Portada » Historia » Orígenes y detonantes de la Segunda Guerra Mundial: Fascismo y expansionismo alemán
El darwinismo, con su doctrina sobre el carácter evolutivo de la especie humana y la supuesta superioridad de unas razas sobre otras, influyó en el surgimiento del fascismo en la década de 1920. Pensadores como Sorel, Pareto y D’Annunzio moldearon esta ideología que, si bien tomaba raíces del marxismo, rechazaba la lucha de clases y la revolución como método para alcanzar el poder.
El fascismo respetaba el capitalismo, pero limitaba la función de las empresas privadas, otorgando al Estado un mayor control sobre la organización de la producción y la distribución de bienes. Sus pilares fundamentales eran:
El fascismo se expandió por Europa, no solo en países donde triunfaron regímenes de esta ideología, sino también en aquellos donde obtuvo una importante representación parlamentaria. En España, su máximo exponente fue la dictadura de Miguel Primo de Rivera.
Europa se encontraba dividida entre dos totalitarismos: el fascismo y el comunismo. La crisis bursátil de 1929, iniciada en Nueva York, debilitó las economías occidentales y desprestigió a los gobiernos democráticos, fortaleciendo así la doctrina fascista.
Si bien múltiples factores contribuyeron al estallido de la Segunda Guerra Mundial, las pretensiones expansionistas de la Alemania nacionalsocialista de Adolf Hitler fueron determinantes. Tras la muerte de Hindenburg en 1934, Hitler se autoproclamó Führer, rearmó el país violando el Tratado de Versalles (que puso fin a la Gran Guerra de 1914-1918), implantó el servicio militar obligatorio, retiró a Alemania de la Sociedad de Naciones y firmó pactos con Italia y Japón.
Hitler asumió el control de los ejércitos y anexionó Austria el 12 de marzo de 1938 con un masivo apoyo popular. En octubre de 1938, Alemania ocupó la región checoslovaca de los Sudetes y, en marzo de 1939, se hizo con el control del resto del territorio. Finalmente, la invasión de Polonia el 1 de septiembre de 1939 desencadenó la guerra.
Existen diversas teorías sobre la personalidad de Hitler, pero todas coinciden en que en su mente confluían los instintos más viles y el mesianismo más sublime. Su voz atiplada y a veces temblorosa reflejaba una personalidad de impulsos básicos. Más allá de su ideología política, Hitler actuó según sus intereses personales, sustentados en un profundo egocentrismo. Destacaba su ausencia absoluta de compasión, aunque no mataba personalmente y se sobrecogía ante la visión de cadáveres. Tras la derrota de sus ejércitos en Stalingrado, cambió radicalmente de parecer, llevando al régimen nacionalsocialista a volverse contra sí mismo.
Otra teoría sobre la personalidad de Hitler se relaciona con sus múltiples afecciones y enfermedades: impotencia sexual, problemas pulmonares, espasmos en la pierna izquierda, mareos, daños auditivos, síntomas paranoides y un profundo envejecimiento debido al mal de Parkinson, que en aquella época aseguraba su muerte a corto plazo. Estos factores podrían haberlo impulsado a adelantar la guerra y agilizar sus episodios. El empeoramiento de sus enfermedades coincidió con los momentos de mayor represión durante la guerra.
A pesar de todo, el nacionalsocialismo tenía un fuerte arraigo en el pueblo alemán. Años después de 1945, una parte significativa de la sociedad seguía considerando que el nacionalsocialismo era una buena idea mal implementada. Un pilar fundamental del fascismo era el ultranacionalismo. Hitler pretendía crear un gran estado alemán, étnica y lingüísticamente homogéneo. Con este fin, anexionó Austria y la región checoslovaca de los Sudetes, rica en yacimientos minerales y con la mayor fábrica de armas de Europa. En la Conferencia de Múnich (29 de septiembre de 1938), Inglaterra, Italia, Francia y Alemania otorgaron a Hitler el control de la región. No satisfecho, en marzo de 1939 invadió el resto del país, estableciendo un protectorado fascista en Bohemia-Moravia y una república en Eslovaquia, ambas bajo control nazi.