Portada » Historia » La Guerra Civil Española: Orígenes, Fases y Repercusiones
Españoles: A cuantos sentís el santo amor de España…
Entre 1936 y 1939, la historia de España vivió uno de sus capítulos más dramáticos: la Guerra Civil. Su origen inmediato estuvo en un intento de golpe militar por parte de una facción del ejército contra la legalidad republicana. Sin embargo, el enfrentamiento armado fue fruto del ambiente de crispación generado por fuertes tensiones sociales que derivan, en última instancia, del atraso económico y de la injusticia social. Estas tensiones fueron consecuencia de la incapacidad del liberalismo y el capitalismo español de completar la modernización económica del país, estabilizar un sistema democrático, generar una clase media significativa y mejorar el nivel de vida de los trabajadores.
Los factores concretos que condujeron al golpe pueden resumirse en:
Las muertes del teniente Castillo, de la Guardia de Asalto, a manos de un grupo de falangistas, y de José Calvo Sotelo (13 de julio) por un grupo de guardias en represalia, fueron la chispa que inició el conflicto. Esta situación, calificada como “vergonzoso espectáculo”, es la que también utiliza el general Franco en el primer texto de referencia: “la anarquía reina en la mayor parte de los campos y pueblos”, “a tiro de pistola y ametralladoras se dirimen las diferencias entre los ciudadanos”, etc.
La conspiración estuvo inspirada por el general Sanjurjo y dirigida por el general Emilio Mola, destinado en Navarra, y apoyado por otros como Queipo de Llano (Sevilla), Fanjul (Madrid), Cabanellas (Zaragoza), Goded y Franco (autor del manifiesto que nos sirve de texto de apoyo). Se proponían tomar las principales ciudades y obligar al gobierno a dimitir. Fracasaron en su propósito, pero tampoco el gobierno fue capaz de controlar la situación. Por ese motivo, el golpe dio lugar a una larga y cruenta guerra civil de tres años.
Los sublevados recibieron un importante apoyo en hombres, material (carros de combate, aviones, carburante) y dinero por parte de Alemania, Italia y Portugal. Por su parte, el gobierno republicano recibió alguna ayuda inicial de Francia, pero, sobre todo, de la URSS, cuyos asesores militares tuvieron mucho que ver con el desenlace final de la guerra. Además, se crearon las Brigadas Internacionales, en las que participaron voluntarios de distintos países procedentes de todo el mundo que venían a luchar de forma entusiasta contra el avance del fascismo. Su número puede calcularse en unos 50.000.
La Guerra Civil ha sido vista con frecuencia como un enfrentamiento entre dos Españas: la tradicionalista y la antitradicionalista, la democrática y la autoritaria, los rojos y los azules. Los sublevados contaron con los siguientes apoyos:
El bando republicano contó con el apoyo político de todos los partidos de izquierdas, como Izquierda Republicana, Partido Socialista, Partidos Comunistas, organizaciones sindicales, etc. Desde el punto social, la mayor parte de la burguesía progresista, el proletariado urbano y los jornaleros campesinos.
La mayor parte de las zonas mineras e industriales, así como los recursos financieros del Banco de España, quedaron en la zona republicana. Sin embargo, la zona ocupada por los rebeldes era más rica en agricultura y ganadería, especialmente en la producción de cereales. En cuanto al ejército, quedaron en la república el 66 % de la aviación, el 65 % de los efectivos de la marina, el 47 % del ejército de tierra, el 51 % de la Guardia Civil y el 70 % de la Guardia de Asalto. Pero no en todos ellos la fidelidad fue duradera. En la oficialidad, de 16.000 oficiales, solo 3.500 permanecieron en la república.
El ejército rebelde, compuesto por los que responden al llamamiento de Franco (“A cuantos sentís el santo amor de España, a los que en las filas del Ejército y la Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio a la Patria, a cuantos jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida”), contaba con más hombres (140.000 frente a 116.000) y, sobre todo, con el muy disciplinado y profesional ejército de Marruecos (casi 50.000). Además, se le sumaron 200.000 falangistas y 63.000 carlistas (requetés), ambos bien armados y disciplinados. En resumen, un ejército disciplinado y bien organizado frente a unas milicias populares sin experiencia ni preparación.
El desarrollo de la guerra puede estructurarse en tres fases, a lo largo de las cuales fue creciendo paulatinamente el territorio dominado por las fuerzas rebeldes.
El alzamiento tuvo lugar en Marruecos, a donde llegó el general Franco el 18 de julio para ponerse al frente de las tropas, que fueron trasladadas a la península en aviones italianos y barcos alemanes. Al mismo tiempo, se sublevaron los mandos militares de otras zonas españolas, pero fracasaron en la mayor parte de las grandes ciudades, especialmente en Madrid (Fanjul, Cuartel de la Montaña) y Barcelona. La situación inicial dejaba en manos de los sublevados parte de Castilla la Vieja, Galicia, Cáceres, Sevilla (Queipo de Llano), Córdoba y Cádiz, el oeste de Aragón con Zaragoza (Cabanellas), Navarra (Mola), Baleares y Canarias. Unos días después, se unieron Granada, Oviedo y La Coruña. El gobierno conservaba el País Vasco, Cantabria, Asturias, Castilla la Nueva, Cataluña, Levante y el resto de Andalucía. El éxito o fracaso de la sublevación dependió en buena medida de la rapidez de movilización de los trabajadores y de la actitud de la Guardia Civil.
