Portada » Filosofía » El Método Cartesiano: La Duda y el Cogito
Para Descartes, el método para encontrar el primer principio es la duda, tal como se explica en el Discurso del método. En Alemania, en 1619, durante la campaña militar del Duque de Baviera, Descartes resuelve encontrar, con la sola ayuda de la razón, el primer principio de todo el saber humano. Para este ambicioso objetivo, propone unas reglas que guiarán su espíritu hacia la verdad indubitable. Estas reglas, recogidas en el segundo libro del Discurso, inspiraron la búsqueda cartesiana desde 1619:
La 1ª y 3ª regla recuerdan el papel de la intuición y la deducción en el método cartesiano, influenciado por las matemáticas y la lógica. La 2ª regla propone un análisis del problema, y la 4ª equivale a la síntesis deductiva.
En la cuarta parte del Discurso y en la primera meditación de las Meditaciones Metafísicas, Descartes utiliza la duda para cuestionar nuestras certezas. La duda cartesiana es metódica. Socava la confianza en lo que creíamos conocer: los sentidos nos engañan con ilusiones, alucinaciones y espejismos, haciendo que dudemos si soñamos o estamos despiertos.
Este principio, pienso luego existo, edificará la nueva filosofía. Cumple la primera regla: es una verdad evidente, clara y distinta. El cogito supone el giro copernicano del pensamiento: los objetos giran en torno al sujeto. Según García Morente, con Descartes, el ser humano pierde la inocencia al afirmar la existencia y el conocimiento de las cosas.
Tras el cogito, Descartes demuestra su existencia como cosa pensante que piensa ideas. Debe deducir la existencia del mundo y de su propio cuerpo. Si no, solo existiría su conciencia.
Descartes clasifica las ideas: adventicias (vienen de los sentidos), facticias (inventadas), e innatas (nacen con nosotros).
Descartes demuestra la existencia del mundo exterior a partir de la idea de Dios, ser perfecto e infinito. Su primer argumento defiende que, como el ser humano es finito e imperfecto, no puede ser la causa de la idea de Dios. Solo Dios puede serlo. Dios garantiza la existencia del mundo exterior. Dios no engaña; las ideas que pensamos se refieren a algo real. Las cosas corpóreas existen gracias a la garantía divina.
No todas las ideas son claras y distintas. Solo la extensión de las cosas corpóreas es evidente. Las cualidades de la extensión son primarias (movimiento, figura, situación, magnitud). Las cualidades secundarias (sonido, color, olor) no existen objetivamente.
La res extensa es la tercera sustancia. Las otras dos son la res cogitans (el yo pensante) y Dios (sustancia infinita). Solo Dios es sustancia en sentido estricto: “la sustancia es la cosa que no necesita de ninguna otra cosa para existir”.
Descartes retoma el dualismo platónico: el ser humano une sustancia pensante y sustancia extensa, independientes entre sí. Su visión mecanicista del universo considera el cuerpo como una máquina regida por leyes matemáticas. Para preservar la libertad de la razón, la separa del cuerpo. Surge el problema de la interacción entre ambas sustancias. Descartes propone la glándula pineal como punto de conexión entre mente y cuerpo. Esta solución no convenció, llevando a otras teorías como el ocasionalismo de Malebranche y la armonía preestablecida de Leibniz, ambas requiriendo la intervención divina.