Portada » Geografía » El cambio climático: un reto urgente para el 2020 y la próxima década
Uno de los rostros del año 2019 es el de Greta Thunberg, representante por excelencia de la generación Z (los nacidos a partir de 1997) y de la movilización social para intentar detener el calentamiento global. Y es que en 2019, la retórica y los movimientos sociales han empezado a reflejar la urgencia que los científicos llevan años señalando. Claro ejemplo de este proceso de penetración del debate es que, en opinión del Oxford English Dictionary, la expresión del año en 2019 es emergencia climática.
La joven activista sueca seguirá dando titulares en 2020 pero el verdadero éxito de este movimiento será su despersonalización y, sobre todo, su capacidad de sacudir conciencias, cambiar hábitos y aumentar la presión social sobre compañías y gobiernos. El último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente no deja margen para duda: es imprescindible que en 2020 se acelere la acción contra el cambio climático. Durante los próximos diez años se decidirá la salud medioambiental del planeta en función de si se modera o se acelera el calentamiento global.
En 2020 entra en funcionamiento el Acuerdo de París, que, en su artículo 2, fijaba como objetivo mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de los 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C. Durante este año, todos los estados —menos EE. UU., el único país del mundo que está en proceso de abandonar el acuerdo— tendrán que entregar sus nuevos planes nacionales voluntarios para alcanzar el objetivo colectivo.
Junto con la retirada norteamericana, el otro paquete de decisiones nacionales de una transcendencia más destacada vendrá de China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, que anuncia la puesta en funcionamiento de nuevas centrales de carbón. El Acuerdo de París se basa en mecanismos de transparencia, y eso debería facilitar que se ejerza presión social sobre los estados que incumplen sus compromisos o sobre aquellos que entregan planes con un nivel de ambición deficiente. La naturaleza del acuerdo favorece, en principio, una mayor politización, aunque no siempre se manifieste en una misma dirección ni con el mismo tono.
En estos momentos, por ejemplo, los movimientos sociales que piden mayor acción para el cambio climático son mucho más fuertes en medios urbanos que rurales y todavía son muy débiles en la mayor parte de países en vías de desarrollo a pesar de ser los que sufren sus efectos de forma más extrema. Por otra parte, el pacifismo de los #FridaysForFuture (FFF) compartirá protagonismo con expresiones más radicales como las del Extinction Rebellion (XR).
Mientras que movimientos climáticos marcarán agendas sociales y políticas y, en algunos casos, lo medioambiental puede convertirse en un espacio de contestación a regímenes autoritarios, también veremos la reacción opuesta: fuerzas que abrazan el negacionismo climático o que menosprecian la urgencia del reto como una preocupación de ricos urbanitas globalistas. Esta evolución es especialmente visible en los movimientos populistas de derechas a ambos lados del Atlántico, que alternan el discurso antiinmigración con la negación del calentamiento global o la crítica a las medidas para hacerle frente.
La lucha contra el cambio climático generará ganadores, perdedores y costes de transición. Es ahí donde el populismo de derechas intentará explotar los miedos de una parte de la población o de determinados territorios que todavía dependen de actividades productivas altamente contaminantes. Por esta razón, iniciativas como el European Green Deal —el objetivo de la UE de conseguir la neutralidad climática para 2050—, o las discusiones sobre la fiscalidad ambiental se juegan el éxito no sólo por lo que respecta a su ambición y capacidad para llevarlos a cabo, sino también en la medida que consigan tranquilizar los miedos de aquellos que se sientan perdedores de esta nueva realidad.
Junto a esta dinámica también veremos cambios en el comportamiento empresarial: la industria, especialmente en Europa, invertirá cada vez más en tecnologías de descarbonización, pero también habrá empresas que opten por retrasar sus planes de inversión a la espera de constatar la profundidad de la transformación de los hábitos de consumo, de la implantación de nuevas tecnologías o del marco regulador.
A un nivel micro, sucede lo mismo entre los ciudadanos. En este punto hay tres sectores especialmente sensibles: la automoción, los plásticos y la alimentación. Sin embargo, si en 2020 los Black Friday continúan batiendo records de consumo, y el tráfico aéreo no hace más que aumentar, habrá que preguntarse el porqué de tal distancia entre el discurso dominante y las acciones cotidianas.