Portada » Religión » El Rostro Humano de María y la Misión de la Iglesia: Un Acercamiento a la Fe Cristiana
Ser lo que somos: se destaca que en la revelación de Dios se encuentra la respuesta a la pregunta fundamental sobre la naturaleza humana y el propósito de nuestra existencia. Se enfatiza que Dios nos muestra cómo debemos ser y qué podemos esperar al revelarnos su proyecto para nosotros.
Se resalta que María, en conformidad con el plan de Dios revelado para ella, fue ante todo una discípula y aprendió a desarrollar su vida en servicio a Jesús y a la humanidad, especialmente a través de su maternidad y su acompañamiento a Jesús y a los apóstoles.
Se exploran los sentimientos de María en diferentes momentos de su vida.
Se resalta el compromiso decidido de María con el plan de Dios, su pronta disposición a servir a los demás y su papel decisivo en las situaciones difíciles que enfrentó.
Se destaca que Jesús vivió plenamente la experiencia humana y que María fue su primera imitadora y discípula, representando el modelo de aceptación del plan de Dios y de la realización plena de la humanidad.
El centro y la clave de la vida litúrgica no estará en los formalismos aceptados convencionalmente, sino que la vida litúrgica bebe del contenido de la celebración. La vida litúrgica es sobre todo la relación con el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia. En lo simbólico, la realidad visible es superada por el sentido trascendente, inabarcable para el entendimiento y solo intuido por la experiencia viva del Pueblo de Dios. Liturgia queda como algo oculto, incontrolado, abierto a las manos de Dios, ese momento de comunión entre Dios y el pueblo.
Es una actividad que responde al deseo de encontrarse con alguien, ese alguien es Dios. Que en una invitación filial nos sitúa hacia el Padre, por medio de Cristo y bajo la acción íntima del Espíritu Santo, el culto cristiano es Trinitario, Cristológico y en el Espíritu Santo. El culto de la Iglesia es comunitario, asambleario y sacramental, es interno y externo, vivido en el corazón y expresado en signos.
Celebrar es siempre un medio de relación interpersonal y encuentro con los demás. Tiene indefectiblemente una perspectiva humana y comunitaria. También tiene un componente de representación de un misterio, en el caso del cristianismo representa la pascua de Jesucristo del pasado y actualización del presente.
Es el conjunto de reglas establecidas para el culto y ceremonias religiosas, es una cuestión meramente formal, es expresión de unas formas simbólicas y ceremoniales previstas para el culto cristiano.
La presencia del Señor en la liturgia la vivimos y la percibimos los creyentes a través de mediaciones que son para nosotros soporte de conexión de lo divino con lo humano. Jesús está presente en la liturgia a través de:
Se trata de una presencia ligada a la asamblea litúrgica, que se reúne en nombre del Señor, tras el camino de Emaús, Jesús se queda con nosotros en el pan y en el vino.
San Agustín ya entendió que cuando una persona es bautizada, es Dios quien bautiza, la función del ministro es en esta línea la de ser instrumento de la acción de Cristo, incluidos los laicos.
La presencia del Señor se da también en la palabra proclamada en medio de la comunidad celebrante.
Los sacramentos son acciones in acto, aquí y ahora. Los sacramentos son acontecimientos de salvación en los que Dios interviene en la existencia de los hombres por medio de su hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
Especialmente en el año litúrgico y en el domingo.
Celebrar el misterio pascual es importante porque dentro de la liturgia se destaca como centro de la vida litúrgica la celebración del misterio pascual. El término pascua significa el paso de Jesús. Claramente la pascua es el acontecimiento central de caminar de la vida a la muerte y de la muerte a la vida. Es el ciclo que se repite constantemente en la salvación. También en el pueblo de Israel, cuando estaba en Egipto fue esclavizado y fue salvado, retornando de nuevo a la vida. El centro de la alianza estaba condensado en la promesa de Dios de no abandonar a su pueblo. La pascua y la celebración pascual hacen eco del paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.
