Portada » Historia » Historia de España: Desde la Prehistoria hasta la Industrialización
Los homínidos, procedentes de África, supieron adaptarse al clima cambiante del Paleolítico. Componían clanes de lazos familiares. Eran recolectores y nómadas. Supieron pasar del carroñeo a la caza especializada y el trabajo con cuero y fibras. El Neolítico, procedente de Oriente Próximo, supone la llegada de las actividades agrícolas y ganaderas. La domesticación propició la sedentarización y el surgimiento de aldeas. Los trabajos artesanos se especializaron y aparece la jerarquía social que culminará en la Edad de los Metales. El arte rupestre es testigo del cambio, pasando del naturalismo del paleolítico cantábrico a un esquematismo narrativo del neolítico levantino.
Tartessos fue un estado aristocrático del suroeste peninsular de gran riqueza minera y agrícola. Los íberos, una serie de pueblos que comparten lengua y cultura, se extienden por la costa mediterránea. Cuentan con gran desarrollo urbanístico y artístico. Los pueblos de influencia celta y lenguas indoeuropeas, ocupan el resto del territorio. La ganadería y la metalurgia son sus actividades principales. Estos pueblos tuvieron contactos comerciales con los fenicios asentados en la costa sur (Gadir, Sexi, Malaka) y con griegos en el noreste (Rodes, Emporion). De ellos aprendieron la conserva en salazón, la moneda, la escritura así como influencias religiosas y culturales.
La primera fase de la conquista se desarrolla en el contexto de la II Guerra Púnica. Roma acomete la conquista del interior en una segunda fase, encontrando resistencia por parte de Lusitanos y Celtíberos. En el 19 a.C., Augusto concluye las conquistas venciendo a Cántabros y Astures. Para organizar el territorio, Roma crea las provincias. Sus capitales serán focos de la romanización. Se adoptan las instituciones y derecho romano para la administración. El latín facilita la transmisión de la cultura clásica y posteriormente el cristianismo. El modo de vida de Roma se reproduce en toda ciudad. La red de calzadas facilita la integración territorial.
La crisis del siglo III transformó las estructuras de Roma. Esta situación facilitará el asentamiento de pueblos germánicos. Los visigodos, aliados del imperio, consiguieron reducir a Vándalos y Alanos en la Península. Tras la caída de Roma y la expulsión de las Galias, los visigodos fijan su reino en Toledo. Anexionarán los territorios de Suevos, Bizantinos, Cántabros y Vascones. La monarquía visigoda era electiva, asesorada por el Aula Regia. Existían grandes diferencias culturales entre la minoría visigoda y los hispanorromanos. Para conseguir el apoyo de los obispos locales, los reyes convocaban concilios con carácter legislativo. En el 654, se promulga el cuerpo legislativo común (liber ludiciorum)
La debilidad del Reino Visigodo, la superioridad musulmana y el uso de la diplomacia pueden explicar la rápida conquista de la Península. Al-Ándalus quedará integrada en el Califato de Damasco hasta la proclamación de Abderramán I como emir independiente en el 756, con Córdoba como capital. Los emires andalusíes tuvieron que hacer frente a una serie de revueltas y levantamientos (tanto de las élites árabes como de mozárabes y bereberes) así como movimientos secesionistas. Abderramán III conseguirá sofocarlas y es proclamado Califa en el 929. La época califal será la de mayor esplendor de Al-Ándalus. El visir Almanzor realizará incursiones en los reinos cristianos, pero tras su muerte el califato se fragmentará en numerosos Reinos Taifas, débiles y efímeros. Desde el siglo XI, Al-Ándalus verá reducir su territorio y será incorporada tanto al califato Almorávide como al Almohade. En 1238, el Reino Nazarí de Granada será el último reino musulmán peninsular como un gran foco artesanal y comercial entre oriente y occidente.
La agricultura andalusí incluye la triada mediterránea (latifundios de secano) así como nuevos cultivos de regadío como el arroz, los cítricos, caña de azúcar o morera. Existe una artesanía destinada a usos cotidianos, en talleres familiares y otra de productos de lujo para la exportación, en talleres estatales. Las rutas comerciales conectan Al-Ándalus con Oriente (ruta de la seda) y con África (ruta transahariana y sudanesa), siendo la entrada a Europa de especias, oro, marfil o esclavos. La sociedad de Al-Ándalus es compleja (tanto religiosa como étnica), diferenciando una aristocracia, compuesta por musulmanes árabes y las clases populares, que incluye bereberes, muladíes, judíos y mozárabes. Por último, esclavos de origen eslavo y subsahariano. Al-Ándalus fue foco cultural en la alta Edad Media. La ciencia andalusí destacó en medicina, astronomía y matemáticas. También la filosofía con Averroes y Maimónides. El arte andalusí, de gran riqueza ornamental, presenta influencias visigodas y bizantinas.
