Portada » Filosofía » Filosofía de Nietzsche y Marx: Materialismo, Moral y Superhombre
Marx aborda el problema de la sociedad y la política mediante el materialismo histórico y dialéctico. Su contribución fundamental es interpretar la historia desde condiciones materiales y económicas, utilizando el método dialéctico de Hegel. Este método sostiene que lo real se desarrolla a través de contradicciones, siguiendo un movimiento dialéctico de afirmación, negación y negación de la negación.
El materialismo histórico de Marx analiza el desarrollo de la humanidad desde una perspectiva material, enfocándose en el desarrollo de las fuerzas productivas (trabajo) y sus efectos en las relaciones de producción y la organización social, política y cultural en cada etapa histórica. Los conceptos clave de esta nueva ciencia histórica incluyen la idea de que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, con el enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Marx considera que el movimiento obrero es la expresión más radical de esta lucha, buscando la abolición de las clases a través de la revolución socialista y la dictadura del proletariado.
A lo largo de la historia, las relaciones entre los hombres y los medios de producción han generado divisiones en clases, con unos pocos como propietarios y la mayoría como trabajadores. Estas relaciones determinan la forma en que las personas piensan y se organizan políticamente, donde el nivel económico influye en los niveles político e ideológico. La alienación económica de los trabajadores se origina en la propiedad privada de los medios de producción, que genera una plusvalía beneficiando exclusivamente a los propietarios.
Marx aboga por la abolición de esta propiedad privada a través de la revolución socialista y la dictadura del proletariado, conduciendo a la eliminación de clases y a la instauración de una sociedad comunista, donde la felicidad individual y colectiva prevalecerá. Para alcanzar la sociedad comunista sin clases, Marx propone atravesar la etapa de la dictadura del proletariado, destinada a desaparecer una vez que cumpla sus objetivos, ya que todo Estado, según Marx, es una manifestación de la lucha de clases.
Marx, en la obra »La esencia del cristianismo», retoma la crítica de Feuerbach a la religión. Feuerbach afirma que el ser humano ha proyectado fuera de sí, en Dios, aquello que realmente es y que debería buscar en sí mismo, produciéndose así la alienación mediante la religión. Marx asume esta crítica y considera que la religión es una ideología que justifica e intenta mantener la realidad histórica de injusticia. Según Marx, la religión adormece al pueblo para que no busque la transformación en este mundo. Sin embargo, Marx afirma que la supresión de la religión no libera al hombre de la alienación, porque se olvida la base material e histórica que está en las relaciones de producción.
La muerte de Dios ha dejado al hombre sin valores, sumido en la nada. Nietzsche propone que el hombre utilice su voluntad de poder, su poder creativo, para superarse a sí mismo y dar lugar al superhombre. El superhombre será la encarnación del dios Dionisos, rebosante de vida, y realizará la transmutación de valores, siendo «el sentido de la tierra» que da significado a lo terrenal. No es un individuo único, sino un nuevo tipo de ser humano, moralmente autónomo y capaz de crear valores.
Nietzsche describe el proceso de transformación hacia el superhombre en «tres transformaciones»: el espíritu se convierte en camello, luego en león, y finalmente en niño. El superhombre posee la inocencia de un niño, moviéndose por instinto, más allá del bien y del mal, sin prejuicios morales. Aceptando el reto máximo, el superhombre vive su vida con la perspectiva del eterno retorno, la idea fundamental de la obra «Así habló Zaratustra».
El eterno retorno implica la repetición eterna de toda la vida y es la afirmación más extrema de la voluntad de poder, que abraza la vida con todas sus consecuencias. Nietzsche utiliza el concepto del eterno retorno para refutar la concepción lineal y teleológica del universo, negando la existencia de un «transmundo» platónico o de otro mundo cristiano. Sostiene que este mundo es el único, y cualquier búsqueda de otro mundo es una pérdida de realidad. La fórmula del eterno retorno expresa el deseo de que todo sea eterno, buscando la eternización del presente. Es un llamado a abrazar plenamente la vida y sus imperativos, sin escapar hacia ilusiones de otros mundos.