Portada » Latín » Marco Valerio Marcial: El Maestro del Epigrama Latino
Marco Valerio Marcial nació en Bilbilis (actual Calatayud, España) en el año 40 d.C. En el 64 d.C. se trasladó a Roma, donde vivió hasta el 103 d.C., año en que regresó a su ciudad natal, donde falleció. Su obra principal consta de 14 libros de epigramas, que reúnen un total de 1.567 epigramas y 10.000 versos.
El epigrama tiene sus raíces en la antigua Grecia, donde inicialmente se utilizaba como inscripción funeraria. Estas inscripciones expresaban sentimientos de admiración y dolor, y ofrecían apreciaciones sobre el valor del difunto o los méritos de su obra. En ocasiones, también describían las características del monumento funerario.
Con el tiempo, el epigrama experimentó un cambio social y literario, introduciendo paulatinamente sentimientos personales y amorosos.
Entre los poetas griegos que cultivaron el epigrama antes de Marcial destacan Meleagro y Crinágoras, quien celebró a los miembros de la familia de Augusto.
En Roma, el epigrama fue cultivado por autores como Lutacio Catulo, Porcio Licinio y Valerio Edituo. Posteriormente, los poetae novi, con la figura influyente de Catulo, dieron un nuevo impulso al género. Los antecedentes inmediatos de Marcial fueron Domicio Marso y Albinovano Pedón.
La obra de Marcial se caracteriza por la introspección y la aguda observación de las situaciones humanas. Sus epigramas reflejan una gran variedad de gustos, desde el elogio de los clásicos hasta la admiración por autores como Catulo y Lucano.
Marcial fue especialmente influenciado por Catulo, de quien adoptó la alternancia de polimetría y dístico elegiaco para sus composiciones. En numerosas ocasiones, Marcial proclamó a Catulo como su modelo más importante y lo siguió en múltiples aspectos, tanto en la lengua como en la variedad métrica y la técnica de composición.
En la poesía de Marcial prima lo externo. No cultivó la poesía amorosa y, en general, dejó fuera de su obra el elemento personal, aunque no faltan las confesiones autobiográficas. Su postura política fue equívoca, combinando temas propagandísticos del régimen con una poética que en ocasiones se contradecía con la línea oficial.
Marcial mostró una postura controvertida sobre el papel del mito en la poesía. En algunos epigramas, como el X 4, criticó los temas mitológicos que aíslan del mundo real. Sin embargo, en su obra también hay presencia del mito, a veces con un sentido paródico o caricaturesco.
Convencionalmente, la obra de Marcial se divide en tres partes:
La poesía de Marcial se caracteriza por su carácter burlesco y humorístico, a menudo obsceno. En sus epigramas desfilan personajes prototípicos como nuevos ricos, muertos de hambre que aparentan, poetastros, plagiarios, filosofastros, abogados, bebedores, afeminados, mujeres desvergonzadas, médicos, viejas que pretenden ser jóvenes, etc. Estos personajes suelen tener nombres imaginarios, ya que Marcial ataca defectos, no personas.
El mérito principal de Marcial reside en haber elevado un género popular y de ocasión, propio del ambiente cortesano y clientelar, a la categoría de literario.
Las principales aportaciones de Marcial al epigrama son:
Lessing dividió el epigrama en dos partes: la preparación y el desenlace. Según él, si falta alguna de estas partes, no se trata de un epigrama auténtico. Kruuse, por su parte, habló de preparación y «punta», refiriéndose al elemento inesperado que caracteriza al epigrama.
En la obra de Marcial hay epigramas con una estructura diferente, como los descriptivos y los narrativos. Según Kruuse, estos epigramas tienen una estructura simple, sin descriptio ni conclusio. Otros epigramas, en cambio, se organizan en tres partes: exposición del tema, pregunta y aguda respuesta final.
Los epigramas largos, aunque no dejen de terminar en un chiste, tienen el humor diluido en las descripciones caricaturescas, que aproximan el género a la sátira.
Existe un debate sobre si los libros de epigramas de Marcial responden a una organización premeditada o si el poeta fue añadiendo los epigramas al azar. También se discute si los epigramas sobre un mismo tema o sobre un mismo tipo humano constituyen ciclos. Se han dado respuestas diferentes, pero el carácter de Marcial apunta a una composición más bien azarosa.
