Portada » Historia » Los Austrias del Siglo XVII: Crisis y Conflictos Internos
A lo largo del siglo XVII, bajo el mandato de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, la Monarquía se vio aquejada de múltiples conflictos. Las tensiones políticas, unidas a la profunda crisis económica y social, fueron las causantes de la conflictividad.
Felipe III y su valido decretaron la expulsión de los moriscos en 1609, primero de Valencia y después del resto de los reinos peninsulares. Las consecuencias fueron fundamentalmente demográficas, con la pérdida de población en un momento de receso demográfico, y económicas, ante el despoblamiento y la falta de mano de obra agrícola.
Los momentos de mayor tensión se produjeron durante el reinado de Felipe IV. La idea de Olivares, valido del rey, de que los diferentes reinos colaboraran en el mantenimiento de la Monarquía, tal y como lo hacía Castilla, desencadenaría la crisis del año 1640, en el que se produjeron las sublevaciones de Cataluña y Portugal, justo en el momento en el que España estaba metida de lleno en plena Guerra de los Treinta Años contra Holanda, Francia y los Estados protestantes alemanes.
La guerra en Cataluña finalizó con la incorporación del principado a la Corona en 1652, pero en el caso de Portugal se conseguiría la independencia por el Tratado de Lisboa de 1668. Paralelamente, se produjeron otros movimientos de carácter independentista en Andalucía, Aragón y Nápoles que fueron sofocados. Las revueltas antiseñoriales y antifiscales caracterizaron el mandato de Carlos II, centradas en Cataluña y Valencia. La «revolta deis gorretes» de 1687-1689 en el campo catalán y la conocida como «segunda germanía» (1693) en Valencia son clara prueba de ello.
Desde el comienzo del reinado de Felipe IV existía en Cataluña un descontento porque el rey quiso exigir a la Diputación General un impuesto extraordinario y ésta se negó alegando que tenía que ser aprobado previamente por las Cortes. La situación se endureció con motivo de la estrategia del Conde-Duque de Olivares, al que se le ocurrió crear un segundo frente en la frontera catalana que obligara a Richelieu a disminuir la presión sobre Flandes. Obligó a Cataluña a poner en pie un ejército con sus propios medios y envió a los tercios, que cometieron numerosos abusos.
El día 12 de junio de 1640, día del Corpus, entraron en Barcelona 3.000 segadores y atacaron a los tercios. El virrey fue asesinado y la situación se repitió en otras ciudades catalanas. La respuesta de Madrid fue el castigo y la de Cataluña la secesión, constituyéndose en República bajo la protección de Luis XIII de Francia. Olivares puso en marcha de forma apresurada un ejército que fracasó ante Lérida. Al año siguiente, cayó el valido, siendo sustituido por su sobrino Luis de Haro.
Finalmente, tras 12 años de guerra, las tropas de Felipe IV entraron en Barcelona (1652), poniendo fin al intento secesionista catalán. Los perjuicios ocasionados al comercio y colonias portuguesas, las tendencias centralizadoras de Olivares, el aumento de la presión fiscal para sostener el Imperio español en Europa y la ambición del duque de Braganza están entre las causas de la sublevación de Portugal. La gota que colmó el vaso fue la recluta ordenada por Olivares para la guerra de Cataluña. El 1 de diciembre de 1640, los portugueses deponen a la virreina y el duque de Braganza es proclamado rey con el nombre de Juan IV. De inmediato, Inglaterra, Francia y los Países Bajos reconocieron al nuevo rey. Debido al esfuerzo que los Austrias estaban realizando en Europa, no pudo enviar tropas a Portugal hasta 1660, cuando ya era demasiado tarde. En 1668, la corona española reconocía la independencia del reino portugués.
Derrotada en todos los frentes y con una monarquía debilitada tanto en el exterior como en el interior, surgen otras intentonas secesionistas. En Andalucía, el marqués de Ayamonte y, sobre todo, el duque de Medina Sidonia pretendieron formar un reino independiente inspirándose en el modelo portugués (1641). El de Ayamonte fue decapitado y Medina Sidonia fue desterrado. En Aragón, se habló de asesinar al rey y proclamar como soberano al duque de Híjar (1648). Los cabecillas del movimiento fueron ejecutados y el duque de Híjar encarcelado. También hubo tumultos en Valencia y en Navarra; Iturbide intentó también la secesión (1648). En Nápoles y Sicilia, la sublevación fue sofocada en 1648 por don Juan José de Austria tras abolir los impopulares impuestos con que habían gravado al país para hacer frente a los ingentes gastos de guerra en tiempos de Olivares.
En el siglo XVII, la apariencia de gran potencia se mantuvo relativamente, pero graves conflictos pusieron a la monarquía española al borde de la desintegración territorial. La Guerra de los Treinta Años (1618-48/59) comenzó como una lucha entre el emperador de Austria y los protestantes alemanes. La intervención española a favor de Austria y el apoyo de Francia a los protestantes convirtieron la guerra en un gran conflicto internacional por la hegemonía en el continente.
Los Habsburgo obtuvieron inicialmente victorias frente a checos, daneses y suecos, pero se obligó a los Habsburgo a firmar la Paz de Westfalia (1648), en la que España pierde las Provincias Unidas. La guerra con Francia continuó hasta la Paz de los Pirineos (1659), por la que España pierde el Rosellón y la Cerdaña. A Felipe IV le sustituyó su hijo Carlos II. En 1684, en Ratisbona, se firmó una tregua de veinte años con Francia, tregua que fue rota en 1690 al concluirse una alianza entre España, Inglaterra, los Países Bajos y el Imperio, dando lugar a un tercer enfrentamiento bélico que duraría hasta 1697. Los ejércitos franceses ocuparon parte de Cataluña y de Barcelona.
