Portada » Historia » Historia de la Península Ibérica: Desde la Prehistoria hasta la Baja Edad Media
La Prehistoria, que abarca desde los primeros homínidos hasta la invención de la escritura, se divide en diversas etapas, siendo dos de las más significativas el Paleolítico y el Neolítico. Durante el Paleolítico, los homínidos en la Península Ibérica, como el Homo antecessor y el Homo heidelbergensis, adoptaron un estilo de vida depredador, enfocándose en la caza, pesca, recolección y carroñeo. En el Paleolítico Medio, surge el Homo neandertalensis, y en el Superior, el Homo sapiens, marcando la evolución hacia el ser humano actual. Este período se caracteriza por un estilo de vida nómada, la elaboración progresiva de herramientas con sílex y huesos, la organización tribal sin jerarquías claras, el dominio del fuego y ritos funerarios. Las manifestaciones artísticas más destacadas se encuentran en cuevas como Altamira y Tito Bustillo, representando animales con realismo y policromía, posiblemente vinculados a rituales mágicos propiciatorios.
En el Neolítico, que se inicia en la península en el IV milenio a.C., la humanidad experimenta un cambio hacia actividades productoras, adoptando la agricultura y la ganadería. La vida se vuelve sedentaria, surgen los primeros poblados, y se observa un avance técnico con la piedra pulimentada, la rueda, la cerámica y el tejido. Se establece el comercio gracias a los excedentes, y la organización social se complica con la propiedad privada y la necesidad de garantizar la supervivencia de poblaciones crecientes.
En el ámbito artístico, se destaca la pintura levantina en abrigos rocosos, caracterizada por la monocromía y el esquematismo. Las representaciones humanas forman escenas grupales que narran la vida tribal, incluyendo caza, danzas, rituales y guerra. Lugares como Cogull en Lérida y Valltorta en Castellón presentan ejemplos notables de esta expresión artística.
En resumen, el Paleolítico y el Neolítico representan momentos cruciales en la evolución humana, marcados por la adaptación, el desarrollo técnico y cambios en las formas de vida y organización social, cuyas huellas perduran en las expresiones artísticas.
Durante el primer milenio a.C., se produjeron migraciones de pueblos indoeuropeos y colonizaciones del Mediterráneo oriental en la Península Ibérica. Los fenicios, provenientes del Líbano, establecieron factorías como Gadir, Malaka y Sexi, introduciendo técnicas como el torno del alfarero, el cultivo del olivo, la vid y el alfabeto. En el siglo VI a.C., los griegos fundaron colonias como Emporion y Rhode desde Marsella, influyendo en la producción artística íbera y dejando su impronta en la Dama de Elche. Posteriormente, los cartagineses, de Cartago, fundaron Carthago Nova y Ebussus en la pugna con Roma.
Estas influencias impulsaron la formación del reino de Tartesos en el valle del Guadalquivir, destacando su riqueza basada en el comercio de metales, evidenciada por el Tesoro de El Carambolo. La decadencia fenicia marcó el fin del estado, investigado en yacimientos como El Turuñuelo (Badajoz). En el momento de la llegada de los romanos (siglo III a.C.), la península estaba dividida en dos áreas culturales:
Los romanos llegaron a la península ibérica durante la Segunda Guerra Púnica (siglo III a.C.) en su conflicto con Cartago. La conquista de Hispania se llevó a cabo en tres fases:
Paralelamente a la conquista, se produjo la romanización, un proceso de asimilación cultural más intenso en el sur y este. Los romanos establecieron una división administrativa provincial y fundaron ciudades clave como Emérita Augusta, Tarraco y Caesar Augusta. Realizaron obras públicas, mejorando las comunicaciones y la calidad de vida (calzadas, puente de Alcántara, acueducto de Segovia, teatro de Mérida, anfiteatro de Tarragona).
En el ámbito social, introdujeron la división entre libres (patricios, plebeyos y libertos) y esclavos, mientras que el sistema productivo fue esclavista y exportador. El legado cultural romano incluye la adopción del latín, origen de lenguas romances (castellano, gallego, catalán), el derecho romano y la transición de una religión politeísta a la cristiana. La integración cultural se refleja en figuras como Séneca y emperadores como Trajano, de origen hispano.
En el año 409, grupos bárbaros como suevos, vándalos y alanos invadieron Hispania. Los visigodos, aliados de Roma, expulsaron a vándalos y alanos. Retirados a la Galia, fundaron el Reino de Tolosa. En 507, tras la derrota ante los francos, se establecieron en Hispania, creando un reino con capital en Toledo hasta la invasión musulmana en 711.
Diversos monarcas visigodos realizaron esfuerzos de unificación territorial, legislativa y cultural. Leovigildo conquistó el reino suevo, Suintila expulsó a los bizantinos, Recaredo promovió la unidad religiosa al convertirse al cristianismo en el III Concilio de Toledo, y Recesvinto estableció el código jurídico Liber Iudiciorum.
La monarquía visigoda era electiva, generando inestabilidad y fortaleciendo la nobleza e Iglesia, participantes en la elección del rey. Destacaban instituciones como:
Los Concilios de Toledo, inicialmente eclesiásticos, adquirieron un carácter político tras la conversión de Recaredo. Convocados por el rey, congregaban a la jerarquía eclesiástica y nobleza para respaldar decisiones reales. Estas instituciones y eventos, característicos de la monarquía visigoda, dejaron un impacto duradero en la historia política y cultural de la península ibérica.
