Portada » Filosofía » Evolución de la Cosmovisión: De la Astronomía Clásica a la Mecánica Cuántica
Nicolás Copérnico, influenciado por los clásicos griegos y latinos, así como por los escritos herméticos y neoplatónicos, creía que el universo, como obra divina, debía regirse por leyes matemáticas simples que le otorgaran sistematicidad y armonía. Retomó la creencia pitagórica sobre la movilidad de la Tierra y el sistema heliocéntrico de Aristarco de Samos, considerando al Sol, fuente de luz y vida, como el correlato sensible del Uno neoplatónico.
Su motivación era restaurar la pureza de la astronomía con sus dogmas de uniformidad y circularidad de los movimientos planetarios, amenazados por las complejas construcciones geométricas de los astrónomos ptolemaicos. Buscaba un sistema satisfactorio tanto desde el punto de vista observacional como físico, por lo que la adopción del heliocentrismo y el movimiento de la Tierra fueron consecuencias de su reforma.
El sistema copernicano ofrecía una explicación más simple del universo:
Johannes Kepler, teólogo protestante influenciado por la metafísica pitagórica y neoplatónica, creía que la mente divina operaba de manera simple según un modelo geométrico y matemático, creando un universo armónico. Consideraba que el astrónomo debía explicar no solo cómo se mueven los planetas, sino también por qué lo hacen.
Trabajando con los datos de Tycho Brahe, Kepler se dio cuenta de que ni el sistema ptolemaico ni el copernicano se ajustaban perfectamente a los fenómenos. Optó por el copernicano, creyendo que el Sol, manifestación del poder y la gloria divinas, debía ser el centro físico del universo y la causa del movimiento de los astros.
Para Galileo Galilei, el reposo y el movimiento no eran absolutos, sino relativos. No se trataba de una relatividad óptica, como la de Copérnico, sino física: el movimiento y el reposo eran estados de los cuerpos en relación con otros. Si la Tierra y un objeto comparten el mismo movimiento, no habrá movimiento relativo entre ellos.
Galileo consideraba el movimiento y el reposo como estados, no como procesos, como lo hacía Aristóteles. La naturaleza de los cuerpos permanecía idéntica en ambos casos. Los movimientos diferían solo en aspectos cuantitativos (dirección, distancia, tiempo). Esto refutaba el dogma aristotélico de la imposibilidad de aplicar las matemáticas a la física, dando nacimiento a la cinemática.
Debido a la condena de las tesis heliocéntricas por el Santo Oficio, Galileo tuvo que defender el copernicanismo indirectamente, criticando la física aristotélica. En sus «Discurso y demostración matemática, en torno a dos nuevas ciencias», Galileo se centró en la esencia del movimiento, definiéndola matemáticamente y aclarando las proporciones en las que se da.
René Descartes concebía el universo como un continuo de materia sin vacío. Sus limitaciones fueron superadas por Isaac Newton, quien consideraba las matemáticas como una herramienta para exponer con mayor exactitud lo que ya se había mostrado mediante un modelo mecánico basado en la experiencia sensible.
El modelo del universo de Newton era el de un gran reloj, regido por tres leyes fundamentales: el principio de la inercia, la ley de gravitación universal y el principio de acción y reacción. Este sistema era determinista: dada una situación inicial, solo podía seguir un único acontecimiento. La razón humana podía conocer las leyes y el funcionamiento del cosmos.
En su «Exposición del sistema del mundo», Newton afirmaba que una inteligencia que conociera todas las fuerzas y la situación de los seres en la naturaleza podría predecir el futuro y conocer el pasado.
Newton concebía un universo discontinuo, formado por átomos que se movían en el vacío infinito. La materia era inerte, y la gravedad no era una potencia de los cuerpos. El principio activo del universo era Dios. Pierre-Simon Laplace, por otro lado, no necesitaba la hipótesis de Dios para su mecánica celeste, donde el Sol y el sistema solar se formaban a partir de una nebulosa de polvo y gas.
La cosmovisión relativista de Albert Einstein presenta un espacio-tiempo continuo y tetradimensional, no uniforme, cuya curvatura varía según las masas que lo ocupan. La atracción de los cuerpos se explica por la curvatura del espacio, que afecta incluso a la luz.
Esta curvatura hace que el universo sea finito pero sin límites. Un rayo de luz, al propagarse por el espacio, volvería a su punto de partida.
La mecánica cuántica se basa en los cuantos, paquetes energéticos discontinuos que constituyen la radiación. Para la física clásica, una partícula tiene masa y ocupa un lugar en el espacio, mientras que una onda se extiende en el espacio, carece de masa y tiene velocidad. En 1923, Louis de Broglie demostró que no hay diferencias fundamentales entre partículas y ondas: toda la materia presenta ambos estados.
La mecánica cuántica reemplaza la noción de individuo por la de nube de probabilidad. Una partícula se describe como una función de onda, que se interpreta en términos de probabilidades de encontrar la partícula en un punto del espacio en un momento dado. La ecuación de Schrödinger describe matemáticamente la onda de probabilidad.
La evolución de una función de onda es determinista si no se realiza ninguna medida sobre el sistema, pero es probabilística en caso contrario.
El principio de indeterminación de Werner Heisenberg establece que no se puede determinar simultáneamente la posición y la cantidad de movimiento de una partícula. Observar un fenómeno subatómico interfiere en él y modifica su estado. Aunque una partícula puede estar en varios sitios a la vez, al detectarla se produce el colapso de la función de onda, pasando de una superposición cuántica de múltiples estados a un único estado medido.
Aunque los contenidos de cada cultura pueden ser distintos, todas comparten aspectos que se pueden sistematizar en tres niveles o subsistemas: