05
SEP
2022
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La novela después de la Guerra Civil
La novela después de la Guerra Civil
by estudiapuntes
Miguel Delibes y la novela después de 1936
,
Novela existencial años 40
,
Novela existencial de los años 40
,
Novela existencialista
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1. La
década
de los sesenta.
Tal como ocurrirá también en la poesía, para la década de los sesenta, con la
industrialización, el auge del turismo y la relajación de la censura, los autores asumen la
inanidad de pretender derribar el Régimen desde la
literatura
y vuelven a orientar la
creación de nuevo
hacia
la forma y no tanto hacia el contenido. A ello contribuye
también, en el ámbito de la
narrativa
la llegada de nuevos modelos narrativos que
superan el caduco Realismo social. Es el momento
de la influencia de Joyce, Proust o,
especialmente, William Faulkner. Del anterior Realismo social vamos pasando hacia la
novela
estructural o experimental, cuyo fin es analizar la personalidad del individuo a
través de su conciencia y de su contexto social. Posteriormente, las repercusiones del
Mayo
francés
del 68, el conocimiento del nouveau Román francés, el llamado boom de
la novela hispanoamericana o el reencuentro con algunos novelistas del exilio propician
una mayor libertad de ejecución entre los cultivadores del género. Esta mayor libertad
da pie a una experimentación narrativa, que no abandona la crítica sobre la sociedad
española, pero concede ahora una mayor importancia a los aspectos formales e
incluyendo novedades como:
– El cambio de perspectivas narrativas. En una misma novela puede pasarse de la
narración en tercera
persona
a la narración en primera y aparece, además, el
relato
en segunda persona, en ocasiones fruto del desdoblamiento del narrador
interno de primera persona. El
autor
desaparece de la obra y todo se contempla
desde el punto de vista del personaje (o grupo de personajes) protagonista.
– Utilización del monólogo interior, técnica mediante la cual se accede al
subconsciente del personaje.
– La ruptura del orden cronológico, con frecuentes saltos en el tiempo (flashback,
contrapuntos de las perspectivas de diferentes personajes, digresiones
introducidas por el autor…)
– El argumento deja de tener importancia y se atiende especialmente a la forma de
contar. En este sentido se recurre a la imitación de géneros considerados
menores, como la novela policíaca, o la novela folletinesca, con un tono
paródico. Se recurre a la inserción de collages, de modo que podemos hallar en
medio de la narración fragmentos de guías turísticas, de instancias, de informes
policiales…
– Utilización de un léxico rico, lleno de invenciones y de expresividad que crea
estructuras cada vez más complejas.
Todas estas novedades hacen que las novelas se revistan de una complejidad que exigen
del lector una participación mucho más activa y un esfuerzo intelectual al que en
ocasiones no está acostumbrado. Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos marca un
considerable avance en la evolución de la narrativa de la posguerra. Su mérito estriba en
el tratamiento distanciado de la crítica social mediante un alarde lingüístico y técnico
que orienta la creación novelesca hacia un horizonte formal más rico y novedoso.
Aparte de la novela anteriormente mencionada, decisiva para el cambio de orientación y
para la renovación narrativa, debemos destacar a autores ya vistos en décadas anteriores
que, sin embargo, saben adaptar perfectamente sus modos literarios a los nuevos usos:
es el caso, por ejemplo, de Miguel Delibes, quien sorprendió con Cinco horas con
Mario, largo monólogo interior que imita el lenguaje coloquial; Gonzalo Torrente
Ballester con La saga/fuga de J.B, donde se mezclan, sin solución de continuidad,
realidad y fantasía creando una novela de gran complejidad, o Camilo José Cela, quien
en San Camilo 1936, construye un largo monólogo interior escrito en segunda persona,
sobre el Madrid anterior al inicio de la guerra. Autores ya más jóvenes son los
encargados de asumir estas nuevas directrices y conducir a la novela de los sesenta a un
estado de extraordinaria calidad. Son los casos de, por ejemplo, Juan Goytisolo, con
Señas de identidad; Juan Marsé, Últimas tardes con Teresa; Volverás a Región, de Juan
Benet o El Mercurio, de José María Guelbenzu.
– 2. La narrativa española en la década de los 70.
Las repercusiones del fin de la dictadura en la vida literaria española fueron evidentes:
desaparición de la censura, recuperación de los autores exiliados, apertura hacia la
literatura extranjera- -europea, norteamericana y latinoamericana, fundamentalmente-
impulso político a la creación literaria en las distintas lenguas peninsulares, generosa
política de subvenciones oficiales a autores, multiplicación de premios, certámenes
literarios y ferias del libro… Algo más tarde asistiremos al crecimiento y expansión de
poderosos grupos editoriales y de comunicación (PRISA, Planeta, RBA…). Cambia
también el tratamiento del libro -en especial, de la novela- en la sociedad de masas,
ya que se convierte en un producto de consumo más que permite en algunos casos
tiradas de varios centenares de miles de ejemplares (best-sellers). Tras la muerte de
Franco y la llegada de la democracia, después de 1975, la desaparición de la censura
enriquece la narrativa con argumentos y asuntos que en años anteriores no podían ser
novelados o que requerían de la pericia del novelista para camuflarlos.
Aunque aún no hay suficiente perspectiva para clasificar y juzgar las tendencias de este
periodo, sí podemos señalar algunas características:
– Reacción contra la complejidad experimental de los años 60, con el consiguiente
viraje hacia la Concepción realista de la novela. Se habla de Realismo renovado.
Una obra clave de esta nueva perspectiva será La verdad sobre el caso Savolta
(1975), de Eduardo Mendoza.
