Portada » Historia » Historia de España: Al-Ándalus, Sexenio Revolucionario y Reinado de Isabel II
El Islam, además de una nueva religión, fue el despertar de la civilización árabe, que se expandió a partir del siglo VII por Oriente Medio y el norte de África. En el 711, comenzó la invasión musulmana de la península Ibérica, una conquista rápida que creó Al-Ándalus, un espacio político-cultural que duró casi 8 siglos. Se alternaron periodos de esplendor y crisis donde convivieron el islam, el cristianismo y el judaísmo.
La conquista musulmana de la península se debió a dos razones: la gran crisis del Estado visigodo por los problemas sucesorios de la monarquía y la fuerza expansiva del Islam, que en menos de un siglo conquistó desde el imperio Persa hasta el Magreb. En el año 711, un ejército bereber cruzó el estrecho de Gibraltar, dirigido por Tarik, para intervenir en la guerra civil visigoda, derrotando al rey don Rodrigo en la batalla de Guadalete. Comenzaron unas campañas militares con poca oposición y, entre el 712 y el 714, con refuerzos de Muza, ocuparon las principales ciudades visigodas. Casi todas se rindieron sin resistencia ante las promesas árabes de respetar personas y propiedades. La rápida ocupación se debió a que los dirigentes visigodos prefirieron someterse; los nobles godos quisieron firmar pactos de rendición. En el 716, dominaban toda la Península menos la franja cantábrica y el oeste de los Pirineos.
Córdoba se convirtió en la capital de Al-Ándalus, con un gobierno dirigido por un Emir que dependía del Califa de Damasco. El primero fue Abdelaziz, quien continuó la conquista hacia el norte. A su muerte, surgió una rivalidad entre las principales facciones de la aristocracia árabe y el conflicto con los bereberes, que se sentían discriminados. Los gobernadores enfrentaron problemas de recaudación fiscal y distribución de las tierras, causa de las tensiones. Los musulmanes conquistaron al otro lado de los Pirineos, donde fueron derrotados en la batalla de Poitiers en el 732.
En el año 750, el mundo musulmán sufrió un cambio político: un golpe de Estado depuso a la familia Omeya, eliminando a sus miembros. Sin embargo, Abderramán I escapó hacia Al-Ándalus, donde derrotó al emir de Córdoba y creó el emirato independiente en el año 756. Abderramán I consolidó el nuevo estado andalusí, aumentó la recaudación fiscal, formó un ejército profesional de bereberes, eslavos y sirios, y se rodeó de seguidores que controlaron los cargos públicos de la Administración. A pesar de las mejoras, hubo conflictos entre el poder central cordobés y los territorios fronterizos, que provocaron inestabilidad en los últimos años del emirato.
Cuando Abderramán III llegó al poder, el emirato estaba en una grave crisis por las amenazas internas y de los reinos cristianos. Abderramán III pacificó el territorio y sus victorias militares le dieron prestigio para proclamarse Califa (Califato de Córdoba, 929-1031) y desligarse del Califato de Bagdad, asumiendo la supremacía política, militar y religiosa. Reorganizó la recaudación fiscal y cobró impuestos a los reinos cristianos del norte, logrando formar un potente ejército mercenario. A su muerte, su hijo Al-Hakam II dio un impulso intelectual y artístico a Al-Ándalus, convirtiéndola en la civilización más brillante y avanzada del momento. Tras la muerte de Al-Hakam II, el califa fue perdiendo poder y Almanzor concentró el poder político y militar, imponiendo una dictadura; reforzó el ejército y realizó razias, justificadas por la guerra santa, aunque su objetivo era el botín y mantener débiles a los cristianos. Al morir Almanzor en 1002, sus hijos le sucedieron en el cargo de chambelán, pero la inestabilidad política y los enfrentamientos provocaron la desaparición del califato y su división en estados independientes: los reinos de Taifas.
Las taifas estaban enfrentadas, lo que las hacía frágiles ante los reinos cristianos, que a veces intervenían en sus rivalidades y les daban su protección a cambio de cobrar parias. Esta división política facilitó la “reconquista” de los reinos cristianos y algunas taifas pidieron ayuda a los almorávides, un pueblo bereber del norte de África que profesaba los principios del Islam. En 1086, los almorávides llegaron a la Península y derrotaron a los castellanos en Sagrajas, pero su avance se frenó en Valencia por el Cid. Las revueltas y los avances cristianos fragmentaron el territorio en segundas taifas. Algunas de estas pidieron ayuda, en el siglo XII, a los almohades, que solo controlaban el sur peninsular. Tras ser derrotados en las Navas de Tolosa en 1212 frente al rey castellano Alfonso VIII, se produjo la decadencia almohade y se formaron las terceras taifas, que cayeron quedando solo el reino nazarí de Granada, única entidad política andalusí desde el siglo XIII hasta finales del siglo XV.