Los años últimos del reinado de Carlos II estuvieron marcados por la locura del monarca, producto de las presiones políticas y las intrigas palaciegas, y por el problema sucesorio. En un principio, el candidato designado era José Fernando Maximiliano, pero falleció, y volvió a presentarse el problema de elegir entre el archiduque Carlos y Felipe de Anjou. Esto provocó una contienda por la sucesión al trono español en la que intervinieron las principales potencias europeas. Su muerte, el 1 de noviembre de 1700, desencadenó la Guerra de Sucesión (1700-1713) al trono español, que se convirtió en un importante conflicto internacional por la hegemonía política en Europa.
El siglo XVII fue un siglo de crisis económica en Europa en general. En la Corona española, la crisis fue más temprana y más profunda que en el resto de Europa. Ya en la primera mitad del siglo aparecen serios problemas demográficos. Cruentas epidemias coincidieron con épocas de carestía y hambre, a lo que se sumó la expulsión de los moriscos en 1609, y las frecuentes guerras exteriores y el incremento de los miembros del clero que hizo descender la natalidad. La crisis golpeó con más fuerza a Castilla que a los reinos periféricos.
En la segunda mitad del siglo, la crisis se agudizó. A la decadencia de la agricultura, agravada por la expulsión de los moriscos, se le unió la de la ganadería lanar, que encontró graves dificultades para la exportación, y la de la industria, incapaz de competir con las producciones extranjeras. El comercio también entró en una fase recesiva. La competencia francesa en el Mediterráneo y la competencia inglesa y holandesa en el Atlántico agravaron una coyuntura marcada por el creciente autoabastecimiento de las Indias y el agotamiento de las minas americanas. Consecuencia de la crisis comercial fue la disminución de la circulación monetaria.
La situación fue empeorada por la incorrecta política económica de los gobiernos de la Corona, que agravaron más que solucionaron los problemas (devaluación monetaria, aumento impositivo,…). En este marco de crisis económica, la sociedad estamental española vivió un proceso de polarización marcada por el empobrecimiento de un campesinado que constituía la mayor parte de la población, la debilidad de la burguesía y las clases medias, y el crecimiento numérico de los grupos sociales improductivos como la nobleza y el clero en un extremo y los marginados: pícaros, vagos y mendigos en otro. La mentalidad social imperante, marcada por el desprecio al trabajo, agravó la crisis social y económica. El hidalgo ocioso y el pícaro se convirtieron en arquetipos sociales de la España del Barroco.
Con la muerte de Felipe IV y la minoría de edad de Carlos II, se produce la regencia de Mariana de Austria y su valido, el jesuita Nithard. La corte era un hervidero de intrigas y luchas políticas ante la escasa capacidad de Carlos II al frente de la Corona (1675-1700). Los validos se sucedieron (Nithard, Valenzuela, Juan José de Austria, el duque de Medinaceli, el conde de Oropesa) en un clima creciente de inestabilidad política. A pesar de ello, la situación económica y demográfica mejoró a partir de 1680, aunque surgieron conflictos internos: revueltas de los barretines en Cataluña (1688-89), Segundas Germanías en Valencia (1693) y motín de los Gatos en Madrid (1699).
El problema sucesorio fue el más importante. Pese a los dos matrimonios de Carlos II, no tuvo descendencia; por ello, se fueron perfilando dos candidatos: el archiduque Carlos de Austria (rama austriaca de los Habsburgo) y Felipe de Anjou (casa de Borbón y nieto de Luis XIV). Carlos II se decantó por éste, con la intención de asegurar el apoyo de la poderosa Francia. El temor de algunas potencias (en especial Inglaterra y Austria) a un bloque hispano-francés provocó, tras la muerte del monarca, la Guerra de Sucesión Española.
Carlos II murió sin descendientes, heredando el trono a Felipe de Anjou; lo que desembocó en una guerra internacional: el archiduque Carlos de Habsburgo, con la Gran Alianza antiborbónica (Holanda, Inglaterra, Portugal, Prusia y el Ducado de Saboya) y Felipe de Borbón con Francia y España; y España en una guerra civil, Castilla con Felipe de Anjou y Aragón al archiduque.
La Guerra de Sucesión (1701-1715) en principio fue favorable a la Gran Alianza, pero Felipe V se impuso en Almansa (1707), y Brihuega y Villaviciosa (1710). El archiduque Carlos heredó el imperio austriaco (1711), precipitando el fin. Los Tratados de Utrecht (1713) y Rastadt (1714) supusieron acuerdos de carácter:
Recuperar estos territorios será el objetivo de la política exterior española del siglo XVIII: Felipe V firma el Primer Pacto de Familia (1733, Guerra de Sucesión polaca), recuperando Sicilia y Nápoles para Carlos. El Segundo Pacto de Familia (1743, Guerra de Sucesión de Austria) obtiene Parma para Felipe. Carlos III firmó el Tercer Pacto de Familia (1761), participando en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) y la Guerra de Independencia de EE.UU. (1775-1783), recuperando Florida y Menorca.