Portada » Filosofía » Idealismo Trascendental de Kant: Libertad, Ilusión y Revolución
La libertad es la capacidad de los seres racionales para determinarse a obrar según leyes de otra índole que las naturales, es decir, según leyes dadas por su propia razón. Libertad equivale a autonomía de la voluntad. No obstante, la razón teórica no puede demostrar la existencia de la libertad, pues solo alcanza el mundo de los fenómenos, donde todo está sometido a la ley de causalidad y ocurre por necesidad natural. Sin embargo, desde la razón práctica, y para entender la experiencia moral, se defiende la existencia de la libertad: si las acciones de las personas están determinadas por causas naturales (es decir, si carecen de libertad), no podemos atribuirles responsabilidad, ni es posible la conducta moral. Así, la libertad es la ratio essendi (condición de posibilidad) de la moralidad, y la moralidad es la ratio cognoscendi (lo que nos muestra la libertad).
Es un engaño de nuestro conocimiento, que consiste en aplicar las categorías del entendimiento sobre material no empírico, sino sobre sí mismas o sobre otros conceptos, generando un conocimiento aparente e infundado. El entendimiento y la razón se alían en el uso de ideas y conceptos sin base empírica, enredándose en teorías e ideas que jamás se podrán contrastar. El concepto de ilusión trascendental es central en la metafísica, que encuentra en esta ilusión su materia prima.
Para Kant, la lógica tiene dos ramas:
Kant considera que hay conceptos no captados por nuestros sentidos, las Ideas de la Razón. Estos conceptos pertenecen a la metafísica tradicional, la cual critica porque, según él, no es válida como ciencia. Si bien usa las categorías, no las aplica sobre material empírico, sino a ideas imaginadas por la razón (ideales de totalidad: mundo, alma, Dios). El problema con las Ideas de la Razón es que no pertenecen a un espacio o tiempo determinado (no las captamos por los sentidos). No obstante, nuestra mente intenta asignarles una categoría, y aquí está la ilusión trascendental: nuestra mente cree que puede ir más allá del conocimiento sensible. Este hecho es natural en todos los seres humanos. Lo conocido, el fenómeno, es la síntesis entre el sujeto y el objeto.
Kant usa la revolución copernicana para explicar cómo es posible el conocimiento sintético a priori y el idealismo trascendental. Copérnico comprendió que no se podía entender el movimiento de los objetos celestes si se consideraba que la Tierra ocupaba el centro. Entendió que para explicar correctamente el movimiento de los astros, era necesario cambiar la relación, poniendo al Sol en el centro y suponiendo que la Tierra gira a su alrededor. Kant considera que en Filosofía es necesaria una revolución semejante: el problema consiste en explicar el conocimiento sintético a priori. La filosofía anterior a Kant suponía que en la experiencia de conocimiento el Sujeto cognoscente es pasivo, que el objeto conocido influye en el sujeto y provoca una representación fidedigna. Con esta explicación se entiende el conocimiento empírico, pero no el a priori, pues con este último podemos saber algo de las cosas antes de experimentarlas, antes de que influyan en nuestra mente. Kant resume estas ideas con la frase: “sólo podemos conocer a priori de las cosas aquello que antes hemos puesto en ellas”.
El giro copernicano hace referencia a que sólo podemos comprender el conocimiento a priori si admitimos que sólo conocemos los fenómenos y no las cosas en sí mismas o “noúmenos”, si admitimos el Idealismo Trascendental como la filosofía verdadera.
Hobbes, Locke, Rousseau y Kant se plantearon cómo éramos y vivíamos en Estado de naturaleza y qué nos llevó a formar un Estado civil (regido por un orden jurídico). Para pasar del Estado de naturaleza al Estado civil se necesita un contrato social. En la forma de entender estos estados y este contrato se diferencian los autores.
El empirismo (Locke, Berkeley y Hume) sostiene que todos nuestros conocimientos provienen de la experiencia sensible. El racionalismo (Descartes, Leibniz y Spinoza) sostiene que nuestros conocimientos verdaderos proceden de la razón.
Kant plantea que se le ha dado demasiada importancia al objeto y nos hemos olvidado del sujeto. Propone una “revolución copernicana” en la concepción del conocimiento: situar al sujeto en el centro del proceso. En esto se opone al empirismo, para el cual la mente es pasiva en el conocimiento. Pero Kant también propone que hay que tener cuidado con los excesos de la razón, que llega a hacer preguntas que van más allá de lo que se puede conocer; así critica al racionalismo.
Mientras el empirismo considera que la mente es una pizarra en blanco donde la experiencia graba contenidos, el racionalismo defiende que la mente contiene ideas innatas que, mediante la deducción, nos permiten explicar el mundo (el orden de la realidad es el mismo que el orden del pensamiento). Kant considera, como el racionalismo, que la mente contiene elementos innatos que nos permiten organizar los elementos de la experiencia. Pero se aleja del racionalismo, ya que para él estos elementos innatos, si no se aplican a la experiencia, no nos dan a conocer nada.
El empirismo defendió que el conocimiento de la realidad (el fenómeno) es producto de la costumbre, y por lo tanto, es creencia. Así, la conexión necesaria entre causa y efecto, ley que rige el mundo físico, no sería ley necesaria y universal, sino una costumbre de conectar un hecho con otro que le sigue en el tiempo (por ejemplo: soltar algo y que caiga). Para Kant, es más que una costumbre: es el mundo que creamos con nuestras categorías, y las leyes de la física son leyes necesarias y universales del fenómeno.