Portada » Historia » El Reinado de Isabel II (1843-1868): De la Década Moderada a la Revolución Gloriosa
Isabel II accede al trono y se inclina por los moderados, dejando a un lado a los progresistas. En 1844 se formó un gabinete presidido por el jefe de Gobierno Narváez, la gran figura de los moderados.
El poder de Narváez crea un creciente descontento que desembocó en un pronunciamiento de los progresistas. El pronunciamiento en 1854, lo inicia el general O’Donnell pero fracasa (la “Vicalvarada”). Los rebeldes reaccionaron y publican una proclama, el “Manifiesto de Manzanares”, que consiguió el apoyo popular (1854). O’Donnell consigue que los progresistas lleguen al ministerio. Las Cortes aprobaron una nueva Constitución, la de 1856, que incluía una declaración de derechos, limitación de los poderes de la Corona y del ejecutivo y la participación electoral (sufragio universal masculino). Establece la soberanía nacional. Pero no entrará en vigor (Constitución “non nata” de 1856), por lo que la Constitución de 1845 siguió vigente. Los progresistas, aprobaron una serie de leyes:
El Bienio transcurrió en un clima de permanente conflictividad social. A ello contribuyeron la epidemia de cólera de 1854, las malas cosechas, subida de precios y los enfrentamientos entre trabajadores y patronos. Esta agitación social creciente provocó la ruptura entre Espartero y O’Donnell. 1856 Espartero dimite y la reina encargó formar gobierno al general O’Donnell. 1856 vuelve Narváez y los moderados. Vuelta al régimen moderado con la Constitución de 1845. Se aprueba Ley de Instrucción Pública (la “ley Moyano” 1857) y se realizó el primer censo estadístico del país (1857).
O’Donnell y la Unión Liberal regresan al poder en 1858 (apoyo de la burguesía y de los terratenientes). Esta época estuvo marcada por la euforia económica tras la construcción de los ferrocarriles apoyado por los bancos y bursátiles. En este momento aparece una política exterior agresiva.
La vuelta de Narváez marca el inicio de una sucesión de gobiernos inestables presididos por O’Donnell y Narváez. Los progresistas se retiraron de la vida parlamentaria y dirigidos por el general Prim, pasaron, junto a demócratas y republicanos, a denunciar el sistema constitucional y a la misma Isabel II. A la crisis de la monarquía isabelina confluyen otras causas:
El creciente autoritarismo de Narváez llevó a la formación del Pacto de Ostende (1866). Representantes progresistas, demócratas y republicanos llegaron a un acuerdo: el destronamiento de Isabel II (eliminar régimen moderado) y la convocatoria de Cortes Constituyentes por sufragio universal. El general Prim (progresista) fue puesto al frente de la conspiración. Las muertes sucesivas de O’Donnell y Narváez (1867 y 1868) dejó a Isabel II completamente aislada en plena preparación del golpe (la Revolución de 1868: “la Gloriosa”).