Portada » Griego » Schopenhauer y Wackenroder: Música como Esencia del Mundo y Lenguaje Divino
Arthur Schopenhauer (1788-1860), filósofo alemán, creador del pesimismo profundo. Su filosofía es un sincretismo de filosofías budistas, taoístas e hinduistas con filosofías cristianas y de Platón. Por primera vez en occidente se tratan filosofías orientales. Se autodefine como ateo y es considerado un misántropo y misógino. En su obra El arte de ser feliz, que no fue terminada, da 50 reglas para la vida. La felicidad es una meta inalcanzable para los seres humanos. La vida de los seres humanos oscila entre el dolor y el aburrimiento, «este mundo es un valle de lágrimas». Si Hegel manifiesta por la música un interés marginal y le dedica una parte de su estética, Schopenhauer le asigna un puesto central dentro de la suya. La obra de Schopenhauer representa la más acabada sistematización filosófica de la música conforme a los ideales románticos, en el conjunto de una civilización que tiende a otorgar a la música cometidos cada vez más elevados y esenciales, hasta hacer de ella un símbolo de las aspiraciones más sublimes del ser humano.
La música, que se destaca de las demás artes, no se limita a representar «las ideas o los grados de objetivación de la voluntad, sino, de modo inmediato, la voluntad misma». La música no es, como las demás artes, imagen de las ideas, sino imagen de la voluntad misma. Por ello, el efecto de la música es mucho más poderoso e insinuante que el de las demás artes, ya que estas nos dan apenas el reflejo, mientras que aquella expresa la esencia. La música se sitúa fuera de la jerarquía, encima de la pirámide; se considera como lenguaje absoluto, al que puede acceder únicamente el genio artístico. La música sería reproducción y explicación suficientes del mundo mediante conceptos, o bien equivaldría a este en todo y sería entonces verdadera filosofía.
Se puede hablar de la música solamente por analogía, por cuanto la música es, de por sí, un lenguaje absoluto, intraducible e inefable. La música no representará sentimientos determinados como son los de la alegría, dolor, deleite, serenidad, sino «la alegría, la turbación, el dolor, el terror, el deleite y la serenidad en sí mismos»; podría decirse que los representa in abstracto, dándonos lo que es esencial de aquellos sin nada accesorio y, por consiguiente, sin los motivos que los provocaran. La música es la forma pura del sentimiento. La música predilecta de Schopenhauer es la música instrumental: solo esta es pura, exenta de cualquier mezcla.
La relación tradicional que se mantuvo entre música y palabra durante los siglos XVII y XVIII se invierte ahora por completo, no siendo ya la música la que haya que subrayar el valor de cada palabra, sino la palabra la que deba, dócilmente, plegarse ante la universalidad de la música. La concepción de la música que forja Schopenhauer viene a ser, sin duda, una de las metas más logradas del pensamiento romántico y aparece claramente orientada hacia una estética formalista: el principio de la autonomía del lenguaje musical, que desarrollará Hanslick, en un sentido antirromántico, algunos decenios más tarde, en cuanto que se halla contenido en la afirmación de que la música no guarda relación directa con los sentimientos, así como en la que no puede ni debe suscitar sentimientos determinados en el oyente.
Wilhelm Heinrich Wackenroder (Berlín 1773-1798), pese a su corta vida (25 años), una única obra principal Confesiones (Efusiones íntimas) de un monje amante del arte de 1797 y una serie de ensayos publicados póstumamente por su amigo y escritor Johann Ludwig Tieck (1773-1853), Fantasías sobre el arte, es el representante del romanticismo místico. En sus obras trata sobre la pintura y la música, no como un experto ni como un crítico, sino como lo haría un observador entusiasta, extremadamente sensible, hipersensible, que se pierde por entero en la contemplación de aquellas artes.
Esta actitud frente al arte es una postura típica del romanticismo temprano, del periodo Sturm und Drang: (tormenta e ímpetu o tempestad y empuje). Frente al arte es necesario el abandono, la actitud puramente contemplativa, propio no del crítico sino del simple amante del arte, del entusiasta. El crítico analiza, disecciona, pero no capta la vida del arte ni aprehende la obra en su unidad. Wackenroder dice: «Desde la eternidad, existe un principio hostil que separa el corazón del que siente de las indagaciones del que explora; el corazón es una identidad divina, que no puede analizarse mediante la razón».
En música se siente identificado con la música instrumental sinfónica, género alejado de toda conceptualidad y demuestra gran atracción por la música de la Edad Media y del Renacimiento. Considera que la música constituye la más importante dentro de las artes porque no tiene un referente material sino que es la expresión misma del sentimiento, es el arte por excelencia. Rechaza cualquier injerencia del intelecto ya que rebaja la música a su plano más humano y terrenal. Para Wackenroder la música representa la forma de contacto más directa del hombre con la divinidad y es donde mejor se expresan los sentimientos: «Ningún otro arte, a excepción de la música, dispone de una materia prima que esté, ya de por sí, tan llena de espíritu celestial». Cuanto no puede expresarse mediante el lenguaje común encuentra su expresión directa a través del lenguaje de los sonidos: lenguaje absolutamente aconceptual; ahí radica su privilegio. El lenguaje de los sonidos se halla totalmente liberado de cualquier contacto con la materia.
La obra musical es intraducible en palabra por ser inefable, como dice Wackenroder, el lenguaje nos puede describir todos los cambios sufridos por un río a lo largo de su trayectoria; ahora bien, la música nos da el río mismo; en realidad, el río puede actuar como símbolo del espíritu humano. Wackenroder rechaza cualquier tentativa de estudio científico de la música en tanto analítico, por considerarlo incapaz de captar la esencia de dicho arte. Sin embargo, a pesar de estas afirmaciones, siente la fascinación que ejerce el elemento misterioso y matemático de la música.
En el período romántico es cuando empieza a descubrirse la música del pasado como la de Palestrina y se siente una enorme atracción hacia la polifonía sacra del Renacimiento y los grandes compositores flamencos, a los que los primeros románticos idealizaron y consideraron como ejemplo de religiosidad pura a la que debería tender el arte. Las simpatías de Wackenroder aumentan a medida que este se aproxima a la Edad Media y al canto gregoriano: la música que habla al hombre de modo más directo «de las cosas del cielo». Su obra representa una fase fundamental del pensamiento romántico. Aparece en su obra la figura del músico Joseph Berglinger, que en una poesía dedicada a Santa Cecilia escribe: «Hazme derretir en canto, que tanto embelesa mi corazón».