Portada » Historia » El Siglo XVII Español: Auge y Declive de los Austrias
Felipe III tenía veinte años cuando se convirtió en rey en 1598. Era indolente, despreocupado de la política y aficionado a las ceremonias y fiestas cortesanas. Optó por confiar los asuntos del estado al Duque de Lerma. La política exterior del reinado estuvo presidida por la pacificación.
La guerra contra Inglaterra estaba bloqueada; ni españoles ni ingleses estaban en situación de derrotar al enemigo. En 1604, el Tratado de Londres puso fin a veinte años de guerra. Frente a las Provincias Unidas, la monarquía hispánica mantenía su superioridad militar. Finalmente, se iniciaron negociaciones, y en 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años. En realidad, la negociación la había forzado el agotamiento de la hacienda. Además, la paz permitió poner en marcha la operación naval de expulsión de moriscos.
Lerma mantuvo una actitud de apaciguamiento frente a los reinos. Le acusaban de usar el poder únicamente para sus intereses personales. Felipe III decidió prescindir de Lerma, que fue sustituido por su hijo, el Duque de Uceda. El cambio de gobierno fue simultáneo al estallido en Alemania de la Guerra de los Treinta Años.
En 1609, Felipe III decretó la expulsión de los moriscos de los reinos peninsulares. La firma de la tregua con los holandeses permitió transportar a los moriscos al norte de África. La expulsión afectaba a todos, sin discriminar a quienes sinceramente profesaban el cristianismo.
En Valencia se produjeron dos intentos de rebelión que fueron aplastados por los tercios traídos de Italia. Las repercusiones fueron escasas en Castilla, pero muy graves en Valencia y Aragón. La mayoría eran campesinos en los señoríos. La nobleza protestó y, como consecuencia, se tardó mucho en repoblar las tierras.
En 1621, Felipe IV fue proclamado rey a la muerte de su padre. El nuevo monarca entregó la dirección del gobierno al Conde-Duque de Olivares. El programa político de Olivares era mantener la herencia dinástica y la reputación de la monarquía. Para conseguir los recursos necesarios, Olivares emprendió una reforma de la administración. Recuperó parte de las mercedes de los partidarios de Lerma y recortó gastos en la Corte.
Pero la reforma más importante fue el proyecto de la Unión de Armas, que pretendía obligar a todos los reinos a contribuir a la defensa de la monarquía. Sin embargo, la idea suscitó una fuerte resistencia de los reinos, los cuales alegaban que sus fueros impedían el envío de soldados fuera del territorio. Las cortes se enfrentaron a la Corona, aunque la Unión de Armas se puso en marcha en Aragón y Valencia, finalmente fracasaría.
A los pocos días de convertirse en rey, Felipe IV concluyó la Tregua de los Doce Años. En España eran partidarios de la guerra y no iban a reconocer la independencia de las Provincias Unidas. Durante los primeros años de la guerra, los Habsburgo llevaron la iniciativa en Europa y consiguieron mantener el control sobre buena parte de Alemania y sobre el Camino Español.
Entre 1625 y 1626, las fuerzas de Felipe IV consiguieron una serie continuada de victorias. Sin embargo, la guerra cambió pronto de rumbo. En 1626, apenas llegó plata y, al año siguiente, la Corona anunció una nueva suspensión de pagos. Más tarde, se produjo la captura de la flota de la plata por la armada holandesa en Cuba. Era la primera vez que esto ocurría y el impacto fue tremendo.
En 1629, estalló la guerra de Mantua, entre Francia y España, por la herencia del ducado. El fracaso de los tercios condujo a una retirada humillante para la Corona española. En 1632, se produjo la entrada de Suecia en la guerra a favor de los protestantes. Los suecos ocuparon Baviera y, en 1634, el ejército católico derrotó a los suecos en Nördlingen, pero la victoria tuvo un efecto contraproducente: se decidió la entrada de Francia en la guerra en 1635. Pronto la guerra dio un giro en contra de España: los holandeses recuperaron Breda, y dos años después tuvo lugar la decisiva derrota naval de las Dunas.
Finalmente, se produce la quiebra de la monarquía con las rebeliones de Cataluña y Portugal. Tras la entrada en guerra de Francia, la presencia de tropas castellanas acentuó la tensión y estallaron motines entre los campesinos de Gerona y soldados que guardaban la frontera. El día del Corpus Christi, los segadores entraron en Barcelona, y el motín terminó con el asesinato del virrey y la huida de las autoridades. Una junta sustituyó a las Cortes. El ejército francés entró en Cataluña, derrotó al castellano y conquistó el Rosellón y Lérida.
Mientras tanto, estallaba el levantamiento en Portugal. Rechazaban la presencia de los castellanos en el gobierno del reino y no veían ventaja alguna en continuar bajo la soberanía de los Habsburgo.
Las derrotas en Cataluña y en Europa acabaron por decidir a Felipe IV, que en 1643 ordenó que Olivares abandonara la Corte. En 1643 se producía la derrota de Rocroi, frente a las tropas holandesas y francesas. Finalmente, los países en guerra acordaron un alto al fuego, que acabó cristalizando en el Congreso de Paz de Westfalia. En él se consolidó el mapa religioso alemán y se reconocieron las conquistas de algunos principados frente a los Habsburgo.
En el acuerdo firmado en Münster con los holandeses, Felipe IV reconocía la independencia de las Provincias Unidas y admitía las posiciones conquistadas por ellas en las colonias portuguesas. Ese trato discriminatorio no hizo sino acentuar el abismo que separaba a Portugal de la monarquía española.