Es el tiempo en el que los cristianos celebran y recuerdan los momentos más importantes de la vida de Jesús y de la Iglesia. 52 semanas que se dividen en cinco grandes tiempos: Navidad, el Tiempo Ordinario, Cuaresma, el Tiempo de Pascua, Semana Santa y Pentecostés. La construcción de este año litúrgico ha estado marcada por dos fuertes tiempos como han sido y siguen siendo la Navidad y el Triduo Pascual. Estos dos momentos requieren necesitando de una preparación para una mejor vivencia, de ahí nace, en parte el Adviento y la Cuaresma. Tiene también su eco y prolongación festiva durante unos periodos del año, la Epifanía y Pentecostés cumplen con esa función. En los espacios intermedios celebramos un tiempo ordinario, donde se recobra la normalidad y cotidianeidad celebrativa. El ritmo de la liturgia a lo largo del año está marcado por un fuerte sentido pedagógico. Otras fiestas fueron añadiéndose como complemento unas veces, como reacción litúrgica a unas discusiones dogmáticas: el Corpus Christi.
Los sacramentos son signos visibles que cambian a la persona. El origen tiene como referencia las acciones salvadoras de Dios en la historia del Antiguo Testamento y sobre todo en la encarnación del Hijo de Dios en Jesús y vida, muerte y resurrección, serían la prolongación de esa acción salvadora de Dios por la acción del Espíritu Santo en el hoy de la Iglesia.
Los sacramentos nos santifican: nos hacen capaces de amar como Jesús ama, nos construyen como personas humanas auténticas que viven desde dentro desde la interioridad, construyen la humanidad nueva: el cuerpo de Cristo, la comunidad de los creyentes, germen de relaciones nuevas basadas en el amor. Dan culto a Dios: son momentos de encuentro personal y comunitario con Dios.
Suponen la fe: son eficaces por el hecho mismo de la acción que se realiza, porque es Cristo mismo quien actúa en ellos, independientemente de la santidad personal del ministro pero los frutos dependen también de las disposiciones de quien las recibe. Alimentan la fe y la expresan: son relación interpersonal, lo que importa con las personas que entran en relación y no como un momento aislado. Están vinculados a la palabra: Dios se nos comunica siempre mediante obras y palabras íntimamente relacionadas, que se confirman mutuamente.
Son comunitarios: los celebra la comunidad, nunca son individuales aunque hay aspectos personales con disposición activa o pierde su eficacia. Son acción de Dios y de la Iglesia al mismo tiempo: los celebra la comunidad cristiana, el cuerpo de Cristo unido a su cabeza. Los ministros ordenados tienen la función de representar a Cristo – cabeza al servicio de todos los miembros.
A menudo se comprende la moral como una serie de imposiciones externas a la persona que limitan nuestra libertad cuando en realidad la moralidad ha estado siempre en el centro de atención de las personas y sociedades de toda raza, cultura y religión porque forman parte integrante del mismo ser persona y sociedad. Dios llama a todo hombre, incluso a quien ignora su existencia, al crearlo así como es, como ser humano y lo hace desde su misma conciencia, desde su misma naturaleza humana, desde la ley moral natural. Y desde ahí nace la respuesta amorosa concreta en amar a los demás como una tarea sencilla.
Se fundamenta en el amor de Dios hacia su pueblo, quien toma la iniciativa en establecer su relación con Él, esta relación se caracteriza por un amor liberador que busca la fidelidad del pueblo en una alianza eterna. La clave es escuchar y obedecer a Dios, quien conduce la vida y la felicidad.
Se destaca aún más el diálogo moral como respuesta al amor divino. Jesús y los apóstoles enfatizan la respuesta amorosa a Dios, quien nos amó primero. La vida moral no solo es cumplir normas sino la respuesta consciente al llamado de Dios, revelado en la conciencia y en su palabra.
Dios llama a todo hombre y lo hace a través de su misma realidad creada por Él, es decir, su conciencia. Se distinguen dos tipos de conciencia: la psicológica que es el saber en cuanto a la presencia de la realidad en el sujeto y la conciencia moral que es el saber en cuanto el bien y el mal moral implicada en una acción humana. El conocimiento del bien y el mal en relación con el actuar humano puede ser a su vez, conciencia habitual, que nos posibilita discernir lo que es conforme o no con la relación moral o también conciencia actual referida al juicio de una determinada acción.
