EL MAYORAZGO DE LABRAZ fue una obra publicada en 1943 por Julio y Pío Baroja, Madrid. Baroja fue un escritor de la Generación del 98. Formó parte del “Grupo de los Tres”, compuesto por él , Azorín y Maeztu, ilustres escritores de la época. Los escritores, ensayistas y poetas de esta época tratarán temas como la regeneración de España, el existencialismo y la influencia del paisaje en el carácter de la persona. Todos ellos relacionados con sus preocupaciones sociales, política y económicas por España.
Destacarán por un estilo natural y sobrio, el uso del ensayo como principal medio de trasmisión de ideas, la huida del sensualismo en la poesía, y el tono reflexivo y la escasa acción propios de la novela.
El argumento de “El Mayorazgo de Labraz” es folletinesco: Don Ramiro, que se ha fugado con la esposa de su hermano Juan, trae a ésta gravemente enferma a Labraz. En seguida inicia relaciones con Micaela, la sobrina de Don Juan al cuidado de la enferma. Antes de desaparecer con su nueva amante, roba el tesoro de la iglesia y suministra a la enferma una sobredosis, con el fin de poder estar con Micaela sin impedimentos. Sin embargo, por debajo de la trama trivial y vulgar, se despliegan y se discuten más ideas, como es propio en las novelas de Baroja: el enfrentamiento entre las viejas ideas conservadoras, cercanas al carlismo y reacias al progreso, y las ideas modernas, liberales, socialistas, impulsoras del mismo. Un ejemplo de ello es el fuerte choque de ideales entre Diego de Beamonte (conservador) y su sobrino Don Antonio de Bengoa (liberal), con una actitud progresista y regeneradora y Don Antonio, quien resta importancia a la religión, habla de la importancia del progreso y la importancia de seguir a líderes cultos guiados por la razón y el progreso, en vez de a figuras como el Rey o el Papa. A lo largo de la novela, estas ideas se irán radicalizando y separando progresivamente.
A su vez, también podemos observar la influencia de las corrientes filosóficas en el autor, donde éste reflexiona sobre el sentimiento de la existencia del ser humano y afirma que sólo puede superarse mediante una actitud de resignación que lleve a la ataraxia. Todo ello lo refleja en la figura del Mayorazgo: Don Juan de Labraz.
Por otro lado, éste cumplirá todas las carácterísticas típicas de un personaje protagonista en las obras de Baroja: será un Inadaptado debido a su ceguera, se verá oculto tras la sombra de su hermano adoptado Ramiro ( un gitano huérfano que se guiará por sus instintos primarios y pasiones más oscuras durante toda la novela), lo que provocará que al final se comporte de forma pasiva, resignándose a pensar que lo que tenga que pasar pasará y que al no tener control sobre ello, mejor es no preocuparse y aceptar lo que traiga la vida. Llegando así el Mayorazgo a padecer y reflejar el vacío vital tan carácterístico de Baroja.
El escepticismo de Baroja y su descontento con la situación de España se reflejará en los personajes de ideas más liberales, como puede ser Don Antonio Bengoa, anteriormente nombrado.
se resta importancia a la acción durante todo su transcurso . Refleja sus ideas y pensamientos en diálogos enfrentando a personajes conservadores y liberales, dejando apartada la acción, como por ejemplo la conversación entre Mrst Bothwell y Don Diego tras el convite funerario celebrado tras la muerte de Cesárea (mujer de Don Ramiro y hermana del Mayorazgo).
LA POESÍA DE 1939 A FINALES DEL Siglo XX. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS
1. La poesía de la posguerra: los años cuarenta
De todos los géneros literarios, la poesía fue el que más tempranamente se recuperó de las heridas de la contienda. En esta recuperación fue decisiva la labor de poetas que permanecieron como Vicente Aleixandre o Dámaso Alonso. El panorama poético de este período muestra diversas tendencias:
– poesía arraigada: las revistas Escorial y Garcilaso reúnen a poetas como Leopoldo Panero y Luis Rosales, que apuestan por una poesía de moldes clásicos (el soneto, principalmente). Los temas inciden en la nostalgia de los tiempos del Imperio español, o reflejan vivencias amorosas o religiosas con un tono íntimo.