El reino nazarí de Granada se mantuvo independiente gracias a su gestión diplomática con Castilla, de la que fue vasallo, y con los musulmanes del norte de África, por su cohesión y por la llegada de andalusíes de otros reinos. Los problemas sucesorios desestabilizaron el reino, lo que aprovecharon los Reyes Católicos para conquistar las ciudades y, finalmente, Granada. Los Reyes Católicos pactaron con el rey Boabdil la rendición de Granada a principios de 1492.
Con la rendición de Granada, desapareció el último dominio musulmán de la Península. Según los tratados, la población musulmana podía quedarse en el reino, conservar sus propiedades y practicar su religión, pero en 1501 se les forzó a convertirse o exiliarse. Los musulmanes, que estuvieron ocho siglos en la Península, nos dejaron un importante legado cultural. Palabras, urbanismo, técnicas de regadío, música, arte y gastronomía, que forman parte de nuestros rasgos, provienen del legado andalusí.
Los progresistas, liderados por el general Prim, firmaron el Pacto de Ostende (1866) con unionistas y demócratas para derrocar a la reina Isabel II e implantar el sufragio universal. La crisis económica y el descontento político contra los impopulares y corruptos moderados llevaron a la revolución. En septiembre de 1868, Topete se pronunció en Cádiz con Prim y el general Serrano, al frente de la Unión Liberal desde 1867. La sublevación fue apoyada por las Juntas revolucionarias que se organizaron en las grandes ciudades, dirigidas por los demócratas, partidarios del sufragio universal, amplias libertades y la supresión de los consumos y las quintas. La revolución de 1868, llamada «La Gloriosa», triunfó ya que solo se opusieron algunos moderados que formaban la camarilla de la reina. Derrotados en la batalla de Alcolea, la reina Isabel II perdió el trono y se exilió a Francia.
Se formó un gobierno provisional de progresistas y unionistas, presidido por Serrano, que convocó elecciones a Cortes constituyentes por sufragio universal masculino. Estas Cortes aprobaron la Constitución de 1869:
Debían decidir quién sería el nuevo rey de España. Entre los candidatos, eligieron al propuesto por Prim: Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II, rey de Italia.
El primer intento de monarquía democrática en España, con Amadeo I, fracasó. El nuevo rey tenía buenas cualidades y voluntad, pero tuvo en su contra a:
Al llegar a España en enero de 1871, Amadeo se encontró con que Prim había muerto en un atentado del que no se saben los motivos ni los autores. El nuevo monarca perdió así a su mayor valedor. El reinado de Amadeo de Saboya tuvo una gran conflictividad social y una continua inestabilidad política, con cambios gubernamentales y tres elecciones generales por la falta de consenso al mantener coaliciones entre partidos. Así, Amadeo I renunció al trono a principios de 1873 y las Cortes proclamaron la I República Española el 11 de febrero de ese año.
La república se proclamó con pocos apoyos sociales, ya que había pocos republicanos, lo que explica su rápido fracaso. Los enemigos de la república eran los banqueros, los grandes hombres de negocios, los mandos del Ejército y la Iglesia. Hay dos fases:
La República del 73:
Problemas de la I República:
La república del 74
La I República acabó con el golpe de Estado de Pavía en 1874, rodeando con sus tropas las Cortes que iban a elegir un nuevo presidente de gobierno. Tras este golpe de estado, Serrano presidió el gobierno con plenos poderes y, en ocasiones, suspendió la Constitución de 1869 y disolvió las Cortes y los derechos y libertades. El régimen republicano se mantuvo un año más, aunque la dictadura de Serrano fue un paso previo a la restauración de los Borbones que planeaban los alfonsinos con su líder Cánovas del Castillo. La restauración se vio precipitada por un golpe militar del general Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874. El hijo de Isabel II se proclamó rey de España con el título de Alfonso XII. Se inició en España el período de la Restauración.
El sexenio quedó como un período muy inestable donde muchas tendencias políticas intentaron definir la visión del país. Faltó unidad y consenso. Se sucedieron cuatro sistemas de gobierno: gobierno provisional, monarquía constitucional, república federal y república unitaria. El período terminó con el pronunciamiento de Martínez Campos para volver a la monarquía borbónica con Alfonso XII, hijo de Isabel II. Finalizó la primera experiencia democrática de la historia de España y se abrió un nuevo y extenso período al que llamamos Restauración, que va de 1874 hasta 1923, cuando Primo de Rivera pone fin al sistema con un golpe de estado.
