Portada » Filosofía » El Estoicismo y el Escepticismo
El estoicismo fue fundado por Zenón de Citio (336-264 a. C.). Su ideal de vida está muy influido por los relatos que se contaban acerca del autodominio de Sócrates ante el tribunal que lo juzgaba y de su calma ante la muerte inmediata. Hacia el 300 a. C., Zenón comenzó a enseñar su ideal de felicidad en un pórtico (stoa) en el ágora de Atenas. El estoicismo es obra de diferentes autores, y la doctrina de su fundador no es idéntica a la formulada por estoicos posteriores del Imperio romano. De las escuelas helenísticas es la que más tiempo duró, más influencia tuvo y más renombre tiene hoy día.
La concepción estoica del Universo, su Física, determinará su concepción ética. El Universo es visto como un ser vivo compuesto por dos principios: un principio pasivo, la materia, y un principio activo, un Lógos o inteligencia que rige y determina a la materia pasiva. El Logos, que los estoicos llaman «Dios», penetra en la materia pasiva y es la causa del movimiento en el Universo. Los estoicos defienden un panteísmo: el Universo entero es Dios, pues el Logos no es algo exterior al Universo, sino algo inmanente a él. Los estoicos defienden un determinismo, pues según ellos vivimos en un Universo ordenado y planificado por el Lógos, que es como una ley que determina el rumbo de los acontecimientos con infinita sabiduría. Todos los acontecimientos del Universo están ligados entre sí y el mundo es una gigantesca armonía de interdependencias establecidas y determinadas por el Logos, armonía que los seres humanos denominamos «destino». El Universo tiene por tanto un sentido racional y está dispuesto para el ser humano. Nada es consecuencia del azar, y por ello carece de sentido hablar de mal en el mundo: si todo lo que ocurre está establecido por una inteligencia superior, nada de lo que sucede puede ser un «mal», y el juzgarlo así es únicamente producto de la escasa capacidad racional del ser humano.
A pesar del destino, de ese determinismo que encadena todos los acontecimientos, los estoicos hablan de libertad. Pero es una libertad que sólo consiste en aceptar lo que es necesario e inevitable, no en la sublevación ante lo inevitable: «El destino conduce al que lo acepta, arrastra al que se niega a hacerlo». Los estoicos creen que no se puede hacer nada para cambiar el destino determinado por el Logos, y tampoco es necesario cambiarlo, pues es un destino racional, dirigido al bien del ser humano. El ser humano libre es aquel que no permite que las pasiones incontroladas o los deseos excesivos perturben la aceptación del orden cósmico; la ataraxia (imperturbabilidad del ánimo) y la apatheia (ausencia de pasiones o deseos) son las virtudes que nos harán felices. El estoico prevé las desgracias y privaciones, se acostumbra a imaginarlas, y por eso no le afectan cuando llegan, si es que llegan. Podría parecer que los estoicos abogan por ser pasivos en la vida cotidiana, pero piensan que sí debemos actuar, pero con una mentalidad distinta a la habitual, mentalidad que no se plantea metas externas sino una meta interna: cambiar nuestra forma de ver el mundo. Así, por ejemplo, muchos individuos ansían riqueza pues la asocian a la felicidad; para un estoico, sin embargo, mucho más valioso que la riqueza es no tener necesidad de ella (meta interna). El sabio será aquel individuo que alcanza la tranquilidad conociendo lo que puede controlar y lo que no, permaneciendo inmutable ante los infortunios, dominando sus emociones y rechazando cualquier tipo de pasión (fuente de angustia y sufrimiento). «No son las cosas que nos pasan las que nos hacen sufrir, sino lo que nos decimos sobre estas cosas» (Epicteto). En las desgracias ajenas intentan mitigar la pena de los demás pero se guardan de compartir en su interior ese pesar. Ante los demás, la apatheia del estoico no es una ausencia total de sentimientos o deseos, sino una cautela contra las emociones que podrían atentar a su serenidad. El estoico está dispuesto a ayudar al prójimo, pero no a sufrir por él.
Los estoicos no creen en un mundo mejor, puesto que sería absurdo tratar de corregir los planes del Logos. No obstante, y al contrario que los epicúreos, participan en política porque piensan que el ser humano por naturaleza tiende a la protección de sus semejantes. Ostentaron cargos políticos pero sin ambiciones revolucionarias.
El escepticismo es una corriente filosófica que considera que nada se puede conocer con exactitud y certeza, pues las facultades humanas de conocimiento son poco fiables. Mientras que el filósofo dogmático es el que piensa que ha encontrado la verdad, el filósofo escéptico afirma que es imposible encontrar la verdad definitiva. El fundador del escepticismo fue Pirrón de Élide cuya tesis fundamental afirma que la percepción sensorial no proporciona un conocimiento real de las cosas mismas. Al comparar la percepción humana con la de los animales, la conclusión es que ningún ser vivo capta una realidad auténtica, sino que cada uno percibe una realidad subjetiva. Por tanto no existe una verdad objetiva, sino sólo apariencias de verdad, y no tiene sentido pretender conocer algo más allá de esas apariencias. Podemos hablar de cómo las cosas nos parecen, pero no de cómo son. No podemos tener certeza sobre ningún tema, y por tanto, no podemos emitir los juicios siguientes con pretensiones de objetividad: «esto es cierto», «aquello es falso», «esta cosa es así»…. Una vez que se llega a esta conclusión, el escéptico considera que es mejor abstenerse de emitir juicios, ya que nunca se tendrá la seguridad de su validez. La epokhé significa la renuncia total a saber algo con certeza y a opinar con seguridad sobre tema. La epokhé es también un principio ético. Pirrón fue un soldado a las órdenes de Alejandro Magno. Tras la larga expedición con el ejército de Alejandro, observando pueblos y costumbres muy diferentes, Pirrón concluyó que no hay ningún fundamento racional para preferir una pauta de conducta o una acción moral a otra. Así, pensó que era prudente aceptar las costumbres del país en que se encontraba sin emitir ningún juicio.