Portada » Filosofía » El pensamiento de Nietzsche: La muerte de Dios y la voluntad de poder
El siglo XIX (conocido como el siglo de las revoluciones) fue un siglo de grandes transformaciones económicas, sociales y políticas. La Revolución Francesa de 1789 acabó con el Antiguo Régimen y transformó a toda Europa.
En el terreno económico, el proceso productivo se transformó debido a la industrialización. Estos cambios crearon un nuevo sistema social: el capitalismo, que sustituyó la anterior estructura estamental por otra que dividió a la sociedad en dos grandes clases: la burguesía y el proletariado.
Ambas clases fueron protagonistas de los cambios económicos, pero carecían de reconocimiento político. Este hecho, unido a los intentos de las monarquías europeas de restaurar el Antiguo Régimen, fueron los motivos de las revoluciones liberales del siglo XIX, a las que se sumó la lucha internacional del movimiento obrero, el socialismo y el anarquismo.
Por otra parte, el siglo XIX es también la época del nacionalismo. El nacionalismo funcionó en Europa como barrera frente al internacionalismo del movimiento obrero.
Nietzsche criticaba a la burguesía, al nacionalismo, al socialismo, al anarquismo y a la democracia. Según él, estos movimientos fomentan el espíritu identitario y la gregarización, oponiéndose a su ideal del superhombre, símbolo de la diferencia, la excelencia, la libertad y la creatividad.
En el campo artístico del siglo XIX hubo dos movimientos estéticos: el romanticismo y el realismo.
El Romanticismo surgió como reacción contra el racionalismo de la Ilustración y el clasicismo, dando prioridad a los sentimientos y a la creatividad individual. El romanticismo tiende a recrearse en mundos exóticos y personajes heroicos.
El Realismo, con un enfoque «científico», intenta dar testimonio fiel de la vida cotidiana. Si el romanticismo predicaba una moral del exceso, el realismo predicaba una moral burguesa de la moderación. Los realistas buscan ver el presente para construir un mundo mejor. En el realismo se refleja el entusiasmo de la época con los avances de la ciencia y el cientifismo positivista de Augusto Comte.
Nietzsche está influido por el romanticismo. El ideal del superhombre tiene afinidades con el ideal romántico del artista genial. Wagner y su música fueron para Nietzsche un ejemplo de ese modelo.
Nietzsche mantiene una postura crítica con el cientifismo positivista y con el estilo de vida burgués, que le parece acomodaticio y pacato.
La influencia más importante que recibe Nietzsche es la de Schopenhauer. En El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer presenta una visión pesimista de la existencia. La realidad, en su esencia, es “voluntad de vivir”, un impulso ciego que condena al hombre a una insatisfacción permanente.
Para romper este círculo, Schopenhauer propone suprimir el deseo; es decir, practicar el ascetismo.
Para Nietzsche, la esencia de la realidad es la “voluntad de poder”, una energía que aspira a crear nuevas formas de vida superiores, lo que implica la destrucción de formas de vida agotadas. Según Nietzsche, anular esta voluntad sería un acto nihilista y antivital.
El texto pertenece a El Crepúsculo de los Ídolos. En esta obra, Nietzsche ataca los ídolos huecos de la tradición. En “La razón en la filosofía”, Nietzsche argumenta que la idiosincrasia del filósofo típico es el odio al devenir, que la filosofía tradicional odia la vida.
La filosofía, con la excepción de Heráclito, ha negado el testimonio de los sentidos y ha fabricado un mundo ilusorio de “momias conceptuales”. Se trata de ilusiones resumidas en el concepto de “Dios”.
Nietzsche critica a los filósofos tradicionales, que han negado el cambio, sustituyéndolo por conceptos momificados. Para los “eleáticos”, lo que es, es permanente, y lo que cambia no es. Lo propio de la metafísica es su falta de sentido histórico. Esta visión lleva a los filósofos a condenar el testimonio de los sentidos, que informan de un cambio incesante. Ese rechazo de los sentidos se mezcla con el desprecio del cuerpo.
Heráclito constituye una excepción. Reconoce que la realidad es múltiple y está en constante transformación. Este cambio se produce por la lucha de los contrarios según el logos, responsable del orden del mundo. El parágrafo contiene una crítica a Heráclito.