La conciencia habitual está formada por estos primeros principios generales que son: se debe hacer el bien y evitar el mal. No hacer el mal para obtener un bien. No hacer lo que no queremos que nos hagan.
La conciencia actual es un juicio de la razón práctica que aplica los principios morales comunes al acto humano singular, aprobando o reprobando su realización según lo vea bueno o malo. La conciencia es el lugar a través del cual Dios llama al hombre a realizarse en cuanto sujeto moral y en cuanto a persona, tenemos la obligación de seguir nuestra conciencia.
Consiste en una serie de principios morales generales que la razón del hombre formula espontáneamente a partir de su propia naturaleza o modo de ser. Es una ley en cuanto a una serie de principios que dirigen el obrar humano, ordenados por la razón y con una dimensión de universalidad.
Moral porque orienta a la persona en su capacidad de conocer y hacer el bien, natural porque se encuentra en la misma naturaleza.
El contenido depende estrictamente del dinamismo de la razón práctica y de la naturaleza humana en la cual ella lee.
Es universal e inmutable, propia de todos los seres humanos en cualquier época y lugar, debido a la estructura mental y psíquica común a la humanidad. Sin embargo su aplicación concreta puede variar debido a causas subjetivas y objetivas. Desde el punto de vista subjetivo, la ignorancia y el error pueden influir en la comprensión y aplicación de los principios morales. Además está formulado a través de los 10 mandamientos.
Además de la presencia de Dios en nuestra conciencia, también tenemos acceso a Él a través de su revelación que nos proporciona un conocimiento más explícito de su voluntad y por ende de la vida moral. Como cristianos recibimos en Cristo el modelo insuperable y la norma moral concreta, personal y universal para nuestra vida. Según Pablo debemos tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo. Al aceptar la revelación cristiana nos convertimos en nuevas criaturas, lo que amplía las dimensiones de nuestra conciencia.
En el bautismo, nos unimos a Cristo y recibimos el Espíritu Santo, lo que nos transforma en una nueva creación. Esta nueva identidad implica vivir en la vida de Cristo y participar en la comunión trinitaria. Este proceso de formación en Cristo es obra del Espíritu Santo pero también requiere instrucción externa, como el Evangelio y la Tradición de la Iglesia, para guiar nuestra conciencia cristiana. A medida que escuchamos y acogemos estas enseñanzas, la ley nueva se interioriza en nuestra conciencia y nos guía en la libertad moral.
El mandato misionero tiene su fuente en el amor eterno de la Trinidad. La misión de la Iglesia se origina y se culmina a través de la misión histórica de Cristo, en la riqueza trascendente del misterio trinitario porque es obra del Padre que envía a Jesús y del Espíritu que le guía y nos guía. Toda la Trinidad está implicada en la evangelización porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo quieren ese engrandecimiento del hombre que se vea como es realmente.
La misión no es objeto de un deber, de una obligación moral. Afecta a la estructura misma del ser cristiano. No es un plus de la vida cristiana sino su despliegue. La Iglesia pierde su consistencia cuando se preocupa más de sí misma, de crecer como institución que de Dios y de los hombres a quien es enviado. Jesús tiene poder sobre todo lo que destruye al hombre, el hombre creado con la estructura misma de Cristo, estructura de amor, de servicio, de generosidad de hacer crecer a los demás, herido por el pecado, se ve incapacitado para hacerlo y se conforma con pasarlo bien y evitar el sufrimiento. La misión de Jesús es una buena noticia y la Iglesia que procede de Cristo forma parte de esta misión.
En el corazón del hombre, aunque no sea consciente de ello, está la nostalgia de Dios. Pero cuando uno se lo encuentra ha de reconocer que la iniciativa venía de Dios que le sale al encuentro para transformarle por dentro. Por eso, evangelizar tiene una dimensión antropológica, tanto para el que lo realiza como para el que lo recibe.