Desde 1833 hasta 1868, el Estado Liberal, iniciado con las Cortes de Cádiz, sufrió cambios políticos e institucionales, impulsados por los liberales de izquierdas, con la intervención del ejército. Para analizar el periodo, lo dividimos en dos fases:
Comienza en 1833 al morir Fernando VII. El rey firmó la Pragmática Sanción, que abolía la Ley Sálica y dejaba el trono a su hija Isabel. Esto creó un problema dinástico, ya que los tradicionalistas no aceptaron esta pragmática y reclamaron el trono para Carlos María Isidro. El resultado fue la Primera Guerra Carlista, que enfrentó a los partidarios de María Cristina e Isabel II con los carlistas. Esta guerra también fue un enfrentamiento entre el liberalismo y el absolutismo, el Nuevo y el Antiguo Régimen. La Reina regente intentó mantener el absolutismo, pero necesitó el apoyo de los liberales para gobernar y acabar con el conflicto.
El carlismo tuvo influencia en Navarra, País Vasco, al norte del Ebro, Castellón y Teruel. Esta distribución se debe a un conflicto campo-ciudad. En la zona vasco-navarra, ciudades como Bilbao, Pamplona o San Sebastián fueron liberales durante el conflicto.
La guerra acabó con el Convenio de Vergara (1839), firmado por Espartero y Maroto, principal líder carlista tras la muerte de Zumalacárregui. Se reconocieron los grados militares del ejército carlista y se prometió el respeto de los fueros vasco-navarros. Se mantuvieron algunos privilegios forales y se eliminaron otros.
En el gobierno de Cea Bermúdez, se creó una división provincial de España, llevada a cabo por Javier de Burgos en 1833. Fue una reforma político-administrativa para unificar el territorio y suprimir algunos privilegios forales. La destitución de Cea Bermúdez en 1834 llevó a Martínez de la Rosa a encargarse de dotar a España de una constitución, que resultó ser una carta otorgada moderada: el Estatuto Real de 1834, con Cortes bicamerales, un consejo asesor de la Corona sin poder, con libertad de prensa y asociación recortadas.
El liberalismo se dividió en dos tendencias enfrentadas electoralmente:
La crisis anticlerical de 1835 trajo el primer bienio progresista, con la desamortización de Mendizábal de los bienes del clero y comunales y la aprobación de la Constitución de 1837, que acabó con el Estatuto Real y se basó en la Constitución de 1812. De la Constitución de 1837 destaca:
Baldomero Espartero consiguió la Jefatura de Gobierno en 1840, lo que le trajo enfrentamientos con María Cristina, que renunció a su cargo de regente en ese año. Las Cortes nombraron regente a Espartero en 1841. La oposición de los moderados, la falta de apoyo del ejército, el enfado de la burguesía industrial por la política económica librecambista y la incapacidad política de Espartero, se manifestaron en el bombardeo de Barcelona de 1842, acabando con la regencia en 1843.
En 1843 se coronó a Isabel II y Narváez fue nombrado jefe de Gobierno, comenzando la Década Moderada (1844-1854). Se aprobó la Constitución de 1845, basada en la de 1837, con ideología conservadora y unas Cortes bicamerales con un Senado de designación real. Dio gran poder al monarca, estableció el Estado confesional y eliminó la libertad de prensa. No hubo elecciones municipales y se suprimió la Milicia Nacional. Los moderados defendían un Estado centralizado y jerarquizado. Se realizaron la reforma de Hacienda, la reforma educativa con la Ley Moyano, la creación de la Guardia Civil, la firma del Concordato con la Santa Sede, la Segunda Guerra Carlista y la división de los liberales progresistas con el partido demócrata.
En 1854, la Vicalvarada llevó al poder a los progresistas de O’Donnell al volver Espartero. Este período duró dos años (Bienio Progresista) y se redactó la constitución de 1856, que no fue promulgada. Las medidas legislativas más importantes del bienio fueron:
La conflictividad obrera y campesina aumentó en 1856 al elevarse los precios, con protestas populares. Espartero dimitió y O’Donnell pactó con la corona, pasando al conservadurismo.
Con la vuelta al conservadurismo, se mantuvo la Constitución de 1845. El poder recayó en Narváez (Partido Conservador) y en O’Donnell (Unión Liberal).
En los últimos diez años del reinado de Isabel II hay dos etapas:
De 1863 a 1868, hubo varios gobiernos moderados de corte conservador. En 1866, progresistas y demócratas acordaron en Ostende un programa para derrocar al régimen y a la monarquía.
El reinado de Isabel II trajo la estabilización del Nuevo Régimen y la consolidación del Estado Liberal hasta la actualidad. Dominó el liberalismo censitario, con el partido moderado, conservador, con base social oligárquica, imponiendo sus conceptos políticos. El período final del reinado de Isabel II se caracterizó por el desprestigio de la reina y un aumento de la oposición al régimen. Tras el fracaso de varios golpes de estado, triunfó «La Gloriosa» de 1868. Isabel II se exilió y comenzó el Sexenio Revolucionario (1868-1874).