Portada » Latín » Conquista y Romanización de la Península Ibérica: Fases, Organización y Legado
A partir del 206 a.C., la presencia cartaginesa en la Península Ibérica llega a su fin. Roma, que inicialmente se presenta como liberadora frente al opresor cartaginés, pronto se percata de las riquezas minerales y agrícolas de la región. La conquista se convierte en una estrategia para financiar la guerra contra Cartago y expandir su imperio.
Esta fase se caracteriza por continuas guerras, con victorias y derrotas para ambos bandos. Destacan dos figuras emblemáticas de la resistencia hispana:
Tras la caída de Numancia, la conquista se ve influenciada por las luchas internas por el poder en Roma. Figuras como Pompeyo y Julio César utilizaron la Península Ibérica como escenario para sus ambiciones políticas.
Las Guerras Cántabras (29-19 a.C.), lideradas por el emperador Augusto, marcaron la última etapa de la conquista. Estas guerras, que duraron diez años, sometieron a los pueblos cántabros y astures del norte, quienes, según la justificación romana, amenazaban la estabilidad de la región.
El territorio conquistado se organizó en provincias, cada una con su capital. Los pretores administraban las provincias pacificadas, mientras que los cónsules gobernaban las que aún presentaban resistencia.
La romanización fue el proceso de adaptación de los pueblos prerromanos a las formas de vida, organización política y cultura romanas. Este proceso dio lugar a la sociedad hispanorromana, una mezcla de la población autóctona con los colonos llegados de la Península Itálica, incluyendo veteranos del ejército y familias poderosas.
Roma fundó nuevas ciudades y se integró con las ya existentes, como Emérita Augusta (Mérida), Valentia (Valencia), Gerunda (Gerona), Caesar Augusta (Zaragoza) y Legio (León). Estas ciudades, de tamaño medio (unos 50.000 habitantes), se construyeron siguiendo el modelo romano, con un trazado octogonal basado en calles principales (cardos y decumanos) que se cruzaban en el foro, el centro neurálgico de la ciudad. Se dotaron de infraestructuras como teatros, termas y acueductos.
En el año 74 d.C., el emperador Vespasiano otorgó la ciudadanía latina a todos los habitantes del Imperio, lo que significó la adquisición del derecho latino para todas las ciudades hispanas. El paso definitivo lo dio Caracalla a principios del siglo III d.C., al conceder el derecho romano a todos los habitantes del Imperio.
Las ciudades romanas se administraban de forma independiente a través de un consejo municipal y magistrados. Estos últimos se encargaban del buen funcionamiento de la ciudad, la construcción de infraestructuras y se financiaban mediante impuestos. En algunos casos, la iniciativa privada también contribuía a la financiación. Los magistrados eran elegidos anualmente por votación entre los ciudadanos libres, excluyendo a los no libres, extranjeros y mujeres. Además, se requería una renta mínima para acceder al cargo, ya que los magistrados debían responder con su patrimonio a las deudas de la ciudad.