Los Reinos Cristianos se configuran durante los siglos VIII y IX en la Cordillera Cantábrica en torno al Reino de Asturias y en los Pirineos con el reino de Pamplona y la Marca Hispánica. Tras la caída del poder califal, irán ganando importancia política y económica. El avance hacia el sur es favorable en momentos de debilidad de Al-Ándalus. Están organizados en un sistema feudal; donde clero y nobleza se presentan como los estamentos privilegiados, poseedores de grandes señoríos. Por otro lado, un estamento no privilegiado muy heterogéneo (burgueses, villanos y siervos). La repoblación de territorios conquistados se realizará siguiendo distintos modelos: En el siglo X, hasta el río Duero y el Prepirineo, con un sistema de presura. En el siglo XII, el valle del Tajo y del Ebro, donde se establece el sistema concejil de fueros. En el siglo XIII, se conquista Valencia, Murcia, Baleares y el valle del Guadalquivir, donde nobles y órdenes militares reciben feudos en sistema de repartimiento.
La Corona de Castilla incorpora Galicia, la Cornisa Cantábrica, Extremadura, Meseta Central, Murcia y Baja Andalucía. Está ligada con el comercio atlántico exportando lana y productos agrícolas. Políticamente es centralista (unas cortes para todos los territorios) y de carácter autoritario (cortes con poco poder). Los Consejos son órganos consultivos; las audiencias, que imparten justicia en nombre del rey y los corregidores, enlaces de la corona en los gobiernos municipales. Son cargos reservados a la nobleza y burguesía. La Corona de Aragón incluye los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca y Cataluña. En su expansión mediterránea incorpora Cerdeña, Sicilia y Nápoles, estando ligada con el comercio mediterráneo. Políticamente tiene carácter federal (cada reino tiene sus propias cortes) y pactista. Cada reino cuenta con instituciones que vigilan el cumplimiento de los pactos alcanzados (diputación y generalitat). Navarra, sin mayor expansión territorial, vivirá entre las influencias francesas, aragonesas y castellanas, con un sistema político que evolucionará del pactismo al centralismo.
Durante el reinado de Isabel II, marcado por la agitación política y la industrialización, se desencadenaron importantes eventos que transformaron la historia europea. La Primera Guerra Carlista, un conflicto derivado de disputas sucesorias, enfrentó a los partidarios de Don Carlos con los de Isabel, reflejando divisiones ideológicas y regionales en España.
El carlismo, una corriente política que rechazaba el liberalismo y abogaba por los valores del Antiguo Régimen y la monarquía absoluta, encontró apoyo en la Iglesia y en regiones donde los fueros tradicionales estaban amenazados o eran deseables. Este movimiento, liderado en su mayoría por sectores rurales, chocó con las fuerzas isabelinas en una serie de conflictos, especialmente concentrados en el Norte de España.
La guerra carlista, que se prolongó durante varios años, vio enfrentamientos liderados por destacados líderes como Zumalacárregui, cuya muerte en combate marcó un punto de inflexión en el conflicto. Después de una serie de disputas internas dentro del movimiento carlista, se firmó el Convenio de Vergara en 1839, reconociendo a Isabel II como la reina legítima y conservando ciertos fueros regionales.
Estos acontecimientos políticos y militares impulsaron cambios significativos en la sociedad española. Los militares comenzaron a desempeñar un papel político prominente, y surgieron partidos políticos representando diversas corrientes liberales, como los moderados y progresistas. Las regencias de María Cristina y Espartero estuvieron marcadas por intentos de reforma constitucional y desafíos económicos, como la desamortización de Mendizábal.
La guerra carlista, que se prolongó durante varios años, vio enfrentamientos liderados por destacados líderes como Zumalacárregui, cuya muerte en combate marcó un punto de inflexión en el conflicto. Después de una serie de disputas internas dentro del movimiento carlista, se firmó el Convenio de Vergara en 1839, reconociendo a Isabel II como la reina legítima y conservando ciertos fueros regionales.