– poesía desarraigada: la revista Espadaña, dirigida por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, defendíó una poesía opuesta a la de Escorial y Garcilaso. Abogó por una poesía comprometida con los problemas del ser humano y por una forma poética más directa y menos retórica.
– algunas revistas marginales, como Cántico, sirvieron de expresión a poetas, como Pablo García Baena, que pretendían establecer un puente con la poesía exquisita y cuidada del período anterior a la guerra. También se puede considerar de influencia marginal el Postismo, con poetas como Carlos Edmundo de Ory, que intentan enlazar con la estética y la rebeldía de los movimientos vanguardistas.
Además, en 1944 se publican dos libros de gran influencia: Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. El primero es una exaltación de la Naturaleza que el ser humano se empeña en destruir y de la que se aleja. El segundo causó un gran impacto. En sus poemas llenos de rabia, dolor y angustia, Dámaso Alonso emplea versos larguísimos, con palabras antipoéticas y ritmos sombríos, que reflejan el malestar existencial de aquella época.
3. La poesía social de los años cincuenta
En torno a 1950, surge la llamada poesía social: la poesía debe ser un medio que contribuya a cambiar la sociedad. Los poemas no deben centrarse en sus problemas individuales, sino en los asuntos de la mayoría, especialmente de los seres humanos que padecen injusticias y desigualdades.
Los temas más habituales serán la denuncia de la alienación y de la deshumanización, el testimonio de la pobreza del ser humano, el ansia de paz y de superación del odio por la guerra y el compromiso político.
En cuanto a la forma, está caracterizada por la sencillez del lenguaje, cercano al registro coloquial o conversacional, y cuyo objetivo principal es ser comunicable y comprensible.
Poetas importantes de esta tendencia fueron Blas de Otero y Gabriel Celaya, así como parte de la producción de José Hierro. Del primero son libros como Pido la paz y la palabra (1955) y Que trata de España (1964). En la obra de Celaya destaca Cantos iberos (1955) y en la de José Hierro, Cuanto sé de mí (1957).
4. La poesía de la experiencia de los años sesenta
A mediados de los 50 aparece un nuevo grupo de poetas que se consolidan en la década de los 60. Algunos nombres son: Ángel González, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente y Félix Grande. Su concepto de la poesía ya no es sólo comunicación con los demás, sino un medio de conocimiento de la realidad.
Sus primeros libros están aún marcados por la influencia de los poetas sociales. Pero su trayectoria se desviará hacia el intimismo y hacia la expresión de la experiencia individual; por eso se suele emplear la denominación de poesía de la experiencia.
Los temas de sus poesías son aspectos cotidianos de la vida personal, como la amistad, el amor, el trabajo, la infancia o adolescencia. Pero su punto de vista distanciado es la causa de un tono escéptico o irónico en muchas ocasiones.
Otra diferencia con la poesía social es el tratamiento del lenguaje: se busca un estilo personal, en el que el humor y la ironía, las citas de lecturas y canciones generen la sensación de una conversación íntima con el lector.
Entre los títulos publicados en esos años están: Tratado de urbanismo (1967), de Ángel González; Poemas póstumos (1968), de Gil de Biedma; Diecinueve figuras de mi historia civil (1961), de Carlos Barral; Don de la ebriedad (1953), de Claudio Rodríguez; Salmos al viento (1958), de José Agustín Goytisolo; La memoria y los signos (1966), de Valente; y Blanco Spirituals (1967), de Félix Grande.
5. Los novísimos en los años setenta
Conocida también como generación del 68 o del lenguaje, en los temas de estos poetas ocupa un lugar importante la cultura de los medios de comunicación. Admiran la poesía europea de la época, a los surrealistas franceses, la hispanoamericana o la norteamericana. Ausencia de una postura ética y de una crítica social.
