Portada » Historia » La Economía Internacional en el Siglo XIX
Integración de mercados y aumento del comercio internacional Como consecuencia de la industrialización y la revolución de los transportes, la expansión de los mercados tanto de productos como de factores (trabajo y capital) creció de forma espectacular a lo largo del siglo XIX. De los productos podemos señalar que el aumento de los intercambios fue muy superior al aumento de la producción. Si a lo largo del siglo XIX, se ha estimado que el PIB mundial creció a una tasa del 2,5% anual, el comercio internacional aumentó alrededor del 4%. Este aumento es exponencial a partir de 1870 y hasta 1913, etapa a la que denominamos primera globalización y que estuvo determinada por la Segunda Revolución Industrial. (cuadro valor de las exportaciones).
La Revolución de los Transportes explica el crecimiento del comercio internacional y las migraciones generalizadas de personas y de capital. En 1870 ya se hallaban en pleno funcionamiento las grandes redes ferroviarias continentales, que unificaron los mercados nacionales (Europa, Estados Unidos y algunos países de Asia). Los ferrocarriles también permitieron transportar mercancías pesadas y voluminosas hacia las costas para su exportación y redujeron los costes del transporte. La navegación marítima se benefició de la competencia entre los barcos de vela (clippers) y los buques de vapor. Estos acabaron imponiéndose por dos motivos: a) la apertura del canal de Suez (1869), que acortó el trayecto desde Europa hacia Asia y Oceanía y desplazó las rutas hacia mares interiores con menos viento; y b) las innovaciones industriales. Estos adelantos disminuyeron los costes de mantenimiento y funcionamiento de los vapores y aumentaron el espacio reservado a mercancías y pasajeros, al reducirse el necesario para el carbón. Hacia 1880 desapareció el velamen auxiliar con que iban dotados los buques de vapor; así pudieron reducirse las tripulaciones y los costes. Finalmente, las innovaciones técnicas en la refrigeración permitieron, desde la década de 1870, el transporte de carne y otros productos agrarios refrigerados o congelados desde los países de nueva colonización hasta Europa. Esta revolución de los transportes provocó sustanciales alteraciones en el comercio internacional. El crecimiento de la actividad comercial, constante a lo largo de todo el siglo XIX, fue, en efecto, consecuencia de la industrialización. Pero también fue un factor de desarrollo que incentivó la especialización y actuó como medio de transmisión del crecimiento económico.
Comerciar es progresar. La bendición del comercio Gracias al comercio exterior, la limitación del mercado doméstico no impide que la división del trabajo sea llevada hasta su máxima perfección. Abriendo un mercado más amplio para cualquier porción del producto del trabajo que exceda las necesidades del consumo doméstico, lo estimula para perfeccionar y fomentar las fuerzas productivas, de suerte que alcance un desarrollo considerable el producto anual y, por consiguiente, la riqueza y la renta efectiva de la sociedad. El comercio exterior se ocupa en prestar estos servicios importantísimos a todas las naciones que en él participan. Ahora bien, los beneficios del comercio, desde sus más remotos orígenes hasta la fecha, nunca se han distribuido de forma homogénea entre todos sus participantes. Porque naturalmente hay maneras de participar protagonistas, principales y secundarias que afectan de forma asimétrica a los intervinientes. A pesar de ello, la fe en el comercio como propulsor del desarrollo fue un dogma para el liberalismo y alcanzó un hito con la teoría de la ventaja comparativa de David Ricardo, una propuesta que llevaba más lejos los argumentos de Adam Smith sobre la división del trabajo. Para Ricardo, la comercialización de productos y mercancías debía ser lo más amplia posible. Pero, teniendo en cuenta el distinto nivel de especialización entre las naciones, lograr este objetivo pasaba por producir en cada país aquello que éste pudiera elaborar de manera más eficiente y, después, intercambiar los géneros en el mercado internacional.
La Teoría de la Ventaja Comparativa En un sistema de intercambio perfectamente libre, cada país dedicará lógicamente su capital y su trabajo a aquellas producciones que son las más beneficiosas para él. Pero este propósito de perseguir la ventaja individual está unido a la conveniencia general del conjunto.
Las Políticas Comerciales. El Librecambio Conceder monopolios en el mercado doméstico a cualquier especie de industria en particular es, en cierto modo, como indicar a las personas particulares cómo deben invertir sus capitales, y en la mayor parte de los casos, ello se traduce en una medida inocua o en una regulación perjudicial. Será inútil una reglamentación de esta clase, evidentemente, si el producto doméstico se puede vender tan barato como el de la industria extranjera, y si no puede venderse en esas condiciones, será por lo general contraproducente. Cuando un país extranjero nos puede ofrecer una mercancía en condiciones más baratas que nosotros podemos hacerla, será mejor comprarla que producirla, dando por ella parte del producto de nuestra propia actividad económica, y dejando a ésta emplearse en aquellos ramos en que saque ventaja al extranjero.
Las Políticas Comerciales. El Proteccionismo La protección se otorga bien mediante la prohibición absoluta de ciertos artículos manufacturados, o mediante aduanas elevadas que equivalen total o parcialmente a una prohibición, o por medio de moderados aranceles sobre la importación. Ninguna de estas modalidades protectoras es excelente o reprobable en términos absolutos; de las especiales circunstancias de la nación y del estado de su industria depende cuál de esas formas sea la más adecuada. La escuela dominante ignora que en régimen de competencia completamente libre con naciones manufactureras muy adelantadas, una nación que se halla en un nivel más bajo, sin medidas protectoras nunca podrá desarrollar por completo una energía manufacturera, ni llegar a la plena independencia nacional.
A lo largo del siglo XIX se fueron sucediendo periodos de mayor librecambio con etapas de fuerte proteccionismo. Ambas políticas comerciales se adoptaron por los distintos países en función de sus intereses y de las diversas coyunturas, de manera que no podemos encontrar ningún caso en el que se desarrollara de forma exclusiva una única opción ni tampoco en el que se marcara siquiera una tendencia. Ahora bien, la difusión del librecambio se vio impulsada desde que se generalizó la llamada cláusula de nación más favorecida: dos naciones que de forma recíproca se beneficiaban de aranceles pactados entre ellas estaban obligadas a respetar la misma tarifa a un tercer país. De esta forma cualquier rebaja arancelaria repercutía simultáneamente en más países que sólo los dos firmantes del tratado de comercio. Hacia 1870 prácticamente toda Europa, excepto Rusia y algunos territorios del Este, estaba afectada por esta cláusula y, en consecuencia, engrosaba la tendencia librecambista.