Portada » Historia » El Bienio Radical-Cedista y el Frente Popular en la Segunda República Española
Este periodo está marcado por las frecuentes crisis ministeriales, crisis determinadas por el siguiente conflicto: la CEDA permite que sea Lerroux quien forme gobierno exclusivamente con radicales. Se pretendía evitar conflictos con la izquierda que identificaba a la CEDA con el fascismo. El gobierno radical, así establecido, necesitaba para lograr el apoyo parlamentario asumir el programa de rectificación que la CEDA imponía, con respecto a la legislación del bienio anterior, lo que provocó muchas tensiones entre radicales y cedistas.
Así pues, quedaron paralizadas la reforma agraria, la reforma militar, la política religiosa y educativa y los Estatutos de autonomía. Los caciques recuperaron el control de los pueblos y se decretó la libertad de contratación y de fijación de los salarios en el campo. Generales manifiestamente antirrepublicanos como Mola, Franco o Goded, ocuparon puestos clave en el Ejército. Se anuló la enseñanza mixta, se paró el proceso de secularización de la enseñanza y, en contra de la Constitución, se fijaron derechos pasivos para el clero.
Todo esto provocó que el país se polarizara definitivamente entre las derechas y las izquierdas. Por un lado, la CEDA aglutina claramente a las clases medias, pero sus juventudes de Acción Popular (JAP) coquetean con el totalitarismo y participan activamente en manifestaciones violentas contra los grupos obreros. Más en el extremo se sitúan los falangistas fusionados con las JONS en enero de 1934, que actuaban con violencia en la Universidad y en las calles.
Por otro lado, Azaña reconstruye las tendencias republicanas de izquierda, tras el fracaso electoral, en un nuevo partido, Izquierda Republicana. El PSOE, con la colaboración del PCE que siguiendo las consignas de la Komitern propicia la creación de un frente antifascista, preparan una revolución para el caso de que la CEDA llegue al gobierno.
Fue este acontecimiento el más crítico de la II República. En su origen hay, como se ha visto, un clima de crispación social, la polarización de la opinión pública y la negativa de la izquierda a la entrada de la CEDA en el gobierno, algo que identificaba con el triunfo del fascismo. El 4 de octubre de 1934, la CEDA decide entrar en el gobierno con tres ministros de su partido. Esa misma tarde, los líderes socialistas ordenaron la huelga general, que no tardó en extenderse a todas las ciudades del país, pero no en el campo, porque en junio el gobierno ya había reprimido duramente una huelga en el verano. La movilización se convirtió en Asturias en una insurrección armada revolucionaria, una abierta revolución socialista que llegó a ocupar la capital con duros combates contra el Ejército, y a destituir a las autoridades. Sin embargo, el movimiento fracasó en Madrid, donde en la misma noche del 4, el Gobierno acuarteló las tropas y detuvo a los principales líderes obreros. En Cataluña, la revolución triunfó momentáneamente por el apoyo de Companys, hasta que el Ejército bombardeó la Generalitat y obtuvo la rendición del Gobierno catalán. Finalmente, se entregaron plenos poderes a Franco para acabar con el foco asturiano, quien trajo a la Legión, ocupó Oviedo y pactó finalmente una rendición en la cuenca minera. El balance de la revolución fue durísimo: más de 1.300 muertos y el doble de heridos. Se detuvieron más de 30.000 personas, entre los que estaban Azaña y Companys. Los juicios contra los revolucionarios dieron lugar a veinte condenas a muerte que no se ejecutaron, pues Alcalá Zamora y la opinión pública pidieron la amnistía.
Todo el periodo posterior estuvo marcado por los sucesos de octubre. No obstante, el gobierno radical-cedista mantuvo su programa reaccionario. Así aprobó una nueva Ley de reforma Agraria, una contrarreforma en realidad, que dejó sin contenido la anterior. También, como represalia de los sucedido en octubre, se suspendió el Estatuto de autonomía catalán. Pero la debilidad del gobierno no le permitió superar su permanente crisis, pues el partido radical, aunque necesitaba el apoyo de la CEDA, rechazaba cada vez más sus imposiciones autoritarias. La Ceda a su vez, se fue desgastando y a su derecha surgió el Bloque Nacional que dirigido por Calvo Sotelo, aglutinaba a los monárquicos. Pero tanto Gil Robles como Calvo Sotelo exploraban la posibilidad de un golpe de Estado, y a este efecto, situaron en los principales puestos de mando a los generales proclives a él. Mientras, la izquierda reclamaba la disolución de las Cortes y nuevas elecciones. Azaña, ya liberado, recuperaba su papel de gran líder y en el PSOE y el PCE se imponía la línea de Largo Caballero, favorable al entendimiento entre ellos.
