Portada » Educación Artística » Análisis de la obra El Grito de Edvard Munch
A pesar de la intensidad del color, el cuadro posee una profunda atmósfera de tristeza, relacionada con la forma en que el pintor entremezcla la pincelada en las distintas partes de la obra: el mar y el cielo se confunden en el horizonte con suaves líneas onduladas que dan movimiento, ritmo que continúa, siempre de forma ondulante, con el agua sinuosa que penetra en la tierra. Los colores en la orilla se diluyen y se confunden, creando una sensación de continuidad.
Hay una fuerte composición de líneas rectas y onduladas.
La presión psicológica es patente en el lienzo y se apoya en el mayor peso que el autor imprime a la parte superior derecha del cuadro. Esta estructura apoya el planteamiento superior del cuadro, tanto por las líneas horizontales como por el color. Esta estructura apoya el planteamiento central: la naturaleza da consuelo al hombre, refleja y recoge su grito, transmitiéndolo hasta el cielo.
La luz es antinatural, sin un foco determinado ni empleo del claroscuro.
Gracias a las diagonales y las líneas onduladas, se tiene una fuerte sensación de espacio que nos lleva desde el primer plano hasta el fondo sin puntos intermedios, comunicando así figura con fondo y creando un cierto desasosiego al contemplar la escena, llevándonos con movimientos rápidos de un lugar a otro.
El Grito fue una de las cunas del pensamiento contemporáneo y de las reacciones sociales que siguieron a la Revolución Industrial. La sociedad se subordinó a la economía. En este marco, se origina una fuerte disputa acerca de cómo debería volver a organizarse la sociedad, y surgen movimientos sociales que reivindican un cambio de las estructuras socioeconómicas. París vivía en un clima de constante protesta social. Así pues, El Grito fue pintado en este clima social.
La obra fue presentada al público en 1893, como parte de una serie de seis cuadros, en los que el artista pretende mostrar y expresar las etapas del romance, desde el tibio enamoramiento a la ruptura definitiva. El Grito muestra las angustias y dolores de esta última fase.
En unas notas de 1886, Munch recuerda la situación que daría origen al cuadro: «Iba caminando con dos amigos por el paseo… un alarido infinito penetraba toda la naturaleza».
Artistas simbolistas como Whistler, Böcklin o Gauguin fueron decisivos en la evolución técnica de Munch, quien hizo de las formas y del color un medio básico para expresar las dificultades de la existencia humana.
Los rasgos del personaje principal de este cuadro fueron inspirados por los de una momia peruana conservada en el Musée de l’Homme en París, que Munch habría visitado mientras vivió en Francia.
La influencia de El Grito en el expresionismo alemán fue muy fuerte, en concreto sobre El Puente. Esta corriente la componían inicialmente Fritz Bleyl, Ernst Ludwig Kirchner, Erich Heckel y Karl Schmidt-Rottluff, aunque posteriormente otros artistas como Emil Nolde, Otto Mueller o Max Pechstein se fueron uniendo.
En 1961, la obra se populariza al ser utilizada como portada en la revista Time para su número sobre trastornos de ansiedad y complejos de culpa.
El expresionismo fue una corriente artística que buscaba la expresión de los sentimientos y las emociones del autor, más que la representación de la realidad objetiva. Lo importante en este movimiento es la forma y el sentimiento del autor.
Munch es el auténtico precursor del expresionismo alemán; de hecho, su obra El Grito se convierte en la portada del manifiesto del grupo Die Brücke (El Puente).
Junto al grupo El Puente, la figura que más destaca en el expresionismo alemán es Emil Nolde. La naturaleza y la religión son elementos constantes en su obra. Trata el color de forma agresiva, aplicado con una pincelada violenta.
En 1911, se forma en Múnich un nuevo grupo, El Jinete Azul, entre los que destacan Kandinsky y Franz Marc. Unen la potencia visual y cromática del expresionismo con los postulados cubistas.
Este movimiento se vio truncado con el comienzo de la Primera Guerra Mundial.
Fuera de Alemania, destaca la figura de Oskar Kokoschka, en Francia, Rouault, y en España, José Gutiérrez Solana.