Portada » Filosofía » Filosofía Moderna: Maquiavelo, Espinoza, Locke y Descartes
Maquiavelo, anhelaba la antigua Roma y su república. La Italia en la que vivía era un territorio dividido, y se hacía necesaria la figura de un príncipe que aglutinara bajo su autoridad un Estado fuerte y cohesionado.
Un estudio importante que realiza Maquiavelo es que el hombre es un ser repetitivo porque esencialmente es malo. El gobernante debe partir de esa base a la hora de conocer el pueblo que ha de gobernar, y no engañarse con planteamientos optimistas cerca de la bondad de sus súbditos. El gobernante debe dosificar la brutalidad a la hora de ejercer su poder. Todo lo que resulte útil para ejercerlo será considerado como bueno.
Las leyes promulgadas deben obligar a todos los ciudadanos, actuando por el bien común del Estado. Estas leyes deben tener presente esa maldad propia del hombre y establecer control para velar por su cumplimiento.
Maquiavelo no enunció nunca la frase «el fin justifica los medios», pero su pensamiento político refleja esa afirmación. El fin del Estado es la vida en paz de sus ciudadanos y la prosperidad económica. Es lícito emplear medios inmorales si las circunstancias lo exigen. La ética queda subordinada a la política.
Su concepción del Estado afirma su soberanismo. Deben procurarse los medios militares y económicos para su subsistencia. Los pensamientos de Maquiavelo suponen la ideología del Estado absolutista, y la consideración de la política como una ciencia autónoma desvinculada de la ética o religión. Se convierte en precursor del pensamiento político moderno.
En su búsqueda del modelo de gobierno ideal, Espinoza eligió el democrático, pues es donde se da más libertad para los individuos. Los individuos siempre deben ser consultados y todos participan en las decisiones. Además de libertad, la democracia proporciona igualdad.
El poder eclesiástico no puede entrometerse en el Estado; el poder civil debe controlar al eclesiástico. El poder civil tiene la autoridad suprema; el Estado debe hacer lo posible para fomentar al máximo la libertad entre los súbditos.
El Estado debe respetar la libertad de pensamiento y de opinión. Si el Estado no lo permitiera, usurparía estos derechos que son inalienables en los individuos; no se pueden transmitir a otros. Solo así evitarán las sediciones y los levantamientos.
Nadie, al ceder parte de sus derechos individuales, renunció a su capacidad de razonar, juzgar, pensar o expresar sus propias opiniones. Tanto la libertad de pensamiento como de expresión van unidas y el Estado debe saberlo y defenderlo.
De esta manera se producirá la concordia entre los hombres, pues se podrá promover el arte, la filosofía y la ciencia. Si el Estado se niega a ello se convertirá en violento. El Estado no tiene como fin dominar a los hombres a través de la fuerza o el terror, sino posibilitar su libertad y desarrollar su razón. Serán leyes buenas si promueven ambas facetas humanas.
La concepción ética de Locke se basa en que no hay principios universales, pero sí principios reconocidos por todos los hombres: son aprobados aquellos que llevan a la felicidad o placer, y se rechazan los que conducen a la desgracia o al dolor. Así se confecciona lo bueno y lo malo.
Su ética tiene una concepción utilitarista: es el deseo de aquello que nos mueve a buscar la satisfacción, la alegría, felicidad, huyendo del dolor y evitando la tristeza. La opinión pública establece lo que está bien y lo que está mal. Así aparece una ciencia de las costumbres, la moral.
El hombre inicialmente vivió en un estado de naturaleza: hombres libres e iguales, en perfecta libertad. Pero en el estado natural es difícil la defensa de los derechos individuales, y por tanto, se hizo necesario un contrato social.
Este contrato social se produce entre el pueblo y el gobernante, cuya función es establecer una ley para todos. Así los hombres se organizan en sociedad; se trata de evitar que algunos hombres usen la violencia para sus fines y sometan a los demás. Así surge la ley, que debe proteger y reprimir a los delincuentes.
En consecuencia, el origen de la sociedad es el de un pacto entre iguales. Se ha de aceptar la voluntad de la mayoría, renunciando en cierta medida a la libertad individual, a cambio de crear un ambiente de seguridad y paz. El Estado no puede ser absoluto ni arbitrario, ya que el poder reside en el pueblo y no en el gobernante. En esta sociedad debe practicarse la tolerancia y la libertad.
