Portada » Filosofía » Que significa tanatico
Es tarea irrenunciable de la filosofía dar cuenta de las transformaciones que ha experimentado el concepto del arte.
Pues sin duda para cualquiera que tenga alguna relación con el arte, o que aspire a tenerla, es importante reflexionar sobre los cambios que ha sufrido el arte mismo, así como sobre los que ha experimentado su concepción. Ahora bien, lo que está pasando con nuestra relación con el arte en la actualidad no tiene nada de lógico ni de natural. Es más bien algo profundamente inquietante. El análisis de esta cuestión tropieza con los límites de todo aquel que se enfrenta a ella. Son límites derivados de su propia experiencia del arte, así como de la relación que las diversas generaciones todavía vivas han ido teniendo en cada caso con lo que ha sido su arte contemporáneo. Y, si yo me atrevo a hablar teóricamente de estas cosas, lo hago apoyándome en grandes modelos. Y entre ellos destaca sobre todo Immanuel Kant (1724-1804)
, quien, con su Crítica de la fuerza de juzgar, se convirtió en el fundador de la estética clásica en Alemania. Un hombre que nunca abandonó los límites de su ciudad natal Kónigsberg y de su patria, que nunca pudo contemplar ningún original realmente importante, y cuyo gusto artístico dista de poder ser considerado modélico. Transformaciones en el concepto del arte: una expresión que tampoco satisface del todo. ¿Cambian los conceptos? Lo que cambia es nuestra manera de concebir el arte, así que en realidad lo que cambia son nuestros esfuerzos por concebir más profunda o adecuadamente lo que es el arte.
Hasta entrado el Siglo XIX había que hablar de las «bellas artes» para evitar malentendidos. Por aquel entonces el concepto del arte comprendía aún todo lo que tiene que ver con la técnica, el oficio y la destreza en general. De hecho en nuestro lenguaje habitual la cosa sigue siendo igual. Relacionamos la palabra «arte» con cierta destreza manual, motivo por el cual, cuando se habla ahora de arte «moderno» o incluso «postmoderno», se piensa menos en la literatura y en la música que en las llamadas artes plásticas, en las que la mano del artista hace nacer una obra visual. Por otra parte para la reflexión filosófica conviene no olvidar tampoco que «el arte» se refiere a un campo de contenido mucho más vasto, que además de todas las artes literarias comprende también, por ejemplo, la arquitectura, a pesar de su conexión con lo utilitario y con la técnica moderna.
Cuando hablamos de «el arte» nos situamos en un uso lingüístico que procede del Romanticismo alemán y que obtuvo en él su impronta propia. Lo que las generaciones anteriores habían producido y entendido como arte en relación con la religión y el mito se elevó entonces a una autoconciencia autónoma. Esto dejó en segundo plano la oposición entre las artes mecánicas y las bellas artes. El arte se líberó, se hizo «absoluto» en un sentido literal. Y esto implicó al mismo tiempo que tomaba sobre sí, internamente, la carga de un enorme legado del pasado. Desde el Romanticismo todo esto forma ya parte del concepto del arte, e incluye también algo así como un «pathos religioso», que desde entonces forma parte de la esfera del arte. Las expresiones griega y latina téchne y ars no incluyen todavía nada de esa excelencia especial que caracteriza a lo que llamamos arte. En primer lugar, designan más bien algo que es común a las artes mecánicas y a las bellas artes, por más que unas y otras no tardasen en diferenciarse. La especial destreza que subyace a unas y otras puede aprehenderse en un concepto común, y así es como lo hizo Platón (429/27-348/47 a.C)
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En segundo lugar el concepto amplio de téchne y ars entre griegos y romanos está en conexión directa con el concepto de la naturaleza. «Arte» es lo que es capaz de rellenar, gracias al espíritu inventor de los hombres, los espacios vacíos que deja la naturaleza en sus formaciones, lo que eventualmente puede llevar a formaciones de mimesis más elevadas. Y en tercer lugar se nos sugiere aquí un hecho que mueve a reflexión. Como parte de la téchne, que se caracteriza como una destreza acompañada de conocimiento, y en la cual llega a su perfección la capacidad de producir o fabricar, aparece también la poesía, a la que se atribuye una cierta primacía. La propia palabra «poesía» contiene ese matiz. Pues literalmente significa «hacer, producir».
La poesía se llama poesía porque es un producir en general, como explica Platón en un famoso pasaje del Sofista; eso sí, inmediatamente a continuación se ocupa de la imitación «plástica» (y ya no de la poesía). La poesía es el hacer «puro», que no requiere ni materiales ni mano de obra.
La estética, que como disciplina filosófica es una creación del Siglo XVín, representa sin duda una compensación a la desmedida pretensión de la era de la Ilustración de aprehender de forma vinculante toda verdad sólo a base de aclarar conceptos. Es el caso del primer creador de una estética filosófica, Alexander Baumgarten (1714-1762).
Para él es clara la primacía de la poesía —algo que no se suele tener en cuenta—, casi como una simple modificación de la retórica; por eso, cuando él llama cognitio sensitiva al tipo de conocimiento propio de las artes, la poesía representa para él un tipo de conocimiento que no pasa por el concepto sino por los sentidos.
Significa en origen «adorno», o también «orden bello».
Es bello aquello respecto de lo cual nadie que esté en sus cabales preguntaría para qué sirve. Lo propio de lo bello es que reprime categóricamente cualquier pregunta por su utilidad, su objetivo, su sentido o su uso. El concepto de lo bello implica libertad respecto de objetivos. Es así como surge la conocida expresión «artes liberales», que caracteriza las artes del sistema escolar en la Antigüedad tardía, y que carecen de utilidad práctica. Se las llama libres porque no están al servicio directo de ningún objetivo aplicable. El concepto de lo bello lleva consigo algo así como su autojustificación.
Sin embargo el hombre ha desarrollado, desde el comienzo mismo de su civilización y con el paso del tiempo, tal riqueza inventiva y una destreza tan inaudita, que ha acabado por llenar de «belleza» no sólo sus espacios vitales sino también sus espacios mortales, sus tumbas y enterramientos. Si se toma el concepto de la belleza con esta amplitud, se comprenderá también la posición sistemática que ocupa la estética filosófica en el Siglo XVIII. Representa casi una última posición defensiva a la que se retira la experiencia del orden universal del cosmos. La nueva estética vincula estrechamente lo sublime y lo bello en la naturaleza y en el arte. En estrecha relación con esto está la nueva carga religiosa que asume el concepto del arte. Ahora éste ya no se limita a los contenidos familiares a las tradiciones griega, judía y cristiana, que proporcionaron en el pasado el marco del arte. El arte busca ahora activamente a su alrededor el mito, pues siente nostalgia de los tiempos míticos.
De la veneración ROMántica por el arte surge «el arte» como forma propia, frente a los dogmas de las iglesias y de la Ilustración. Es perfectamente posible separar el arte de la perspectiva del gusto, esa epidermis sensible de nuestra experiencia de lo bello. De modo que podemos decir de un cuadro o de un poema de máxima calidad que no responde a nuestro gusto; y tal vez algún día acabemos reconociendo que hemos terminado por cogerle gusto. El concepto del arte y de sus cambios no pueden regirse por esta dimensión del gusto. Nos atenemos así al paso decisivo que se dio en el desarrollo de la estética filosófica entre Kant y Hegel (1770- 1831)
, y que culmina en la obra de éste. Así como Kant, en su crítica de la fuerza de juzgar estética, se guiaba por el punto de vista del gusto, Hegel asigna a éste una posición subordinada, y pone en primer plano la soberanía del punto de vista del arte, con toda la pluralidad y variabilidad de sus formas de manifestarse. Por supuesto, Hegel restringe luego esta pretensión de soberanía del arte con su doctrina del carácter pretérito de éste. Esta doctrina se refiere a que ya han pasado los tiempos en los que las grandes creaciones del arte, en particular la gran escultura griega, eran objeto directo de veneración cultual. Casi dos siglos pervive entre nosotros el eco de la Ilustración europea, a lo largo de la era de la emancipación de la burguésía, como arte dotado de un mensaje cuasirreligioso, y ello justamente porque ni la religión ni la metafísica ni todos los contenidos tradicionales, religiosos o profanos, del arte poseen ya para nosotros fuerza vinculante directa. El arte y las artes emprenden intentos incansables, bien de adoptar formas de estilo pretéritas bajo la forma del historicismo, bien de realizar experimentos con una audacia que no reconoce límite alguno, y viven así al margen de la sociedad. Para ello tenemos un modelo que ha alcanzado en Occidente una rara perfección, el modelo de un arte sin objeto representado: la música absoluta. El gran momento de la música absoluta fue el clasicismo vienes, pero en parte también la música de órgano protestante del Barroco. En la historia de la música occidental se produce una progresiva emancipación de la música instrumental respecto de su trasfondo vocal, que llega hasta la plena autonomía de la primera. La música deja de ser un acompañamiento solemne, un ornato o una parte de la forma de un coral.
Un libro de Wolfgang Hildesheimer sobre Mozart ha ilustrado esto; el autor se burla, no sin razón, de la cantidad de interpretaciones diferentes que han ofrecido los expertos sobre una misma pieza de Mozart. Era lo moderno: la descomposición cubista de las formas, la renuncia a representar objetos en la pintura, la resuelta deformación vinculada al expresionismo. Lo primero fueron los dibujos de Henry Moore (1898-1986), casi aterradores, sobre el submundo del metro de Londres, a partir de los cuales luego progresó hacia las poderosas masas y formas de su escultura monumental. También me resultó muy significativo el repentino giro de Nícolás de Stael (1914-1955), en sus últimos años, hacia una objetividad monumental y ya no abstracta, una vez que se distanció del admirado modelo de su amigo Braque (1882-1963). Pero también en tiempos más recientes me convence el escultor Segal (1924), que hace sus figuras con papel maché y no sólo logra una nueva interpretación de la realidad, por la aterradora lividez cadavérica del material, sino que la fuerza plástica y el Realismo abstracto de sus temas causan una fuerte impresión. Y da igual que sea preclásica, clásica o ultramoderna: la música siempre ha sido para mí un «enigma que me tortura»: me atrae, me dice mucho, y sin embargo no colma mi ansia de comprender. En cuanto al teatro, me reconozco un nostálgico a la busca de un teatro literario subordinado a la poesía, por mucho que yo mismo me dé cuenta de que tal vez me aferró a una tradición pasajera, que empieza en el Siglo XVII y que en nuestro siglo se está extinguiendo. La obra de arte en cambio no está concebida para el uso, o al menos no se agota en él, sino que su verdadero significado se manifiesta en la simple adquisición de su forma. Más que producirse, esto es, quedar lista para el uso, la obra de arte se pone o se expone, es decir, no está ahí para otra cosa que para estar ahí, para mostrarse o ser presentada o ejecutada o lo que sea. La obra de arte es por así decirlo la obra absoluta, comparable en esto a lo que decíamos antes de la poesía como un «hacer absoluto». En un contexto mítico Platón habla en cierta ocasión de la belleza en este sentido. En su descripción del viaje del alma al cielo y de la caída a la tierra, en el Fedro, Platón celebra la excelencia de lo bello y afirma que la belleza es lo que más destaca en todo, lo que más despierta el anhelo amoroso, pues recuerda el ser verdadero.
. Lo que llamamos una Aussage es, de entre todo lo que se dice, aquello que tiene entidad propia, por ejemplo lo que se declara en un interrogatorio ante un público responsable.
Dice en cierta ocasión muy certeramente que el historiador no es tan filosófico —o sea, tan rico en conocimiento de la verdad— como el poeta. El arte del propio tiempo no se puede separar del conjunto de la historia y de la tradición del propio arte, cuyos productos reunimos y admiramos con tanta veneración