Portada » Historia » Propaganda y Totalitarismos: Estrategias y Apoyos
Los totalitarismos, con su necesidad de controlar la opinión pública, invirtieron grandes recursos y se apoyaron en expertos para dominar el comportamiento humano. En Alemania, el ministro de propaganda Joseph Goebbels diseñó un plan basado en once principios:
Adopta una idea: Adoptar un único símbolo y un adversario.
Método de contagio: Incluir dentro de las características de ese adversario al resto de tus enemigos.
La transposición: Culpar al contrario de tus propios errores o acusarlo de los mismos.
La exageración: Convertir un problema pequeño en una gran amenaza.
La vulgarización: Enviar mensajes sencillos que todos puedan entender. La propaganda no debe tener matices y debe ser repetitiva.
La orquestación: Repetir las mismas ideas desde diferentes puntos de vista. Si una mentira se repite lo suficiente, termina pareciendo verdad.
La renovación: La propaganda debe ser continua. Se deben difundir noticias que acusen al enemigo continuamente para que no tenga tiempo de defenderse.
La verosimilitud: Camuflar mentiras dentro de noticias ciertas o difundir noticias con información sesgada.
La silenciación: No transmitir ideas positivas de los rivales o callar y no hacer declaraciones cuando se emite una noticia desfavorable sobre ti.
La transfusión: Utilizar mitos, prejuicios y odios populares.
La unanimidad: Hacer creer que las ideas disfrutan de gran consenso en la comunidad, es decir, que muchos piensan de esa manera.
Los totalitarismos contaron con múltiples apoyos:
Clases altas y medias: Buscaban restablecer el orden y mejorar la economía.
Nacionalismo: Muchas personas encontraron en el nacionalismo exaltado de los totalitarismos el sentimiento de pertenencia a una comunidad.
Excombatientes: Para algunos, la lucha, el uniforme y la disciplina militar daban sentido a sus vidas.
Jóvenes: Muchos se sintieron atraídos por la propaganda y su apología de la violencia.
Italia fue el primer país europeo democrático que estableció un gobierno totalitario. A pesar de haber combatido en el bando vencedor en la Primera Guerra Mundial, no obtuvo las recompensas territoriales que reivindicaba. Además, la contienda provocó una grave crisis demográfica y económica. Los altos índices de paro aumentaron la conflictividad social, las manifestaciones y las huelgas.
En este contexto, Benito Mussolini creó en 1919 los fascios de combate (camisas negras), un grupo ultranacionalista que atacaba a huelguistas, socialistas y comunistas.
En 1921, Mussolini fundó el Partido Nacional Fascista, que exaltaba la unidad del Estado frente al individualismo e imponía el partido único como medio para lograr la estabilidad. Rápidamente contó con el apoyo de las clases medias y la alta burguesía, que vieron en él la forma de restaurar el orden.
La popularidad de este partido aumentó cuando algunos militantes cubrieron los puestos de los trabajadores que apoyaban la huelga general, haciéndola fracasar. En octubre de 1922, Mussolini convocó a todos los fascistas del país en la Marcha sobre Roma: miles de camisas negras amenazaron con tomar el gobierno por la fuerza. Ante esta situación, el rey Víctor Manuel III nombró a Mussolini presidente del Gobierno.
Una vez en el poder, Mussolini emprendió diversas acciones para consolidar el régimen fascista italiano: obtener plenos poderes, imponer la censura, intervenir en la economía, iniciar una campaña de propaganda como Il Duce (el líder) y utilizar la educación para adoctrinar. Además, la mujer era relegada al rol de ama de casa y madre, y la Iglesia Católica mantenía una posición importante.
Tras la muerte de Lenin (1924), se disputaron la sucesión del partido Trotsky, partidario de extender la revolución fuera de la URSS, y Iósif Stalin, partidario de consolidar el socialismo en un solo país. Stalin se impuso y se convirtió en Secretario General del PCUS. Eliminó a sus rivales, incluido Trotsky, y estableció un sistema totalitario conocido como estalinismo, caracterizado por una economía planificada, la limitación de los derechos individuales y un régimen de terror.
En 1928, Stalin estableció planes quinquenales (a cinco años) para transformar Rusia en una potencia industrial que pudiera competir con los países capitalistas. En el campo, se propuso modernizarlo a través de la colectivización de la tierra. Para ello, Stalin decretó la expropiación de los kulaks, campesinos adinerados. Los que se negaron fueron deportados a Siberia.
La colectivización estableció dos tipos de granjas: el sovjós, de propiedad estatal, donde los campesinos eran asalariados, y el koljós, de propiedad colectiva, en los que a cada campesino le correspondía una parte de la cosecha. Se fijaron precios agrícolas bajos para los agricultores, pero altos para el consumidor, lo que generó beneficios para invertir en la industria. Esta decisión, que empeoró el nivel de vida de los agricultores, junto con una serie de malas cosechas, causó grandes hambrunas, como la de 1932-1934, que terminó con la vida de 4 millones de campesinos.
En la industria, el Estado se centró en la industria pesada (armamento, maquinaria y vías férreas). Para aumentar la producción, se presionó a los trabajadores para que trabajasen más horas, sin días de descanso. Los beneficios se destinaron a la creación de nuevas empresas. Tras los tres primeros planes quinquenales, Rusia se convirtió en una potencia industrial, llegando a ser en algunos sectores el primer productor.
En 1936, Stalin promulgó una Constitución que otorgaba derechos a la ciudadanía, como el sufragio universal. Además, mantuvo la red sanitaria, el sistema educativo y las viviendas gratuitas para toda la población. Sin embargo, existieron grandes diferencias entre la élite gobernante, que vivía de forma lujosa, y el resto de la población.
Al mismo tiempo, inició un régimen de terror a través de campañas de represión llamadas purgas. Stalin eliminó a un número importante de altos miembros del partido y del ejército, a los que asesinó o deportó. Además, cualquier miembro de la sociedad que ofreciera alguna resistencia a las políticas estalinistas era asesinado o enviado a campos de trabajo forzado, los gulags, que se encontraban en las zonas más inhóspitas del país, como Siberia o el círculo Polar Ártico.