El gobierno autoritario de Espartero, caracterizado por políticas librecambistas, generó descontento en Cataluña y el País Vasco. Su caída en 1843 llevó a la coronación anticipada de Isabel II como reina, poniendo fin a las regencias y abriendo un nuevo capítulo en la historia política española.
Tras la caída de Espartero, se instauró la Década Moderada (1844-1854) con el partido moderado liderado por el general Narváez, designado por Isabel II. Derogaron la Constitución de 1837 y redactaron una nueva en 1845, otorgando más poder a la Corona y recortando el de las Cortes. Durante este período, se firmó el Concordato de 1851 con la Santa Sede, zanjando las tensiones surgidas por la desamortización eclesiástica.
Los moderados establecieron un régimen basado en centralismo político-administrativo, creando nuevas divisiones territoriales y reformando el sistema tributario. También fundaron el Banco de España y la Guardia Civil para abordar problemas de seguridad en caminos y vías férreas.
Sin embargo, las tensiones internas y los escándalos de corrupción provocaron el respaldo de las clases populares a un pronunciamiento liberal en 1854, liderado por el general Leopoldo O’Donell, conocido como «La Vicalvarada». Esto marcó el inicio del Bienio Progresista (1854-1856), donde se adoptaron medidas radicales, como la Ley de Desamortización General de 1855.
A pesar de las reformas progresistas, las tensiones con la Corona y la Iglesia provocaron la vuelta de los moderados al poder, dando inicio a la Segunda Década Moderada (1856-1868). Durante este período, los gobiernos de los generales Narváez y O’Donell estuvieron marcados por el predominio de terratenientes, militares conservadores y la Iglesia. La desamortización se paralizó, y se otorgaron prerrogativas a la Iglesia.
La Unión Liberal de O’Donell experimentó un período de prosperidad económica, impulsado por buenas cosechas y expansión comercial basada en las colonias de Cuba y Filipinas. Simultáneamente, surgieron aspiraciones políticas de mayor libertad y derechos civiles, junto con el desarrollo del partido demócrata y el republicanismo.
En 1864, Narváez regresó al gobierno, enfrentándose a protestas estudiantiles y pronunciamientos progresistas que resultaron en represión y fusilamientos. El desprestigio de la reina llevó a una alianza entre progresistas y demócratas, plasmada en los Pactos de Ostende en 1866, con el objetivo de destronar a Isabel II.
En septiembre de 1868, la armada española se sublevó en Cádiz, dirigida por el almirante Topete y con el respaldo de los generales Prim y Serrano, dando inicio a la Revolución Gloriosa. El movimiento se extendió con levantamientos populares, resultando en la victoria revolucionaria, la huida de Isabel II y el triunfo del cambio de régimen.
Durante el Sexenio Revolucionario en España, la insatisfacción con el régimen de Isabel II llevó a una alianza entre progresistas y demócratas. En 1866, firmaron un pacto en Ostende para deponer a Isabel II, dando inicio a la Revolución Gloriosa en 1868 con la sublevación naval en Cádiz, liderada por el almirante Topete con el respaldo de los generales Prim y Serrano. La revolución se propagó con levantamientos populares y la formación de juntas revolucionarias locales.
Serrano, al vencer al ejército gubernamental, asumió el poder y convocó cortes constituyentes. Las elecciones dieron la mayoría a la coalición de unionistas, progresistas y demócratas, y se redactó la Constitución de 1869, considerada la primera constitución democrática en España. Esta constitución destacó por su amplia declaración de derechos, reconocimiento de la soberanía nacional y la división de poderes, estableciendo una monarquía con poderes limitados.
Tras la aprobación de la Constitución, Serrano fue nombrado regente y Prim, jefe de gobierno. La búsqueda de un monarca llevó a la elección de Amadeo de Saboya, hijo de Victor Manuel I de Italia. Sin embargo, la situación fue complicada, con el asesinato de Prim y la oposición de republicanos, carlistas y partidarios de Alfonso, hijo de Isabel II. Amadeo enfrentó desafíos, incluyendo la Tercera Guerra Carlista y la agitación social, y finalmente abdicó en 1873, proclamándose la Primera República.
