Portada » Historia » La Guerra Civil Española: De la Revolución Social a la Ofensiva del Norte
Para combatir la sublevación, el gobierno republicano tuvo que organizar rápidamente una fuerza militar capaz de oponerse a los sublevados. Para ello, entregó armas a las milicias de los partidos y sindicatos, y decretó la creación de batallones de voluntarios, en los que debían integrarse las milicias. En consecuencia, los sindicatos y partidos de izquierda se convirtieron en la única fuerza armada capaz de defender la legalidad republicana.
Durante el verano y otoño de 1936, el poder del Estado sufrió un desplome casi total y fue sustituido por consejos, comités y juntas que se ocupaban del gobierno local. En algunas zonas, los comités se unificaron para formar consejos regionales, entre los que destacó el Consejo Soberano de Asturias. En estos organismos se reunían las fuerzas del Frente Popular.
En el territorio que permaneció fiel a la República, el alzamiento militar provocó la extensión de un clima revolucionario. El elemento más significativo de la revolución social fue la colectivización de gran parte de la propiedad industrial y agraria. Los comités, formados por partidos y sindicatos obreros, se hicieron con el control de los transportes, los servicios urbanos, los suministros militares, las fábricas y los talleres.
En algunos casos, los empresarios huyeron, fueron detenidos o asesinados, y los trabajadores se pusieron al cargo de las empresas. Otras veces, los trabajadores comunicaban a sus dueños que las explotarían a partir de ese momento en régimen de autogestión. Una serie de decretos dieron cobertura legal al proceso. En el campo, las expropiaciones de fincas y su ocupación masiva se extendieron por Aragón, Valencia, La Mancha y Andalucía. Las tierras se colectivizaron y pasaron a depender de comités o comunas locales.
En los primeros meses de la guerra se desencadenó en la zona republicana una respuesta popular espontánea contra todo lo que pudiera tener relación con los llamados «facciosos» (sublevados). La Iglesia, la burguesía, los propietarios y las clases acomodadas fueron objeto de persecución, que se escapó del control del poder republicano. Tuvieron lugar asesinatos, los llamados «paseos», detenciones ilegales en las checas (cárceles clandestinas), saqueos e incendios de iglesias y conventos, y requisas de bienes y propiedades particulares. Muchos de los perseguidos huyeron al extranjero, se escondieron o pasaron a la zona sublevada, y por supuesto, la mayoría apoyó al bando franquista.
Las experiencias de autogestión y la imposición de un cierto «terror» revolucionario en las calles estuvieron impulsadas por la CNT-FAI, el POUM y el sector radical de la UGT.
Después de cruzar el Estrecho en julio de 1936, las tropas de África, tenían como objetivo esencial el avance hacia Madrid para tomar la capital, símbolo del poder republicano. En agosto, tomaron Badajoz; en septiembre, Franco decidió desviarse para ocupar Toledo y, a finales de octubre, se hallaban ya a las puertas de Madrid.
El 29 de octubre se decretó la movilización general para salvar Madrid. Miles de hombres y mujeres fortificaron los accesos y el interior de la ciudad. Mientras, nacían consignas que se hicieron míticas como «¡No pasarán!».
El 6 de noviembre, el gobierno republicano se trasladó a Valencia, dejando la plaza en manos de una Junta de Defensa presidida por el general Miaja. Pese a las incursiones aéreas, Madrid resistió gracias a la llegada de las primeras Brigadas Internacionales y de una columna anarcosindicalista procedente de Barcelona, al mando del líder Buenaventura Durruti. La resistencia de la ciudad de Madrid concluyó la fase miliciana.
Fracasado el intento de entrar en la capital, los sublevados emprendieron dos maniobras envolventes para aislar Madrid. Una primera maniobra produjo la batalla del Jarama, en febrero de 1937, en la que los sublevados fueron detenidos por los republicanos. La segunda maniobra condujo a la batalla de Guadalajara, donde las tropas fascistas italianas sufrieron una espectacular derrota. Fue la primera victoria republicana de gran resonancia.
Esta segunda fase de la guerra estuvo caracterizada por la regularización de ambos ejércitos, especialmente el republicano con la creación del nuevo Ejército Popular de la República y la militarización de las milicias. Por su lado, Franco militarizó también sus cuerpos de voluntarios (requetés, falangistas, somatenes, etc.).
Ante las dificultades para tomar Madrid, Franco decidió abandonar el ataque a la capital y concentrar los esfuerzos en la zona norte.
El 27 de abril, la ciudad vasca de Guernica era arrasada por la aviación nazi, por orden del cuartel general de Franco. Se producía así el primer bombardeo aéreo de la historia sobre la población civil. Bilbao fue ocupada el 19 de junio.
La República, para aliviar la presión militar en el norte, desencadenó los ataques a Brunete y Belchite; pero no consiguió evitar que las tropas de Franco entrasen en Santander y después en Asturias. Miles de personas huyeron de la región hacia la zona republicana.
A finales de 1937, los mandos republicanos todavía confiaban en la posibilidad de ganar la guerra. Para ello, se colocó al frente del ejército al general Vicente Rojo y se desencadenó la batalla de Teruel.