La llegada de los musulmanes a la península ibérica se facilitó debido a la guerra civil entre facciones nobiliarias visigodas. Dirigidos por Tarik, derrotaron al último rey visigodo, Don Rodrigo, en la batalla de Guadalete en 711. La conquista fue completada por Muza y su hijo Abdelaziz en pocos años, con la escasa resistencia de la población y acuerdos con nobles visigodos.
Al-Ándalus se integró como Emirato dependiente del Califato de Damasco, pero Abd al-Rahmán I proclamó el Emirato Independiente en 756, marcando la autonomía política. Abd al-Rahmán III proclamó el Califato de Córdoba en 929, iniciando un período de esplendor que concluyó con la dictadura de Almanzor y una posterior crisis que llevó a la formación de pequeños reinos independientes o taifas en 1031.
A pesar de su brillante desarrollo cultural, los enfrentamientos internos debilitaron Al-Ándalus frente a los reinos cristianos, a los cuales debían pagar parias para garantizar la paz. Tras la conquista de Toledo por Alfonso VI en 1085, las taifas buscaron ayuda de los almorávides, quienes unificaron Al-Ándalus. La decadencia de los almorávides en el siglo XII llevó a la proclamación de segundas taifas, conquistadas por los almohades.
Los almohades impusieron un régimen rigorista en lo religioso y una elevada presión fiscal. Su derrota en las Navas de Tolosa en 1212 marcó el fin de su hegemonía en Al-Ándalus. El reino nazarí fue el último estado musulmán que pervivió hasta 1492, estableciendo su capital en Granada. Su prosperidad se basó en la exportación de seda y acordaron el pago de tributos con la Corona de Castilla, que finalmente los conquistó en 1492.
En Al-Ándalus, la agricultura centrada en la trilogía mediterránea (olivo, trigo, vid) fue clave, con mejoras en el regadío y la introducción de nuevos cultivos como arroz, cítricos, azafrán, algodón y morera para la industria de la seda. Las ciudades prosperaron con una artesanía activa y comercio respaldado por la acuñación de monedas. Las diferencias sociales se basaban en religión y riqueza, con árabes y sirios en la aristocracia, bereberes y muladíes en estratos inferiores, y minorías como mozárabes, judíos y esclavos.
Al-Ándalus fue un centro cultural y científico, actuando como puente entre Oriente y Occidente. La numeración arábiga y la filosofía aristotélica, gracias a Averroes, se difundieron. La lírica andalusí introdujo formas como el zéjel y la moaxaja. Destacaron figuras como Ibn Hazam y Ibn Jaldún. La huella cultural persiste en vocabulario, costumbres, gastronomía y música.
Los judíos sefardíes participaron en el florecimiento cultural, destacando Maimónides en la conciliación de religión y filosofía. En los reinos cristianos, su presencia en la Escuela de Traductores de Toledo fue significativa, ayudando en la traducción de textos clásicos griegos conservados en árabe. La huella judía perdura en las juderías, destacando sinagogas como la del Tránsito y Santa María la Blanca en Toledo.
Entre los siglos VIII y X, surgieron los reinos cristianos peninsulares, como Asturias, León, Castilla, Pamplona, Aragón, y los Condados Catalanes. La expansión territorial contra Al-Ándalus tuvo varias etapas:
Los reinos cristianos eran gobernados por reyes cuyos poderes se limitaban a las tierras de realengo, ya que nobles y eclesiásticos controlaban sus señoríos. La Curia Regia asesoraba a los reyes, y desde el siglo XII en León y el XIII en los demás reinos, se convocaron Cortes, que asesoraban y votaban subsidios. Las Cortes tenían estamentos: la nobleza, el clero y el estado llano. En la Baja Edad Media, la monarquía castellana centralizó el poder, mientras que la aragonesa adoptó el pactismo al ser una confederación con leyes e instituciones propias en cada reino.
En paralelo a la conquista territorial frente a Al-Ándalus, los reinos cristianos implementaron diversos modelos de repoblación.
La sociedad medieval se dividía en tres estamentos: nobleza, clero y estado llano.
La sociedad experimentó un proceso de feudalización, reflejado en el régimen señorial, un sistema organizativo basado en señoríos concedidos por el rey a particulares o colectivos, creando lazos de dependencia personal con los habitantes de esos territorios.
En los siglos XIV y XV, se desató una crisis demográfica, social, política y económica en la península ibérica. La Peste Negra y malas cosechas causaron una gran mortandad y reducción de campesinos y tierras cultivadas. La nobleza respondió con impuestos y endurecimiento de condiciones, generando revueltas como la de los payeses en la Corona de Aragón y la Guerra Irmandiña en Galicia. Persecuciones contra minorías religiosas, como la judía, se intensificaron, evidenciadas en pogromos como el de 1391 en Sevilla.
Desde el ámbito político, los reyes buscaron fortalecer su poder, enfrentándose a la nobleza y desencadenando guerras civiles, como la guerra entre Pedro I y Enrique de Trastámara en Castilla en el siglo XIV. En la Corona de Aragón, el Compromiso de Caspe (1412) otorgó el trono a Fernando de Antequera. En la Corona de Aragón, la guerra civil catalana (1462-1472) y la lucha por el control de Barcelona entre la Biga y la Busca marcó el declive catalán. La política exterior de la Corona de Aragón se centró en la expansión mediterránea.
El reino de Navarra, acosado por Castilla, Francia y Aragón, se acercó a Francia en el siglo XIV, llevando a dinastías francesas al gobierno hasta 1425. Conflictos internos debilitaron a Navarra, permitiendo su conquista por Fernando el Católico en 1512, incorporándolo al reino de Castilla.