La crisis definitiva del gobierno se produjo en octubre de 1935, cuando estalló el escándalo del estraperlo, un caso de sobornos de altos cargos en relación a unas máquinas de los casinos. Los radicales se hundieron y finalmente, se convocaron elecciones para febrero de 1936.
Ante la convocatoria electoral, se perfilaron dos grandes bloques, el de izquierdas y el de derechas, sin posibilidad de entendimiento entre ellos. En enero se firmó el programa del Frente Popular, que sobre una mínima orientación de la izquierda burguesa, pretendía restablecer la legislación del primer bienio, decretar una amnistía sobre los detenidos en octubre del ’34 y restablecer las garantías constitucionales suprimidas desde entonces. Al Frente Popular se unieron Izquierda Republicana, Esquerra Republicana de Catalunya, Unión Republicana, el PSOE, el PCE y el Partido Obrero Unificado Marxista (POUM), de orientación trotskista. También los sindicatos comunistas y la UGT. La CNT no participó, pero no pidió expresamente la abstención.
La coalición de derechas la formaban el Bloque Nacional y la CEDA, pero no fue capaz de hacer un programa coherente, basándolo todo en la amenaza del marxismo.
La campaña y las elecciones se celebraron con bastante orden, pese al clima de violencia verbal y de enfrentamiento latente. Participó un porcentaje muy alto de electores y el frente popular obtuvo la victoria gracias al triunfo en las grandes ciudades y en las provincias del sur y de la periferia.
Ante el triunfo electoral, los grupos de izquierda abrieron las cárceles y liberaron a los presos de octubre del ’34. Azaña se convirtió en el Jefe de un nuevo Gobierno que se estableció apresuradamente, sin contar con miembros del PSOE. Rápidamente, se envió a los generales más sospechosos a los puestos más alejados de Madrid, se decretó una amnistía y se restablecieron el Estatuto Catalán y el Parlament, pero el aspecto más significativo fue la reanudación de la Reforma Agraria. La ley de 1932 se restableció en junio ante la presión de los campesinos, quienes sin esperar al gobierno iniciaron la ocupación de tierras. El gobierno se vio obligado a autorizar las expropiaciones, dejando pendiente las indemnizaciones a sus dueños. La resistencia de los propietarios provocó enfrentamientos entre los campesinos y la Guardia Civil.
El Gobierno también inició la tramitación parlamentaria de los nuevos estatutos, el de Euskadi, que en julio de 1936 estaba ya prácticamente listo, al aceptar las Cortes la consulta de 1933, y el de Galicia, que fue aprobado en plebiscito en junio.
La primera decisión de las nuevas cortes fue destituir al Presidente Alcalá Zamora, el 7 de abril, basándose en el hecho previsto en la Constitución, de que éste había disuelto dos veces las Cortes bajo su mandato. En realidad, todo obedecía al acuerdo entre Azaña y Prieto para asumir, respectivamente, la Presidencia y la Jefatura del Gobierno. Pero en el PSOE se agudizaban las luchas internas entre dos tendencias, la liderada por Largo Caballero que propugnaba la revolución y la alianza con el PCE, y la de Prieto, más moderada. En estas condiciones, el PSOE se negó a entrar en el gobierno, por lo que no fue Prieto, sino Casares Quiroga, del mismo partido de Azaña, quien fue alzado a Jefe de un Gobierno formado en su totalidad por republicanos de izquierda, lo que no era lo más saludable para reforzar la coalición.
Desde el mes de abril se intensificaron las luchas callejeras y en las universidades, entre los grupos falangistas y las milicias obreras, dando lugar a una escalada de violencia que repercutió en el tono de los discursos parlamentarios.
Mientras tanto, los líderes de derecha llegaban a la conclusión de que sólo el golpe militar podía evitar la revolución socialista. Los generales Mola, Varela, Goded, Fanjul y Franco con reticencias, se sumaban a la conspiración. Pero el 12 de julio ocurrió un hecho que acabó de decidir a Franco, algo clave para los planes de Mola, y que precipitó el golpe. Este hecho fue el secuestro y asesinato de Calvo Sotelo en respuesta del también asesinato de un oficial de la Guardia de Asalto. Pese a los rumores del Golpe, Casares Quiroga no reaccionó y en la tarde del 17 de julio se produjo la rebelión en Marruecos, dando lugar a lo que sería la Guerra Civil.