Portada » Griego » El Imperio de Alejandro Magno: De Grecia a Persia
En el siglo IV a.C., el mundo griego se caracterizaba por la fragmentación política y militar. En este contexto, la Macedonia de Filipo II emergió como una potencia unificadora, aunque considerada «bárbara» por algunos griegos. Ubicada al norte de la península Balcánica, Macedonia contaba con importantes recursos naturales como madera, cereales, caballos y plata. Tradicionalmente dividida en grupos tribales liderados por familias aristocráticas, hacia mediados del siglo IV a.C. se encontraba en un avanzado proceso de integración política bajo el reinado de Filipo II (382-336 a.C.).
Las reformas militares implementadas por Filipo II fueron clave para la expansión de Macedonia durante su reinado y prepararon el terreno para el asalto al imperio persa por parte de su hijo, Alejandro Magno. Filipo II incorporó a la nobleza a su corte y convirtió la nueva capital, Pela, en un centro intelectual que atrajo a personalidades como el filósofo Aristóteles, maestro de Alejandro.
La expansión territorial de Filipo II incluyó la conquista de Tracia y la Grecia Central, el control de la Liga Sagrada del santuario de Apolo en Delfos y, finalmente, la consolidación de Macedonia como la principal potencia de resistencia contra los persas. La conquista de Grecia central culminó con la victoria macedonia sobre la coalición griega liderada por Tebas y Atenas en la batalla de Queronea (338 a.C.).
Tras la victoria, Filipo II convocó a las ciudades griegas al Congreso de Corinto, donde se consolidó su hegemonía sobre las poleis griegas. Filipo II lideró la creación de la Liga de Corinto (337 a.C.), en la que se le otorgó el título de «jefe supremo» (strategos autokrator) y con la que comenzó a organizar la «liberación» de las ciudades griegas de Asia Menor, bajo dominio persa. Sin embargo, Filipo II fue asesinado, y su hijo Alejandro III le sucedió en el trono.
El proyecto de Filipo II de unir a todas las ciudades griegas, incluidas las de Asia Menor, fue superado por los ambiciosos planes de su hijo, Alejandro Magno. Tras el asesinato de su padre, Alejandro heredó el trono de Macedonia y el liderazgo de la Liga de Corinto, junto con el objetivo de combatir a los persas.
Diversos rasgos definieron la personalidad y el liderazgo de Alejandro Magno. Destacan su extraordinaria capacidad estratégica y militar, su voluntad de integración étnica entre greco-macedonios y orientales, a pesar de su marcado filohelenismo, su gran capacidad administrativa, que le permitió integrar la polis griega con el sistema de satrapías persas, y su impulso al desarrollo económico mediante la fundación de ciudades y el estímulo al comercio.
En los primeros años de su reinado, Alejandro consolidó la hegemonía macedonia en Grecia, ratificó su liderazgo sobre la Liga de Corinto y realizó incursiones contra los ilirios y contra Tebas, ciudad que fue tomada y arrasada como ejemplo para el resto de los griegos.
Desde el 334 a.C., Alejandro centró sus esfuerzos en el enfrentamiento contra el Imperio Persa aqueménida de Darío III. Reconocido como comandante supremo de los griegos, Alejandro inició la expedición hacia Asia con un ejército greco-macedonio y numerosos mercenarios bárbaros.
Tras cruzar el Helesponto, Alejandro realizó un desembarco solemne en Asia, clavando su lanza en el suelo y declarando la tierra como objeto de conquista. Rindió homenaje en la supuesta tumba de Aquiles y ordenó la reconstrucción del templo de Atenea en Ilión, la antigua Troya.
La victoria sobre los persas en la batalla de Gránico (334 a.C.) le otorgó el control de las ciudades griegas de Asia Menor. Tras la victoria, envió a Grecia el botín obtenido con el mensaje: «Alejandro, hijo de Filipo, y los griegos, con excepción de los lacedemonios, sobre los bárbaros que habitan Asia».
En el 333 a.C. tuvo lugar el episodio de Gordion, uno de los muchos que contribuyeron a alimentar el mito en torno a su figura. La victoria en la batalla de Issos (333 a.C.) le abrió el camino hacia Siria, Fenicia, Palestina y, finalmente, Egipto. Alejandro capturó a la familia real persa. Tras la victoria, se dirigió al sur para tomar el control de los importantes puertos de la costa fenicia, base de la flota persa. El asedio de la ciudad-isla de Tiro se prolongó durante varios meses, y tras su conquista, los habitantes fueron masacrados como advertencia.