijote dudará de si lo que le ha ocurrido es real o no, pues lo primero que soñó fue que despertaba en un ameno prado. A continuación, relata Don Quijote, vio un palacio de cristal, del que salió para recibirle un anciano con un incongruente atuendo de estudiante, que se le presentó como el mismo Montesinos de las leyendas carolingias. Montesinos confirma que es verdad lo que en el Romancero se cuenta de él: cumpliendo la voluntad del propio Durandarte, le arrancó el corazón tras su muerte en Roncesvalles y lo llevó a su amada Belerma. Ejerciendo como guía en su viaje subterráneo, Montesinos le muestra a Durandarte, que yace sobre un sepulcro, recitando maquinalmente su propio romance. Montesinos le repite una vez más a Durandarte cómo cumplió su encargo y lo que ocurrió después, y le dice que Don Quijote ha venido para librarlos del encantamiento en que los tiene Merlín desde hace quinientos años.
El texto que vamos a comentar comienza en este momento. Prescindiendo de las interrupciones de Sancho, el relato de Don Quijote se compone de diversos episodios, que pueden caracterizarse como encuentros o visiones de sucesivos personajes: Montesinos, Durandarte, Belerma y, por último, Dulcinea y una de sus doncellas. El fragmento seleccionado corresponde a la visión, en el sueño de Don Quijote, de la procesión fúnebre de Belerma y sus doncellas. En este episodio (y en todos los del sueño de Don Quijote) se advierte una constante: la presencia de elementos incongruentes o groseramente prosaicos, que podemos atribuir al carácter onírico del relato. Ahora bien, en la medida en que el sueño es una elaboración del subconsciente de Don Quijote, sus visiones nos revelan aspectos fundamentales del estado interior del protagonista en este momento de la novela.
La concepción sublime de los héroes del romancero que tiene Don Quijote en vigilia sufre en su sueño una burlesca degradación, que culmina cuando una de las doncellas de Dulcinea (traída al sueño por asociación con Belerma, con la que comparte los atributos de gran dama y víctima de encantadores) pide dinero prestado a Don Quijote. El episodio que vamos a comentar y el capítulo en conjunto manifiestan, en definitiva, las dudas íntimas de Don Quijote sobre los ideales caballerescos y sobre su proyecto de restaurar la caballería andante.