En su obra, «Carta sobre la Tolerancia», Locke expone una serie de argumentos a favor de la tolerancia y la libertad, ofreciendo tres argumentos:
Locke critica con fuerza el dogmatismo fanático, pues para él, existe una religión natural cuyo conocimiento es accesible a la razón. La tolerancia debe tener unos límites. Critica aquí la Iglesia Católica, según él la más intolerante, que no respeta los tratados, defiende la excomunión y exige que el gobernante se someta al Papa.
La libertad religiosa puede llegar hasta donde se puedan quebrantar los derechos de otros individuos. Afirma que el Estado y la Iglesia son comunidades diferentes. Ninguno debe intervenir en los asuntos del otro. Todos los hombres son libres, iguales e independientes y nadie puede ser privado de estas condiciones, pues solo así se forma el cuerpo político: la mayoría decide y actúa.
Esta regla obliga a no aceptar cosa alguna que no sea clara y distinta. Hay que evitar prejuicios. Señala las condiciones necesarias para la evidencia: claridad y distinción.
Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y en cuantas se requiriesen para su mejor resolución.
Esta regla implica descomponer o dividir una idea oscura o compleja, un problema, en sus elementos simples. Un procedimiento riguroso que va de lo desconocido a lo conocido. Descartes entiende que los problemas deben dividirse cuanto sea posible hasta alcanzar la naturaleza simple, a fin de facilitar su solución. Esta división debe prolongarse hasta alcanzar un límite.
Una vez hemos hecho los datos irreductibles, hay que relacionarlos por medio de la deducción. Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.
Esta ley establece un orden lógico en la deducción: paso de lo simple a lo complejo.
Conclusión: La esencia del método cartesiano: todo método consiste en el orden y disposición de las cosas hacia las cuales es necesario dirigir la mirada del espíritu para descubrir alguna verdad. Una vez llegado a las naturalezas simples y captando su evidencia, podemos ir relacionando unas verdades simples con otras a fin de conocer, a través de ellas, verdades más complejas.
Sirve para controlar la continuidad que debe haber entre los diversos pasos de las deducciones. La enumeración es un método auxiliar que comprueba y verifica lo que se lleva enunciado, asegurándose de no omitir nada.
Conclusión: Frente a la tradición aristotélica que distingue pluralidad de ciencias por la diversidad de sus objetivos, Descartes define la unidad del saber. Este puede aplicarse a campos muy diversos, pero no por eso pierde su utilidad y su unidad.
Se basa en la búsqueda de un punto de partida totalmente cierto que exige una tarea previa consistente en eliminar todos aquellos conocimientos que no aparezcan dotados de una certeza absoluta y así poder erradicar cualquier falsedad y descubrir la verdad. Hay que eliminar todo aquello de que sea posible dudar. Dudar con vistas a alcanzar un principio de seguridad indubitable.
Esta duda tiene unos fundamentos:
Descartes se dio cuenta de que no podía dudar de la propia duda, y del sujeto que la poseía: «ni siquiera el poderoso espíritu maligno podrá, con sus engaños, impedir que piense mientras esté dudando.»
Descartes tiene ahora la conciencia de sí mismo bajo la forma de pensamiento. «Si puedo dudar de todo es verdad que dudo y que al dudar pienso y al pensar existo, porque no podría pensar sin existir, ni dudar sin pensar.»
Tras todo esto llega a la conclusión del propio yo como ente que piensa que no cabe la más mínima duda. Establece como ley básica de todo su pensamiento la frase: «Pienso luego existo». El único ser que se da con absoluta seguridad y evidencia a mi conciencia es el del pensamiento mientras estoy dudando. Este es el descubrimiento fundamental: el YO.
Descartes también se plantea la naturaleza del yo como algo evidente. «Ya sé que existo y mientras estoy pensando en mi existencia no hay nada ni nadie que pueda hacerme dudar, pero, ¿qué soy yo? ¿Puedo conocer mi naturaleza, mi esencia?»
«Puedo negar caracteres de mi cuerpo y todo lo que de él se deriva, pero no puedo dudar de mi pensamiento puesto que por él tengo mi propia existencia. El pensamiento es algo inseparable de mí, luego puedo decir, sin equivocarme, que el pensamiento forma parte de mi existencia.»
Ahora Descartes es consciente de su existencia, pero no de la existencia de otros. Para llegar a ella utiliza su principio, «pienso luego existo», que posee un carácter intuitivo.
Descartes, finalmente, deduce la existencia de su «yo» y también la de su pensamiento, por lo tanto tenemos: