Portada » Lengua y literatura » El teatro español en el primer tercio del siglo XX
Para entender bien el panorama del teatro español durante las décadas iniciales del siglo XX deben considerarse dos circunstancias determinantes. Por un lado, predominan los locales privados poco dispuestos a aventuras arriesgadas. Por otro, el público que asiste a los teatros es mayoritariamente burgués, un público poco amigo de la autocrítica y de las innovaciones. Estos hechos explican que los dramaturgos tuvieran que elegir entre una fórmula convencional o escribir obras personales e innovadoras pero condenadas al olvido.
Así, la producción teatral española en esta época puede clasificarse en dos categorías: el teatro de éxito y el teatro innovador. A la primera pertenecen la comedia burguesa de Benavente, el teatro en verso de los modernistas y el teatro cómico de Arniches o de los hermanos Quintero. A la segunda categoría pertenecen las tentativas renovadoras vinculadas a la Generación del 98 y a la Generación del 27, entre las que destacan las aportaciones de Valle-Inclán y de Lorca.
El autor más representativo de este tipo de teatro es Benavente (1866-1954), quien comenzó escribiendo obras de teatro de fuerte crítica social (El nido ajeno) y con el tiempo fue plegándose a los gustos de su público. La mayoría de sus obras pueden encuadrarse dentro del género de la llamada “comedia de salón”, con excepciones como su obra maestra, Los intereses creados, en la que se satirizan la moral burguesa (siempre dentro de unos límites).
Con esta denominación nos referimos a un tipo de teatro que, a comienzos de siglo, combinaba la grandilocuencia del teatro posromántico y algunos rasgos típicamente modernistas como la musicalidad del verso y el colorismo. Se trata de un teatro de ideología tradicionalista que ante la crisis reinante se refugia en ideales aristocráticos y en el esplendor pasado. Además este tipo de teatro no ha resistido el tiempo y es difícilmente representable hoy. Destacamos algunos autores representativos: Francisco Villaespesa (Doña María de Padilla, La leona de Castilla), Eduardo Marquina (Las hijas del Cid, En Flandes se ha puesto el sol). En este apartado también cabe señalar las obras en colaboración escritas por los hermanos Machado (Juan de Mañara).
En el teatro cómico predominan dos géneros, la comedia costumbrista y el sainete, en los que abundan los ambientes y personajes castizos, presentados de forma muy convencional. Así, por ejemplo, en los sainetes de los hermanos Álvarez Quintero, se recrea una visión complaciente de la Andalucía “de postal”. Más aprecio ha recibido la dramaturgia de Carlos Arniches, cuya obra puede clasificarse en dos géneros: de una parte, los sainetes, con diálogos graciosos y con escenas castizas madrileñas (El santo de la Isidra, Don Quintín el amargao); de otra, la “tragedia grotesca”, tipo de drama que combina lo grotesco con lo conmovedor. Este último tipo profundiza en la observación de las costumbres y en la crítica social. Un valioso ejemplo lo tenemos en La señorita de Trevélez. No puede dejar de mencionarse el género del astracán, no valioso en sí mismo, pero sí uno de sus inmortales ejemplos: La venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca. Se trata de una parodia de los dramas románticos.
Dentro de la Generación del 98 o vinculados a ella podemos destacar algunos escritores interesados en renovar el teatro: Unamuno y su teatro de ideas (Fedra); Azorín y su teatro experimental, cercano a la estética surrealista (Lo invisible); Jacinto Grau y su teatro centrado en mitos (El hijo pródigo, El señor de Pigmalión). Por otra parte, vinculado a la Vanguardia está el teatro mucho más audaz de Gómez de la Serna (Los medios seres). Finalmente, debemos mencionar las creaciones dramáticas de la Generación del 27, cuyos rasgos más sobresalientes son a) la depuración del teatro poético, b) la adopción de la estética vanguardista y c) el intento de acercar el teatro al pueblo. Alberti (El hombre deshabitado, El adefesio), Max Aub (Narciso, Morir por cerrar los ojos), Miguel Hernández (El labrador de más aire), Alejandro Casona (La dama del alba) son los ejemplos más representativos. Mención aparte merece el teatro de Lorca, que junto con el de Valle-Inclán tratamos más detalladamente a continuación.
Aunque excepcional prosista, la contribución más importante de Valle-Inclán a la literatura española se la debemos a su teatro. Su trilogía Comedias bárbaras (1907-1922) supone ya una superación de la estética modernista: aunque pervive el lenguaje brillante, se imponen, sin embargo, los ambientes sórdidos, los personajes extraños, violentos, de extremas pasiones.
En 1920 Valle-Inclán publica cuatro piezas teatrales: Farsa italiana de la enamorada del rey, Farsa y licencia de la Reina Castiza, Divinas palabras y, según la crítica, su mejor obra, Luces de bohemia. En ellas el autor gallego despliega una nueva y originalísima estética literaria: el esperpento. Con la palabra esperpento la lengua española designa a la persona de extrema fealdad o a las situaciones absurdas. Valle-Inclán se servirá de esta voz para bautizar su nueva fórmula teatral, en la que se mezclan la tragedia (presencia de la muerte), la comedia (situaciones de humor), la sátira (crítica ácida y sin concesiones) y el guiñol (los personajes son concebidos como marionetas en sus movimientos y lenguaje).
Algunos rasgos permiten caracterizar esta nueva estética en mayor profundidad:
Las dos obras de teatro más representativas de esta nueva concepción teatral son las ya mencionadas Divinas palabras, que profundiza en el tema de su sórdida Galicia natal y Luces de bohemia, que satiriza el mundo literario madrileño. Otros esperpentos posteriores son los recogidos en la trilogía Martes de carnaval (1921-1927).
La producción dramática de Lorca puede dividirse en tres etapas:
El teatro lorquiano se nutre de varias tradiciones: teatro clásico español, tragedia griega, drama rural, teatro de títeres o teatro vanguardista. Tal variedad se refleja, como hemos visto, en su evolución. Desde el punto de vista estilístico, sobresale el empleo de prosa y verso. En sus comienzos encontramos obras en verso. Poco a poco el verso va quedando relegado a los pasajes líricos y prácticamente desaparece en La casa de Bernarda Alba. Imaginación y realidad, lo popular y el refinamiento poético conviven sin problemas en el teatro de Lorca.