La Primera República, que duró de 1873 a 1874, se caracterizó por la inestabilidad y cambios presidenciales. Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar ocuparon la presidencia en este período marcado por intentos de golpes de Estado, actividad constante del movimiento obrero y luchas internas entre facciones republicanas. La república enfrentó desafíos como la insurrección cantonal y la guerra carlista, y, tras el fracaso, el general Pavía dio un golpe de estado en 1874, disolviendo las Cortes y marcando el fin de la Primera República.
La inestabilidad y el fracaso de la república llevaron a la restauración borbónica. Cánovas del Castillo abogó por Alfonso XII, pero Martínez Campos proclamó a Alfonso XII como rey en 1874 mediante un golpe militar, restaurando la monarquía.
El periodo precedente, entre 1868 y 1874, marcado por la inestabilidad, condujo a un cambio de la burguesía hacia posturas conservadoras, facilitando así la restauración de la monarquía tras el fracaso de la I República. Los partidarios de restaurar la monarquía borbónica, liderados por Cánovas del Castillo, realizaron una intensa labor diplomática para respaldar al futuro Alfonso XII como monarca legítimo, evitando así un nuevo golpe militar. A pesar de esto, el 29 de diciembre de 1874, el general Arsenio Martínez Campos proclamó a Alfonso XII como rey, restaurando así la monarquía borbónica mediante un pronunciamiento militar.
A partir de 1875, con la llegada de Alfonso XII a España, se inició el periodo conocido como «La Restauración», caracterizado por un sistema político llamado Sistema Canovista, que imitaba el modelo británico de monarquía parlamentaria. Sin embargo, este sistema resultó ser un régimen bipartidista donde los partidos Liberal y Conservador, que representaban los intereses burgueses, dominaban la escena política, dejando fuera a otros grupos y utilizando el fraude electoral para mantenerse en el poder.
El Partido Conservador, liderado por Cánovas, abogaba por una monarquía parlamentaria controlada por la oligarquía financiera y con libertades limitadas, mientras que el Partido Liberal, dirigido por Sagasta, defendía una soberanía nacional más amplia, el sufragio universal y mayores libertades civiles.
El sistema político estaba basado en el turno pacífico de poder entre estos dos partidos, aunque el poder real residía en el rey y las Cortes bicamerales, donde el Senado estaba compuesto por miembros designados por el rey, erosionando así la verdadera separación de poderes.
La Constitución de 1876, aunque la más duradera en la historia de España hasta 1923, era ambigua y dejaba muchas cuestiones fundamentales sujetas a decretos posteriores para evitar cambios constitucionales frecuentes.
El reinado de Alfonso XII consolidó este sistema, aunque su muerte temprana en 1885 llevó a una regencia bajo María Cristina de Habsburgo hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII. Durante este tiempo, el Partido Liberal de Sagasta introdujo reformas progresistas como la Ley de Asociaciones y el Sufragio Universal.
La oposición al sistema provenía de los partidos republicanos, los movimientos regionalistas que luego evolucionarían hacia el nacionalismo, y el incipiente movimiento obrero, representado por los socialistas marxistas del PSOE y los anarquistas de la CNT.
A partir del desastre de 1898, con la pérdida de las últimas colonias españolas, se vio alterado el equilibrio político ideado por Cánovas, con el surgimiento de nuevas fuerzas políticas y sociales.
A partir de mediados del siglo XIX, la economía de Cuba se vinculaba más con Estados Unidos que con España, aunque el monopolio comercial persistía. Surgió un movimiento en la isla que buscaba liberación económica y autonomía política. La Revolución de 1868 en España impulsó esta causa, pero las reformas liberales propuestas desde España fueron consideradas insuficientes por los independentistas cubanos, que exigían la creación de una república independiente.
Este descontento desencadenó la Guerra de los Diez Años (1868-1878), que terminó con la Paz de Zanjón, ofreciendo cierta autonomía a Cuba. Sin embargo, algunos líderes independentistas, como Maceo, rechazaron este acuerdo y continuaron luchando por la independencia desde el exilio, con apoyo encubierto de Estados Unidos.
La sociedad cubana estaba dividida entre españoles partidarios del monopolio, criollos que buscaban autonomía dentro del dominio español y mestizos que anhelaban la independencia. Los intentos de reforma chocaban con intereses diversos, y a pesar de propuestas como la autonomía presentada por Maura en 1892, no se lograron avances significativos.
