Portada » Historia » Cuba y la Guerra Hispanoamericana: El Desastre del 98 y sus Consecuencias
Tras la Paz de Zanjón de 1878, los cubanos esperaban de la Administración española una serie de reformas que les otorgasen el derecho de representación política en las Cortes españolas, la participación en el gobierno de la isla, la libertad de comercio y la abolición de la esclavitud. Ninguna de estas peticiones había sido tomada en consideración por la administración colonial, debido a la rotunda oposición de los grandes propietarios, de los negreros y de los comerciantes peninsulares.
En 1891, el gobierno español elevó las tarifas arancelarias para los productos importados a la isla que no procediesen de la Península, en el llamado arancel Cánovas. Como el principal cliente económico de Cuba era Estados Unidos, el presidente norteamericano McKinley manifestó su protesta ante tal situación y amenazó con cerrar las puertas del mercado estadounidense al azúcar y el tabaco cubanos, si el gobierno español no modificaba su política arancelaria. Además, el interés de EEUU por la isla se había manifestado en diferentes intentos de compra de la isla, que España siempre había rechazado.
A nivel político, el independentismo fue ganando posiciones frente al autonomismo. En 1893, un intelectual, José Martí, fundó el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la consecución de la independencia, y consiguió apoyo exterior, especialmente de EEUU.
En 1895, el grito de Baire dio inicio a un levantamiento generalizado, que comenzó en Santiago de Cuba, pero se extendió rápidamente a La Habana. Cánovas del Castillo envió un ejército al mando del general Martínez Campos, que llevó a cabo una fuerte acción militar, pero también una política de conciliación con los sublevados; sin embargo, no consiguió controlar militarmente la rebelión. Fue sustituido por el general Weyler, que inició una férrea represión, con concentraciones de campesinos, y trató duramente a los rebeldes aplicando la pena de muerte a muchos de ellos, y también a la población civil víctima del hambre y de las epidemias.
En el plano militar, la guerra no era favorable a los soldados españoles, ya que se desarrollaba en plena selva y contra unas fuerzas muy extendidas en el territorio. Los soldados no estaban preparados para hacer frente a una guerra de este tipo, ni el ejército contaba con los medios adecuados. Además, las enfermedades tropicales causaron una gran mortandad entre las tropas.
Paralelamente al conflicto cubano, en 1896 se produjo una rebelión en las Islas Filipinas. La colonia del Pacífico había recibido una escasa inmigración española y contaba con una débil presencia militar reforzada por un importante contingente de misioneros. Los intereses económicos españoles eran mucho menores que en Cuba, pero se mantenía por su producción de tabaco y por ser una puerta de intercambios comerciales con el continente asiático.
La insurrección se extendió por la provincia de Manila y el general García Polavieja llevó a cabo una política represiva. El nuevo gobierno liberal nombró capitán a Fernando Primo de Rivera, que promovió una negociación indirecta con los principales jefes de la insurrección, dando como resultado una pacificación inmediata del archipiélago.
En 1897, tras el asesinato de Cánovas, el nuevo gobierno liberal encargó el mando al general Blanco, que decretó la autonomía de Cuba, el sufragio universal masculino, la igualdad de derechos y la autonomía arancelaria. Pero las reformas llegaron demasiado tarde: los independentistas, que contaban con el apoyo estadounidense, se negaron a aceptar el fin de las hostilidades.
EEUU intervino en el desarrollo de la guerra debido al incidente del acorazado estadounidense Maine, que estalló en el puerto de La Habana en abril de 1898. Se culpó falsamente del hecho a agentes españoles y se envió a España un ultimátum en el que se le exigía la retirada de Cuba. El gobierno español negó cualquier vinculación con el Maine y rechazó el ultimátum, amenazando con declarar la guerra en caso de invasión de la isla. Comenzó así la guerra hispano-norteamericana.
Una escuadra mandada por el almirante Cervera partió hacia Cuba, pero fue rápidamente derrotada en la batalla de Santiago. EEUU derrotó igualmente a otra escuadra española en Filipinas, en la batalla de Cavite. En diciembre de 1898 se firmó la Paz de París, por la cual España se comprometía a abandonar Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que pasarían a ser protectorado norteamericano. El ejército español regresó vencido y en condiciones lamentables, mientras que muchos españoles se preparaban para evacuar la isla y repatriar sus intereses.
La derrota y la consiguiente pérdida de las colonias fueron conocidas en España como el “desastre del 98”. A pesar de la envergadura de la crisis, sus repercusiones inmediatas fueron menores de lo esperado. Aunque la guerra supuso notables pérdidas materiales en la colonia, no fue así en la metrópoli, donde la crisis económica fue mucho menor. Tampoco aconteció la gran crisis política que se había vaticinado y el sistema de la Restauración sobrevivió, asegurando la continuidad del turno dinástico, aunque supuso su fin tal y como lo había diseñado Cánovas. La política reformista que intentaron aplicar los nuevos gobiernos tras el 98 no llevó a cabo las reformas anunciadas.
De este modo, la crisis del 98 fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica, que causó un importante impacto psicológico entre la población. La derrota sumió a la sociedad y a la clase política española en un estado de desencanto y frustración porque significó la destrucción del mito del Imperio español y la relegación de España a potencia secundaria en el contexto internacional. Además, la prensa extranjera presentó a España como una “nación moribunda”, con un ejército totalmente ineficaz, un sistema político corrupto y unos políticos incompetentes.
Algunos intelectuales, como Giner de los Ríos, consideraban que desde 1868 se había perdido una importante ocasión para modernizar el país, que la sociedad y la política estaban en exceso influidos por la doctrina católica, y no había interés por el desarrollo de la cultura ni de la ciencia. Esta corriente habla con insistencia de la regeneración de España y acabó conociéndose como regeneracionismo, y su mayor exponente fue Joaquín Costa. Los regeneracionistas fueron muy críticos con la Historia de España, afirmando que había que enterrar las glorias pasadas, mejorar la situación del campo español y elevar el nivel educativo y cultural del país. Asimismo, un grupo de literatos y pensadores, conocidos como la generación del 98, intentaron analizar el “problema de España” en un sentido muy crítico y un tono pesimista.
La crisis política estimuló el crecimiento de los movimientos nacionalistas, sobre todo en País Vasco y Cataluña, donde se denunció la incapacidad de los partidos dinásticos. La derrota militar tuvo sus consecuencias en el ejército, acusado por una parte de la opinión pública de la responsabilidad del desastre. Una parte de los militares se inclinó hacia posturas más autoritarias e intransigentes, atribuyendo la derrota a la ineficacia y corrupción de los políticos, a la vez que iba tomando cuerpo un sentimiento corporativo y el convencimiento de que los militares debían tener un mayor protagonismo en la vida política del país. Esta injerencia militar fue aumentando en las primeras décadas del siglo XX.