Estilo: subrayan el poder creador del lenguaje y la primacía de la forma sobre el tema. Defienden la libertad formal, buscan una expresión poética llamativa caracterizada por un lenguaje rico y Barroco. Consideran la poesía como un fin en sí mismo e introducen en su poesía elementos experimentales tomados de las vanguardias (escritura automática, collage) o del Modernismo (elementos sensoriales). Evitan lo personal; el yo desaparece, aunque el autor habla de sí mismo a través de personajes de otras épocas o de elementos culturales.
Componentes y obras:
Destacan Manuel Vázquez Montalbán, A la sombra de las muchachas sin flor (1973); Guillermo Carnero, El sueño de Escipión (1971); Antonio Martínez Sarrión, Ocho elegías con pie en versos antiguos (1972); Ana María Moix, Baladas del dulce Jim (1969); Leopoldo María Panero, Teoría (1973); Pere Gimferrer, Arde el mar (1966).
Otros poetas se inscriben en esta tendencia novísima, aunque las carácterísticas individuales de cada uno presenten diferencias: Antonio Carvajal, Casi una fantasía (1976); Antonio Colinas, Sepulcro en Tarquinia (1975); Luis Alberto de Cuenca, Los retratos (1971); Jaime Siles, Alegoría (1977) y Luis Antonio de Villena, El viaje a Bizancio (1978).
6. La generación de los 80. Los postnovísimos
Hacia una poesía más personal e intimista. Surgen numerosos poetas jóvenes, con menor gusto por el Vanguardismo. Destaca el uso de la 1ª persona, la presencia del yo poético, la investigación en los sentimientos, la vuelta a los temas eternos y la tendencia a narrar los hechos cotidianos.
Como tendencias de la poesía:
– poesía de la experiencia: mirada reflexiva y a veces crítica hacia el mundo actual, tomando como referentes a los poetas de los 60 (Gil de Biedma, José Hierro). Tono narrativo, anecdótico, lenguaje coloquial en temas existenciales y urbanos.
Principales autores y obras: Luis García Montero, Diario cómplice (1987); Felipe Benítez Reyes, Los vanos mundos (1989); Fernando Ortiz, Vieja amiga (1984).
– poesía del silencio: próxima a la poesía pura, mística y estética de José Ángel Valente. Poesía metafísica, resultado de la introspección. La experiencia poética es inefable, y la palabra un instrumento imperfecto del silencio; el poema como reflexión sobre la creación poética, la metapoesía y la abstracción.
Álvaro Valverde, Las aguas detenidas (1989).
– otras tendencias: poesía neoimpresionista, cobran importancia los valores pictóricos, los matices sentimentales y la creación de atmósferas sugerentes con los mínimos elementos, Andrés Trapiello; poesía épica, rescate de la memoria colectiva de una sabiduría ancestral o evocación de un mundo heroico, Julio Llamazares, Julio Martínez Mesanza; poesía surrealista, recuperación de las técnicas surrealistas, Blanca Andreu; poesía elegíaca, tono de desengaño, lamento por la fugacidad de la juventud y la belleza y el paso del tiempo, José Gutiérrez.
7. La poesía de los 90
Como tendencias se imponen en esta década:
– poesía de la experiencia: es una poesía realista, que rechaza los elementos irracionales del lenguaje, que habla de la vida y de la realidad inmediata, con una expresión coloquial, y que revaloriza la experiencia. Reivindica una nueva sentimentalidad, recrea vivencias, sugiere situaciones e invita a la reflexión. El poeta busca transmitir su emoción al lector y ser comprendido por él. Para ello introduce en el poema la narración y el monólogo dramático. Carlos Marzal, Los países nocturnos (1996)
– poesía del silencio: poesía minimalista, que reivindica las vanguardias, compuesta de poemas breves en los que se elimina la anécdota. El discurso se fragmenta para dejar que el silencio diga lo que las palabras no son capaces de expresar. Vicente Gallego, La plata de los días (1996)
Al finalizar el Siglo XX, se fue manifestando un rechazo al relativismo moral de ambas tendencias en favor de un compromiso social del poeta frente a un mundo injusto e insolidario con el sufrimiento ajeno, una poesía del compromiso civil. El poeta de referencia es Jorge Riechmann.
