Portada » Filosofía » Filosofía Clásica: Aristóteles, Santo Tomás, San Agustín y Platón
En su obra Ética a Nicómaco, Aristóteles postula que la felicidad es el bien supremo y fin último del ser humano. La felicidad se busca por sí misma, y otras cosas se buscan en función de alcanzarla. La naturaleza humana se realiza al llevar a cabo la actividad más propia y específica, según la concepción teleológica de Aristóteles, que es la actividad intelectual o sabiduría. La felicidad, según Aristóteles, no es simplemente una posesión, sino un hacer conforme a la virtud (areté), entendida como la excelencia en la realización de la función propia. Además de ciertos bienes corporales y exteriores, la posesión de virtudes morales es crucial para alcanzar la felicidad.
Aristóteles distingue dos tipos de virtudes: las intelectuales, que perfeccionan el conocimiento, y las morales, que perfeccionan el carácter y el comportamiento. Destaca la prudencia como una virtud intelectual clave que indica el término medio adecuado para el individuo, evitando el exceso y el defecto.
La virtud moral, según Aristóteles, es un hábito selectivo que consiste en un término medio personal determinado por la razón. Este término medio, entre el defecto y el exceso, se ajusta a cada individuo y no es una forma mediocre de actuar, sino la más correcta en relación con el bien y la perfección de la acción.
Sin embargo, Aristóteles establece excepciones al término medio, ya que no se puede aplicar a acciones inherentemente malas, como adulterio, robo, homicidio, y pasiones malignas como la envidia. En estas situaciones, no hay término medio, ya que algunas acciones y pasiones son malas en sí mismas, sin posibilidad de encontrar un equilibrio virtuoso.
Santo Tomás de Aquino aborda el tema de la existencia de Dios mediante demostraciones racionales, rechazando el argumento ontológico. Propone dos tipos de demostraciones: propter quid (a priori) que parte de la causa, y quia (a posteriori) que parte del efecto. Argumenta que aunque la existencia de Dios es evidente en sí misma, para nosotros, que desconocemos la naturaleza divina, necesita ser demostrada.
Para demostrar la existencia de Dios, Santo Tomás presenta cinco vías, todas basadas en hechos sensibles y el principio de causalidad:
Santo Tomás diferencia entre esencia y existencia, afirmando que Dios es un ser necesario, mientras que los demás seres son contingentes. En Dios, la esencia y la existencia se identifican, siendo Dios un ser necesario, inmutable, eterno y poseedor de todas las perfecciones.
Al demostrar la existencia de Dios, Santo Tomás argumenta que Dios creó el mundo de la nada y que los seres creados participan continuamente de su ser. Esto implica que no solo Dios creó el mundo, sino que también lo conserva constantemente.
San Agustín no marca fronteras entre la fe y la razón, ya que considera que ambas tienen como misión el esclarecimiento de la verdad única que, como creyente, no podía considerar otra que la verdad cristiana. La razón y la fe colaboran, para comprender la verdad cristiana, hoy por este orden:
comprende para creer, cree para comprender.
Platón rechaza el relativismo y escepticismo de los sofistas y defiende el conocimiento universal mediante la teoría de las ideas. Propone dos realidades: el mundo sensible, con seres cambiantes y múltiples, y el mundo inteligible de ideas, universales e inmutables. Las ideas son esencias, existen independientemente, son objetos del pensamiento, únicas, eternas e inmutables, y están jerarquizadas. Cada objeto sensible tiene una correspondiente idea, siendo estas la esencia y verdad objetiva.
Platón, influenciado por las doctrinas pitagóricas, destaca el conocimiento racional sobre el sensible y adopta el dualismo antropológico. Según él, el ser humano es cuerpo y alma, siendo esta última espiritual y eterna. El alma, previamente familiarizada con las ideas, olvida este conocimiento al encarnarse en el cuerpo. Sin embargo, el contacto con el mundo sensible, que refleja las ideas, puede hacer recordar estos conocimientos.
Platón presenta el conocimiento auténtico como un recuerdo (anamnesis), no como un descubrimiento. Aprender equivale a recordar, y enseñar significa ayudar a recordar lo olvidado. Introduce la dialéctica como un proceso de conocimiento en su obra La República, utilizando el Simil de la Línea y la Alegoría de la Caverna. Distintos grados de conocimiento se corresponden con el mundo sensible (opinión) y el inteligible (ciencia). La opinión incluye la imaginación y la creencia, mientras que la ciencia abarca el pensamiento y la inteligencia, alcanzando su cúspide con la contemplación de la idea de Bien, identificada con el sol.
La dialéctica, como método, es el camino que va desde la imaginación hasta el conocimiento verdadero, desde la oscuridad de la caverna hasta la luz del sol. Después de alcanzar el conocimiento de la idea de Bien, la dialéctica se convierte en un medio para informar a otros y guiarlos hacia la comprensión de la auténtica realidad. Es un camino teórico y práctico hacia la verdad, la libertad, la ciencia y la justicia, liberándose de opiniones y prejuicios.
La concepción del ser humano en Platón es dualista, compuesto por el alma y el cuerpo. Para Platón, el alma es espiritual y eterna, mientras que el cuerpo es de naturaleza material. La unión entre alma y cuerpo es accidental, y el verdadero yo del hombre es el alma, cuyo destino es la sabiduría. El alma, según Platón, tiene tres partes distintas y jerárquicas: la racional (inmortal y de naturaleza divina), la irascible (que contiene valor y voluntad) y la concupiscible (relacionada con el deseo y la pasión sensible). Solo el alma racional es inmortal, las otras dos desaparecen con la muerte del cuerpo.
Platón utiliza el símil de un carro alado para ilustrar su concepción del alma, donde el auriga (conductor) representa el alma racional, y dos caballos simbolizan las partes irascible y concupiscible. Platón defiende la inmortalidad y preexistencia del alma, basándose en argumentos como la simplicidad del alma, que al ser espiritual no se disuelve ni cambia, y la reminiscencia, que sugiere que el alma conocía las Ideas en el mundo inteligible antes de encarnarse. El filósofo recoge ideas de tradiciones órficas y pitagóricas, como la metempsicosis (transmigración de almas), para respaldar la inmortalidad del alma. Argumenta que solo puede disolverse lo compuesto, y el alma, al ser simple, es eterna. Además, sostiene que conocemos conceptos abstractos desde antes del nacimiento, lo que implica la preexistencia del alma en el mundo inteligible.
Platón desarrolla su concepción de la sociedad y el Estado en La República. Según él, el hombre es naturalmente un ser social, y la vida en sociedad es esencial para alcanzar el bien. El Estado, para Platón, cumple una función salvadora para el individuo y se fundamenta en la naturaleza humana, siendo una extensión del organismo individual.
En el Estado ideal de Platón, la ciudad se compone de tres clases sociales que reflejan las partes del alma: los gobernantes (filósofos) corresponden al alma racional, los guardianes (soldados) a la parte irascible, y los productores o artesanos (trabajadores) a la parte concupiscible.
Platón establece que cada grupo social debe cumplir adecuadamente sus funciones, y propone que los gobernantes y guardianes no deben tener posesiones ni familia para evitar la corrupción. La justicia, tanto en el individuo como en la ciudad, consiste en la armonía entre las partes del alma o las clases sociales.
El Estado perfecto, según Platón, es una organización jerarquizada basada en la naturaleza y en la educación. No todos los individuos poseen las mismas capacidades, y cada