Nietzsche reivindica el conocimiento sensorial, enfatizando la finura del olfato. Sólo las ciencias basadas en los sentidos tienen valor. Nietzsche desdeña las ciencias formales como las matemáticas y la lógica. Su posición tiene similitudes con el empirismo y el positivismo.
Otra idiosincrasia de los filósofos es dar valor a conceptos alejados de la realidad sensible: lo incondicionado, lo bueno, lo perfecto, etc. Estos conceptos están vacíos. Nietzsche concluye que estas telarañas conceptuales son producto del nihilismo.
Nietzsche insiste en que el error de la filosofía ha sido negar el devenir. El origen de este error está en el lenguaje, que con sus conceptos encasilla las experiencias. A este proceso lo denomina “fetichismo del lenguaje”.
Nietzsche resume el error de la filosofía en cuatro tesis: 1) La creencia en otro mundo es infundada; 2) El “mundo verdadero” es una ilusión; 3) Inventar fábulas sobre otro mundo presupone una actitud recelosa de la vida; 4) El mundo transcendente se relaciona con el nihilismo.
Nietzsche emplea el método genealógico, que combina el análisis filológico, histórico y psicológico. En El crepúsculo de los ídolos, Nietzsche desvela lo que esconden los conceptos metafísicos: el odio al devenir y el rechazo del cuerpo.
El nihilismo occidental tiene su origen en la antigua Grecia. Sócrates identificó la virtud con conceptos racionales universales, enseñando el cuidado del alma y el desprecio del cuerpo. El platonismo y el cristianismo confirmarían esta visión. La moral cristiana es nihilista, brota del resentimiento y condena la vitalidad.
La metafísica occidental se basa en un dualismo: mundo inteligible/sensible. Platón devalúa el mundo sensible, que Nietzsche considera el único real. Para operar, el lenguaje crea metáforas que se convierten en conceptos, fabricando otro mundo.
Nietzsche propone que renunciemos a la objetividad y veamos la realidad desde una perspectiva artística. No hay verdades absolutas, sino perspectivas.
“Dios ha muerto” expresa la muerte de las verdades absolutas. Este acontecimiento no ha llegado “a oídos de los hombres”, que han sustituido a Dios por nuevos ídolos. Ante esta crisis hay dos actitudes: el nihilismo pasivo (pesimista) y el nihilismo activo (crítico).
Hay dos estilos de vida: la vida burguesa del “último hombre” y la del superhombre, que dice “sí” a la vida. El superhombre es libre, creativo y jovial. En Así habló Zaratustra, Nietzsche describe las tres transformaciones que conducen al superhombre: camello, león y niño.
El superhombre cuenta con la voluntad de poder, una energía vital presente en la naturaleza. Es el poder de los creadores.
En Así habló Zaratustra, Nietzsche habla del eterno retorno: los ciclos temporales se repiten infinitamente. Nietzsche rechaza la visión lineal del tiempo. La doctrina tiene una lectura negativa: el retorno de lo mismo. Sólo quien ama la vida (el superhombre) dice “sí” al eterno retorno.
La crítica de Nietzsche es una crítica al platonismo. Rechaza el dualismo ontológico (inteligible/sensible), epistemológico (sentidos/razón) y antropológico (alma/cuerpo) de Platón. Critica la ética socrático-platónica, que rompe con el ideal aristocrático griego. Nietzsche acusa a Platón de haber ideado un mundo ficticio.
Nietzsche anunció la muerte de Dios. La secularización es una característica de la cultura occidental.
Nietzsche advierte sobre la dificultad de asumir la muerte de Dios. A Dios se le han encontrado sucedáneos: la Ciencia, la Nación, etc.
Nietzsche afirmaba que el hombre era un cuerpo dotado de inteligencia. Una buena vida satisface los deseos inteligentemente. Esta visión, el carpe diem, es actual.
Nietzsche, Marx y Freud son filósofos de la sospecha. Coinciden en que la sociedad occidental es una falsa conciencia de sí misma. La actitud de la sospecha sigue siendo valiosa.