LA NOVELA ESPAÑOLA DE 1939 A 1974. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS
1. La novela después de la Guerra Civil
La Guerra Civil supuso un cambio radical en la literatura y, en general, en la vida cultural del país. Las consecuencias del triunfo del bando nacional y su prolongación a lo largo de casi cuarenta años (1939-1975) van a condicionar la creación novelística. Los intentos de reflejar la dura vida de la posguerra chocarán con la censura impuesta por el régimen dictatorial del general Franco. Al igual que en la poesía, una gran cantidad de importantes novelistas continuó su labor en el destierro: Francisco Ayala, Max Aub o Ramón J. Sender.
2. La década de los cuarenta
Durante los primeros años de la posguerra se produce un estancamiento del género narrativo. Los novelistas de estos primeros años tendrán que buscar un nuevo camino, y esto explica que aparezcan múltiples tendencias novelísticas:
– novela triunfalista: defiende las nuevas circunstancias políticas del país, los valores tradicionales (Dios, Patria, Familia) y justifica la Guerra Civil y sus consecuencias, culpando de las mismas al bando perdedor. Agustín de Foxá, Madrid, de corte a checa.
– novela psicológica: se basa en el análisis del carácter y del comportamiento de los personajes desde unas técnicas realistas. Ignacio Agustí, Mariona Rebull.
– novela simbólica: en esta tendencia los personajes funcionan como símbolos de ideas o conflictos. Sigue la línea de algunas novelas de Unamuno. Juan Antonio de Zunzunegui, La úlcera.
– tremendismo: es iniciada por Camilo José Cela con La familia de Pascual Duarte (1942) al profundizar el relato en los aspectos más crudos de la realidad. Pascual Duarte es un campesino analfabeto y pobre, dominado por sus instintos vengativos y violentos, que acaba convirtiéndose en una especie de asesino en serie. Son novelas que retratan un mundo y unos personajes dominados por la violencia y por la miseria.
– novela existencial: se inicia con la novela Nada de Carmen Laforet (1945). En Nada, su protagonista, Andrea, viaja a Barcelona para estudiar en la universidad. Allí vive con sus familiares encerrada en un ambiente burgués asfixiante y paralizador, sórdido, de ilusiones fracasadas, de vacío, de personas desquiciadas por la guerra, y al acabar el curso viaja a Madrid sin haber conocido nada de lo que esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el amor.
Esta tendencia es continuada por Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada (1947) y Gonzalo Torrente Ballester con Javier Mariño. Estas novelas reflejan el tema de la angustia existencial, la tristeza y la frustración de la vida cotidiana.
Junto a las tendencias anteriores están autores y obras inclasificables, pero que obtuvieron mucho éxito en aquellos años: José Mª Gironella, Los cipreses creen en Dios; o Darío Fernández Flores, Lola, espejo oscuro.
3. La novela social de los años cincuenta
En 1951, Cela publicó La colmena, que se considera el precedente de la novela social. Por primera vez en la narrativa española se refleja la sociedad de la posguerra, con todas sus miserias físicas y morales. La compleja estructura de la novela, con saltos temporales y numerosos personajes —que permiten hablar de un protagonista colectivo—, influyó en los novelistas de esos años.
En éstos, predomina una intención crítica y de denuncia: desean recoger en sus obras las injusticias y las desigualdades sociales. Son autores comprometidos con la sociedad de su época y ponen sus objetivos políticos por encima de los logros estéticos.
Los temas se reparten por todos los sectores sociales del país. Hay novelas sobre el vacío y el egoísmo de la vida burguesa, sobre la explotación y el duro modo de vida de los distintos oficios y trabajos industriales, sobre las condiciones de subsistencia en el campo, etc.
En cuanto a las técnicas narrativas, son dos los procedimientos que se emplean en la novela social:
– objetivismo: testimonio escueto, sin aparente intervención del autor; el grado extremo será el conductismo, que se limita a registrar la pura conducta externa de individuos o grupos y a recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones. El narrador desaparece del relato y refleja la realidad de un modo imparcial, como una cámara cinematográfica. De este modo, predomina el diálogo sobre la narración. También son carácterísticos el protagonista colectivo, el desarrollo concentrado en el tiempo de los acontecimientos y el estilo sencillo.