La guerra se reinició en 1895 bajo el liderazgo de José Martí y otros líderes independentistas. Aunque Martí murió ese mismo año, la lucha continuó liderada por Gómez y Maceo. La táctica de guerrillas en áreas rurales evitó enfrentamientos directos con el ejército español. A pesar de algunas reformas introducidas por Cánovas en 1897, la situación no se estabilizó.
Tras el asesinato de Cánovas en 1897, Sagasta asumió el gobierno y se decidió conceder autonomía a Cuba. Sin embargo, la oposición de los españoles en la isla y la explosión del acorazado Maine en 1898 provocaron la intervención directa de Estados Unidos en la guerra contra España.
La superioridad naval estadounidense condujo a la derrota de España, que perdió Cuba, Puerto Rico y Filipinas según el Tratado de París de 1898. Aunque esto afectó los mercados coloniales, la industria nacional española se recuperó rápidamente, impulsada por la repatriación de capitales americanos.
El desastre suscitó un profundo desencanto y dio lugar a movimientos regeneracionistas que criticaban el sistema de la Restauración, tanto desde dentro como desde fuera del sistema político establecido. La generación del 98 reflejó este desencanto en su actitud pesimista hacia la situación de España.
Durante el siglo XIX, España experimentó un crecimiento poblacional lento, caracterizado por un modelo demográfico antiguo con altas tasas de natalidad y mortalidad. La distribución de la población se vio influenciada por movimientos interiores, con un abandono progresivo del interior en favor de las periferias, especialmente en regiones como Levante y Andalucía, donde las condiciones para la agricultura intensiva eran favorables. Las regiones costeras también se beneficiaron de suministros marítimos, mientras que los primeros complejos industriales atrajeron a una población obrera en crecimiento.
Estos movimientos internos provocaron un aumento de la población en las regiones periféricas, desde donde surgieron migraciones hacia Sudamérica, Europa Occidental y el norte de África. Madrid, a pesar de ser una provincia interior, experimentó un notable crecimiento debido a su papel como capital del estado y centro administrativo, financiero y de servicios.
Aunque la población seguía siendo mayoritariamente rural, hacia finales del siglo XIX surgieron grandes aglomeraciones urbanas ligadas al desarrollo industrial, como Barcelona, Bilbao, Valencia, Málaga o Vigo, lo que llevó a cambios en la morfología urbana, como la demolición de murallas y la creación de nuevos ensanches y barrios.
Burguesía. R. Cortés. 1855
Con la llegada del liberalismo y el desarrollo industrial en el siglo XIX, la sociedad experimentó cambios significativos, pasando de una estructura estamental a una sociedad de clases. La élite social estaba conformada por la aristocracia y la alta burguesía, poseedores de los medios de producción y beneficiarios de las desamortizaciones y la industrialización. La clase media, compuesta por comerciantes, pequeños industriales y profesionales liberales, se destacaba por su movilidad social y su sustento en el trabajo. El clero, aunque conservaba algunos privilegios, veía disminuido su poder y se sentía distante del liberalismo. Las clases populares, mayoritariamente trabajadores rurales, sufrieron las consecuencias de las desamortizaciones y muchos migraron a las ciudades, donde se formó un proletariado industrial con condiciones de vida precarias. Por último, los marginados, como minorías étnicas, discapacitados y mendigos, enfrentaban rechazo y discriminación social, sin contar con mecanismos de inclusión social adecuados.
La revolución del transporte en el siglo XIX se destacó por el desarrollo del ferrocarril, impulsado por avances tecnológicos como la máquina de vapor de James Watt en Inglaterra. En España, sin embargo, la expansión del ferrocarril fue lenta y desequilibrada debido a varios factores.
La orografía española presentaba desafíos técnicos significativos, como la elevada altitud media y numerosas cadenas montañosas, que encarecían la construcción de vías férreas con puentes y túneles. Además, la falta de inversión interna y el enfoque de la clase alta en negocios agrarios de exportación restringieron el desarrollo ferroviario. La inestabilidad política del siglo XIX también dificultó los proyectos a gran escala.
No fue hasta la Ley de Ferrocarriles de 1855 que el sector experimentó un impulso significativo, con la apertura a inversiones extranjeras durante el Bienio Progresista (1854-1856), liderado por compañías francesas e inglesas. Sin embargo, hacia finales del siglo XIX, la red ferroviaria española mostraba grandes desequilibrios, con Madrid como centro de comunicaciones y regiones productoras y exportadoras mal conectadas, especialmente en la cornisa cantábrica, el arco levantino y el valle del Ebro.