Portada » Lengua y literatura » El Burlador de Sevilla: Personajes, Moralidad y Estructura Dramática
En El Burlador de Sevilla destacan Don Juan, Catalinón, el comendador Don Gonzalo y las mujeres burladas. El amo transgresor y el criado gracioso y amedrentado constituyen las dos partes indisolubles de una unidad mítica similar a la que forman Don Quijote y Sancho.
El criado, Catalinón, aparece en todas las escenas previas a las seducciones. Más que un personaje es una función mítica. Por un lado, asume la función teatral del gracioso y, por otro, la obediencia que debe a su amo, representante de una conducta y valores negativos que Catalinón desaprueba. Frente a las transgresiones, crímenes y traiciones del burlador, encarna la conducta social admisible. Sus tratos de criado no le permiten ir más allá de la desaprobación verbal. Actúa como contrapunto cómico que expresa sus miedos y temores, y recurre a la broma o al chiste para ahuyentarlos.
No es propiamente un personaje, sino una figura. Se trata del padre, pero también, y de forma complementaria, de la encarnación en la piedra, como la inamovible piedra de la Iglesia. Nada nos dice de sí mismo, si no es esa función de conector de dos mundos: el del poder político y el del poder religioso. En el momento brevísimo de su muerte, alude al cargo grave que pesa sobre Don Juan: traición y homicidio del honor. La acotación escénica de sus entradas en el tercer acto nos identifica al enviado del Más Allá. La lentitud y la solemnidad, la fijación de la mirada y la asistencia en el gesto final de la mano son las huellas de alguien que trae una embajada a través de su presencia de piedra. Que Don Gonzalo arrastre a Don Juan, su asesino, al infierno, es también poéticamente justo. Sin esta figura terrible del hombre de piedra, Don Juan se queda sin oponente escénico. Su verdadera actuación, la del comendador, empieza después de muerto y se convierte en el agente de la justicia divina que fulmina a Don Juan: ‘esta es justicia de Dios, quien tal hace, que tal pague’.
En cuanto a la actitud moral, debemos señalar la palpable inmoralidad del protagonista, la falta de escrúpulos en sus relaciones amorosas y, en general, sociales; en fin, su actitud desafiante y bravucona. Esta inmoralidad, en el terreno amoroso, se concreta desde la burla inicial a la Duquesa Isabela en Nápoles y se extiende especialmente en Doña Ana de Ulloa y dos mujeres más, una de cada clase social, con las consiguientes fugas.
En el terreno moral, la culminación de su abuso es cuando se burla de la estatua de Don Gonzalo de Ulloa, padre de Ana, invitándola a cenar; se burla de Octavio, de Mota, del Rey, de su padre, etc. Destruye de este modo el honor ajeno para construir su propia fama de ‘Héctor Sevillano’.
La inmoralidad del Burlador se estructura en dos tiempos:
En todo momento quiere mostrarse valiente, aunque más bien se trata de un desafío de Don Juan consigo mismo. Cuando le advierten del castigo divino por su conducta, su contestación es siempre la misma: ‘¡Que largo me lo fiais!’. No es que no crea en Dios. Lo que hace es ir aplazando indefinidamente su arrepentimiento, tanto que no llega a tiempo. Con ello, Tirso quiere dar el siguiente sentido doctrinal a su obra: ‘avisa al espectador de lo imprevisible de la muerte y de la necesidad de tener en regla los asuntos espirituales’.
Son 3 mujeres burladas por Don Juan; Ana parece ser la única que se libra. Isabela, noble, cree estar con su amado, pero resulta ser Don Juan disfrazado. Tisbea y Arminta, plebeyas, son seducidas por el protagonista sin disfraz. Con su variada psicología y condición social, acaban por representar simbólicamente la síntesis del entero universo femenino, engañado o violado por el caballero, pero se comportan diversamente, porque las plebeyas serán una herramienta de venganza para los aristócratas contra el Burlador.