– Realismo crítico: es una denuncia de las desigualdades e injusticias. Por esta línea puede llegarse a una mayor o menor distorsión de la realidad, pues ya no se trata de reproducirla, sino de explicarla, y no sólo de reflejar lo aparente (objetivismo).
En esta década se distinguen dos tendencias: neorrealista y otra social. En la primera la crítica está menos marcada; posee caracteres humanitarios y puede considerarse como una primera fase de la novela político social.
Algunos autores y obras destacados son: Miguel Delibes, El camino (1950); Jesús Fernández Santos, Los bravos (1954); Ignacio Aldecoa, Con el viento solano (1956); Juan García Hortelano, Nuevas amistades (1959); Carmen Martín Gaite, Entre visillos (1958); Juan Goytisolo, Juegos de manos (1954); y, sobre todo, Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama (1956), novela que se convirtió en el modelo de esta tendencia.
El Jarama está considerada como la más clara representante novela del conductismo: carece de protagonista; se cuenta un día de ocio de unos jóvenes con escaso interés argumental, salvo el triste incidente final; los personajes charlan, se divierten, comen, se aburren…; el autor se limita a transcribir los distintos momentos de aquel día a través de una técnica cinematográfica y una transcripción eficaz del lenguaje hablado coloquial.
4. La renovación narrativa de los años sesenta y primera mitad de los 70
El cansancio por la abundancia de novelas sociales y la transformación de la sociedad española en los años sesenta motivaron una renovación en la narrativa. La irrupción de la novela hispanoamericana y el conocimiento de la obra de autores exiliados contribuyeron al florecimiento de esta nueva etapa.
Tuvo un papel decisivo en este cambio la publicación en 1962 de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos.
En esta novela se continúa con la reflexión crítica sobre la sociedad española, e incluso se amplía a aspectos como la situación de la ciencia. Pero su presentación formal es radicalmente novedosa. Lejos del Realismo objetivo y de la sencillez expresiva, la novela presenta los acontecimientos de un modo innovador, utilizando un léxico riquísimo, lleno de invenciones y expresividad.
Tiempo de silencio introduce algunas de las nuevas técnicas narrativas que serán habituales en las novelas posteriores. Las principales son:
– cambio de perspectivas narrativas: en una misma novela, puede pasarse de la narración en 3ª persona a la narración en 1ª persona. Aparece, como novedad, el relato en 2ª persona.
– empleo del monólogo interior: consiste en reproducir los pensamientos de un personaje con el desorden con el que nacen en su conciencia.
– inserción de collages: se pueden encontrar dibujos, fragmentos de guías turísticas, de instancias, de informes policiales, de anuncios publicitarios, etc.
– desorden temporal: la narración no sigue un orden cronológico lineal, sino que puede saltar hacia atrás o hacia delante en el tiempo, formando un auténtico rompecabezas temporal.
– personajes conflictivos: predominan los personajes desequilibrados, con conflictos y trastornos psicológicos, que dudan de su propia identidad.
Entre los autores nuevos destacan Juan Marsé, con Últimas tardes con Teresa (1966) y Juan Benet, con Volverás a Regíón (1967). Pero los títulos más relevantes se deben a autores que evolucionaron desde estéticas anteriores hasta este nuevo modo de narrar: San Camilo 1936 (1969), de Cela; Cinco horas con Mario (1966), de Miguel Delibes; La saga/fuga de J. B. (1972), de Torrente Ballester, lleva a cabo la parodia de la novela experimental y la recuperación del arte de contar historias en la novela; Señas de identidad (1966), de Juan Goytisolo, presenta todas las innovaciones posibles en la búsqueda del personaje-autor de su propia identidad y, a la vez, revisión del pasado nacional; o El gran momento de Mary Tribune (1972), de Juan García Hortelano.