Portada » Historia » La Consolidación y Crisis de la Dictadura Franquista (1959-1975)
El final de una larga posguerra abrió el camino de una lenta recuperación a partir de la década de los 50, hasta alcanzar un notable desarrollo económico y transformaciones sociales y culturales.
En los últimos años de vida del dictador, la sociedad española, en un contexto de mayor bienestar, demandaba libertades mientras que la dictadura no alteraba su naturaleza.
En la década de los 60 se abre una etapa desarrollista en la que el principal objetivo era la subida de la renta per cápita, gracias al reconocimiento internacional (acuerdos con EEUU) y el comienzo del despegue. Entre 1962 y 1975 se llevan a cabo planes de desarrollo cuatrienales ideados por López Rodó; buscaban el crecimiento del Producto Nacional, el pleno empleo, mejor reparto de la renta y una progresiva integración española en la economía mundial. Además, también señalaban las direcciones de la inversión, favorecían la iniciativa empresarial privada y preveían la creación de polos de desarrollo.
Aunque no se alcanzaron todos los objetivos, España registró en «la década prodigiosa» una de las tasas de crecimiento más elevadas del mundo: aumentó la producción industrial (automóviles y electrodomésticos), se realizaron grandes inversiones y las importaciones se pudieron realizar gracias a la continua entrada de divisas del turismo y los capitales de emigrantes. La inversión del capital extranjero facilitó la compra de materiales y el aumento de exportaciones.
La otra cara del desarrollo la constituían las desigualdades en la distribución de la renta y el mal reparto regional, que presentaba grandes desequilibrios: por un lado se encontraban las zonas más prósperas económicamente, País Vasco (Bizkaia), Cataluña (Barcelona) y Madrid, mientras que por otro lado se encontraban las menos favorecidas, Andalucía, Extremadura y zonas de Galicia, quienes no conseguían salir del atraso.
Debido al milagro económico, la sociedad cambió con rapidez, una parte importante de la población emprendió el éxodo a las ciudades principales que iniciaron un crecimiento espectacular, aumentó el flujo de turistas y se establecieron algunas multinacionales. Todo esto sirvió para poner a los españoles en contacto con otras formas de vida y nuevos modos de comportamiento político y social.
El influjo de la iglesia en la vida cotidiana fue perdiendo peso en favor de una idea más materialista basada en el placer, la permisibilidad y el consumismo. Una nueva sociedad se instalaba en la cultura del bienestar y la tolerancia, más en sintonía con los países de Europa Occidental.
Desde los años 60, España era por primera vez en su historia una nación moderna con una abundante clase media. Pero al favorecer la creación de una sociedad materialmente satisfecha, el régimen provocó el ansia de una verdadera transformación política.
Al compás del desarrollo económico y social crecieron los movimientos de oposición, manifestándose con un despliegue más amplio y redoblando sus acciones de protesta, implicando a nuevos sectores de la población.
A la conflictividad laboral, estudiantil y nacionalista hay que añadir la eclesiástica. El clero joven y los católicos progresistas se enfrentaron a su jerarquía y reclamaron el derecho de la iglesia a tomar partido contra la dictadura.
El llamado cristianismo popular, las comunidades de base y los grupos de acción católica empezaron a ser considerados como uno de los sectores más influyentes en la reivindicación del cambio. Se generalizaron las denuncias contra los obispos «rojos» y sacerdotes comunistas.
El desgaste de las relaciones Iglesia-Estado desembocó en continuos enfrentamientos.
Los conflictos en el mundo del trabajo aumentaron y se observó una progresiva politización del movimiento obrero, fortaleciéndose los sindicatos clandestinos (CCOO).
La actitud crítica de amplios sectores universitarios desembocó en la destitución de varios catedráticos (Aranguren, Tierno Galván…) por apoyar las manifestaciones estudiantiles.
Se revivieron los movimientos nacionalistas (catalanes, vascos) y ETA (1959) se convirtió en el principal problema del régimen y de España. En 1970 logró un notable éxito publicitario con el «proceso de Burgos» (juicio sumarísimo): en él, seis miembros de ETA fueron condenados a pena de muerte acusados de asesinar a un policía (Melitón Manzanas) en San Sebastián. Franco se vio obligado a indultarlos ante las multitudinarias manifestaciones.
La inestabilidad política se fue acentuando por el declive físico del dictador. No teniendo ninguna respuesta que ofrecer ante el aumento imparable de la conflictividad, el régimen reaccionó endureciendo la represión y ahogando cualquier intento de apertura, aunque en las filas franquistas se debatiera ya entre el aperturismo y el inmovilismo.
Cuando en 1973 Franco traspasó sus funciones de gobierno a su fiel Carrero Blanco, el ejecutivo tuvo como objetivo aplastar a la oposición. El almirante caía muerto, víctima de un atentado de ETA el 20 de noviembre de 1973. La elección del sucesor, Carlos Arias Navarro, constituyó la última decisión política importante del caudillo, que murió en noviembre de 1975.
En los últimos años de la dictadura, se empezaban a acusar los primeros síntomas de la crisis mundial (petróleo), lo que intensificó la conflictividad laboral y las protestas de la oposición.
El dictador dejaba un país renovado, con posibilidades de futuro, pero con las mismas limitaciones políticas que había padecido durante casi 40 años.
Sería la sociedad española la protagonista, tras su muerte, de una transición gradual y pacífica que supuso el fin definitivo de la dictadura y el inicio de la democracia.