El objetivo fundamental de los insurrectos era avanzar en columnas hacia Madrid desde el norte (Mola al mando de los “requetés”) y desde el sur (Franco al mando de las tropas de África), pero fracasaron por la buena defensa de la capital, organizada por los generales Miaja y Rojo, y por el retraso de las tropas de Franco, que se desviaron para ocupar Toledo, en cuyo Alcázar se encontraba el general Moscardó, que había fallado en el pronunciamiento. En febrero de 1937, viendo Franco que la toma de Madrid era imposible de manera frontal, trató de rodearla por el sur, pero después de 12 días de cruentos combates (batalla del Jarama) no se llegó a ninguna solución definitiva. Por el norte, los insurrectos fueron detenidos en Somosierra, Navacerrada y Guadarrama por columnas de milicianos procedentes de Madrid.
Con la ayuda de tropas alemanas e italianas, Franco ocupó toda Andalucía Occidental, enlazando con Córdoba y Granada (después Ronda y Málaga, tomadas por contingentes de italianos) y buena parte de Extremadura (Badajoz, Yagüe). Esto permitió poner en contacto a las tropas del norte y el sur. Mola y Franco tuvieron la primera entrevista el 16 de agosto. En Aragón, las milicias republicanas recuperaron terreno, pero no consiguieron conquistar ninguna de las tres capitales. En el norte, los nacionales tomaron Irún y San Sebastián. En términos generales, la situación al final de esta fase es la que queda reflejada en el segundo de los mapas (marzo de 1937) que constituyen nuestro documento de referencia.
Un nuevo intento fracasado de tomar Madrid, en el que las tropas italianas (Corpo di Truppe Volontarie) fueron detenidas en Guadalajara, hizo que el autodenominado ejército nacional centrara sus principales operaciones en la conquista del norte de la península a fin de controlar las zonas industriales y proveedoras de materias primas. Con el apoyo decisivo de la aviación alemana (bombardeo de Guernica), conquistaron Vizcaya, Santander y Asturias. La situación quedaba, en cuanto a los territorios ocupados por uno y otro bando, tal y como queda reflejada en el tercer mapa.
Los republicanos intentaron una ofensiva, primero en Brunete, para romper el cerco sobre Madrid, y otra en Aragón, sobre Zaragoza (Belchite) y Teruel, a la que conquistaron, pero volvieron a perderla en febrero de 1938. Aragón y Castellón fueron ocupadas por los rebeldes en la primavera de 1938, con lo que la España republicana quedó rota en dos unidades, tal y como podemos ver con claridad en el cuarto de los mapas: Cataluña y el triángulo Madrid-Valencia-Almería.
En julio, el general Vicente Rojo intentó una ofensiva decisiva en el Ebro, en la que se jugó el todo por el todo. La batalla de Gandesa fue la más larga y sangrienta de la guerra. La definitiva derrota del ejército republicano dejó despejada la ruta hacia Cataluña para Franco. La guerra podía darse por perdida por parte de la República, acentuándose las divisiones internas entre aquellos que se mostraban partidarios de la resistencia a ultranza (Negrín) y los de buscar una negociación honrosa (Besteiro, Miaja, Azaña). En los meses siguientes, y casi sin resistencia, cayó Barcelona y, después, Madrid, Valencia y el resto de las plazas que permanecían con la República, como se aprecia en el último de los mapas. El 1 de abril, la guerra se declaró oficialmente terminada.
Paralelamente a las operaciones bélicas, en ambas zonas se procedió a una durísima represión de los adversarios, lo que constituye uno de los episodios más dramáticos de la guerra. Por parte de los nacionales, en una represión oficial, organizada y de carácter ejemplarizante, fueron fusilados todos aquellos que se habían opuesto al alzamiento o que, en época republicana, habían participado activamente en asuntos políticos o sindicales de pretensiones reformistas. En el bando republicano, la represión fue mucho más espontánea y estuvo censurada generalmente por el gobierno; consistió en una liquidación incontrolada de curas, terratenientes y, en general, todo aquel que pudiera ser considerado como enemigo de las aspiraciones revolucionarias populares.
La Guerra Civil Española, uno de los temas de historia contemporánea que más atención historiográfica ha despertado en el mundo, constituye el más importante y más trágico de los hechos históricos españoles en el siglo XX. Puede considerarse como el violento resultado final de las fuertes tensiones sociales resultantes de la particular evolución histórica de nuestro país. Sin que pueda desligarse del contexto de una Europa sumida en la depresión económica de los años 30 y en la crisis política de las democracias occidentales con la emergencia de los movimientos totalitarios, la Guerra Civil es un acontecimiento esencialmente español que puede interpretarse como el enfrentamiento armado entre los viejos grupos dominantes en la España de la Restauración, cuyo instrumento fue el ejército, y los grupos emergentes obreros y burgueses que querían establecer un sistema democrático y realizar una serie de reformas imprescindibles para la modernización de la sociedad española.