Marcial cuidó la alternancia de epigramas de diverso tipo en sus libros, ya que la acumulación de chistes puede dañar el efecto de los mismos.
Marcial ha sido criticado en numerosas ocasiones por su adulación hacia personajes poderosos, especialmente hacia el emperador. Cousin, por ejemplo, señaló que de los 1.567 epigramas de Marcial, 113 están dedicados al emperador o son de carácter laudatorio. Pepe, por su parte, distinguió entre los elogios a Tito, a quien consideraba liberal, y la adulación a Domiciano, a quien veía como un tirano.
Szelest, en cambio, argumentó que a pesar de la laudatio presente en sus epigramas, Marcial no parece haber recibido favores ni invitaciones por parte del emperador.
Algunos epigramas de Marcial, por su tono o contenido, se contradecían con la figura del Príncipe. Por ejemplo, elogió a romanos republicanos o a personas perseguidas por otros emperadores, como Trasea Peto o Rústico. En el epigrama I 68, por ejemplo, elogia a Catón de Utica, pero cierra el poema con alabanzas exageradas al César.
Los epigramas laudatorios formaban parte de los clichés del género epigramático.
La obscenidad presente en la obra de Marcial refleja la sociedad de su época y una mayor permisividad sexual.
Marcial mismo destacó la obscenidad como uno de los rasgos de su poesía en sus declaraciones programáticas. Justificó la presencia de temas obscenos por el público al que iban dirigidos sus epigramas. Argumentó que estos temas lo aproximaban al mimo y que eran disculpables porque reflejaban la vida tal como era.
Marcial se inscribió en la tradición de la parresía, la «libertad de palabra», que le permitía abordar temas obscenos sin tapujos.
La obscenidad en la obra de Marcial contribuía a la función primaria del género: divertir.
Marcial distinguió entre la lascivia de su obra y su propia vida, afirmando: «lasciva est nobis pagina, vita proba» (I 4,8), siguiendo a Catulo y a Ovidio, que realizaron declaraciones similares.
El humor es otro componente ineludible del epigrama de Marcial. Sus chistes no conllevan desprecio, son bromas, juegos inofensivos.
Marcial rechazó la mordacidad yámbica. No excluyó de su obra cierta malicia, pero desechó el chiste desenfrenado del mimo.
La habilidad de Marcial para organizar sus epigramas cortos, en los que todo gira en función del fulmen in clausula, ha llevado a destacar este tipo de composición y humor como el más característico de su obra. Sin embargo, también hay estructuras más complejas, donde el humor no depende tanto de la palabra como de las situaciones descritas o del tono empleado.
Marcial se enorgullecía de que su poesía reflejara la vida. Su elección poética parecía confirmada por el éxito: la poesía realista respondía a las necesidades de sus contemporáneos, cansados de la poesía solemne.
La validez de esta poesía menor no proviene de la perfección calimaquea ni de haberse elevado a través de temas líricos, sino de su verdad, de su autenticidad, de que presenta a los lectores la vida y les obliga a reconocerse en ella.
Frente a la sátira, la moral es en el epigrama un elemento secundario, una consecuencia del realismo.
En muchos de sus epigramas cortos, el chiste está al servicio del realismo, pretende destacar las costumbres absurdas y los aspectos contradictorios que el poeta observa en el comportamiento social.
La obra de Marcial tuvo un éxito inmediato que duraría mucho después de su muerte. Su influjo se dejó sentir en poetas de epigramas de la Antigüedad tardía como Ausonio, Claudiano o Sidonio Apolinar.
En el Renacimiento, autores como Cascales, Bembo o Sannazaro imitaron a Marcial en latín.
En España, poetas como Baltasar del Alcázar, Quevedo, Góngora o Gracián proclamaron la influencia de Marcial en su obra. También en el siglo XVIII, autores como Cadalso, Samaniego, Forner, Moratín, etc., se inspiraron en el poeta bilbilitano. En el siglo XIX, Marcial influyó en Martínez de la Rosa.