– Se reivindica el placer de narrar: un relato con intriga, aventura, enredo,
amoríos, elementos propios de la novela folletinesca. A partir de este momento
lo que interesa es contar una historia, y la trama, el argumento, es el eje. Por lo
general, se vuelve a la Concepción clásica, se narra una única acción y de forma
lineal. Novelas que ejemplifican esta
tendencia
son Los delitos insignificantes
(1986), de Álvaro Pombo, Luna de lobos (1985), de Julio Llamazares, La ciudad
de los prodigios (1986) de Eduardo Mendoza o Bélver Yin (1986) de Jesús
Ferrero. Se vuelve, por lo general, al relato cerrado y de final explícito, como En
días como estos (1981), de Lourdes Ortiz.
– Hay un cambio significativo hacia las personas tradicionales del relato,
predominan los relatos en primera y tercera personas. La segunda sólo
permanece en algunos autores consagrados que han participado de determinados
hallazgos y renovaciones del experimentalismo, como es el caso de Gonzalo
Torrente Ballester en La isla de los jacintos cortados (1980).
– Estas novelas del Realismo renovado ponen al descubierto los atributos del
hombre de hoy, la confusión del hombre moderno obligado a reflexionar sobre
la realidad que le rodea, a buscarle un sentido porque ha perdido la fe en
aquellos valores que garantizaban y explicaban el mundo. De este modo,
autores y obras se desvinculan del compromiso social y político anterior, pero no
de un evidente existencialismo que vuelve a hacerse patente.
– Sensación de desencanto y escepticismo en los argumentos, los temas y los
personajes; estos últimos son personajes desvalidos, inseguros, desorientados, en
busca de su propia identidad.
– 3. De los años ochenta hasta hoy.
La gran variedad de tendencias es, sin duda, la característica más evidente de este
período. Todavía no hay perspectiva como para hablar de grupos homogéneos de
novelistas o generaciones, solo cabe hablar de individualidades. No obstante podría
intentarse una caracterización o, en su defecto, poner de relieve una serie de rasgos
comunes:
– En los temas predomina claramente la vuelta a la subjetividad.
– En las técnicas narrativas abunda el eclecticismo: se mezcla tradición y
vanguardia.
– Se modera la experimentación formal frente a lo que ocurrió en la década de los
sesenta.
– Relevancia de los argumentos; lectura más accesible; recuperación del gusto por
contar historias, y que estas se centren en experiencias que carecen de
motivación social o testimonial. (***)
Tendencias de la novela actual.
En la actualidad se observa, además de esta tendencia del Realismo renovado, una gran
libertad y diversidad de tendencias. No debe olvidarse que la novela es objeto de
consumo en una oferta diversificada del mercado editorial. Repasemos algunas de estas
tendencias:
• Metanovela. El narrador reflexiona los aspectos teóricos de la novela que suele
trasladar a la ficción como tema o motivo del relato. La creación literaria se convierte
en el asunto principal. Uno de los recursos habituales que usan los novelistas es la
invención de un personaje escritor -o profesor de Literatura, o perteneciente al
mundo editorial- que indaga y dialoga sobre temas literarios, sobre cómo se debe
escribir una novela, etc. Algunos ejemplos, entre muchos: La orilla oscura, de José Mª
Merino; Juegos de la edad tardía, de Luis Landero; El vano ayer, de Isaac Rosa o
Papel mojado, de Juan José Millás.
• Novela de ambientación histórica. Se trata de un subgénero muy valorado por los
lectores. Se enmarca dentro de una tendencia europea que recupera a viejos
maestros como Robert Graves, M. Yourcenar, Gore Vidal o nuevas formas como El
nombre de la rosa, de Umberto Eco. Se trata de un tipo de novela, por lo general, de
gran precisión histórica que obliga al novelista a documentarse sobre el período,
acontecimientos y personajes sobre los que pretende novelar. En ocasiones, los
acontecimientos históricos suponen una reflexión sobre problemas humanos
universales, tratan de reflejar fielmente unos determinados acontecimientos; dentro de
esta tendencia, podemos citar: El manuscrito carmesí, de Antonio Gala, El hereje, de
Miguel Delibes o El capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverté (sin olvidar las de Jesús
Sánchez Adalid). En otras de estas novelas estamos ante una revisión crítica de un
determinado momento de la historia: se pone en cuestión la interpretación de esos
hechos y se establece una verdad nueva o distinta (como ocurre con las múltiples
novelas que últimamente recrean episodios de la Guerra Civil y la posguerra, como en
Galíndez, de Manuel Vázquez Montalbán, Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez,
Soldados de Salamina o Anatomía de un instante, de Javier Cercas o el ciclo que lleva
tiempo escribiendo Almudena Grandes).
• Novela de intriga y policíaca. En la década de los 70 se produce una invasión de
traducciones de novela negra europea y norteamericana. Autores españoles como
Andreu Martín o Juan Madrid adoptarán estos modelos y los adaptarán, y en otros
casos, los transgredirán para servir a otros fines (la serie de novelas del detective Pepe
Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán como crónica socio-política, mordaz e irónica,
de la transición democrática) o incluso los parodiarán, como hace Eduardo Mendoza.
Otras obras son: La tabla de Flandes, de Arturo Pérez Reverté, El invierno en Lisboa,
de Antonio Muñoz Molina, El alquimista impaciente, de Lorenzo Silva (y todas las
novelas posteriores protagonizadas por la pareja de guardias civiles de esta) o La
sombra del viento, de C. Ruiz Zafón. Hoy por hoy es la tendencia más desarrollada y
seguida.
• Novela neorrealista de la generación X. Este tipo de narrativa estuvo de moda
durante los años que van desde la caída del muro de Berlín (1989) hasta el 11 de
Septiembre de 2001, momento en que el Nihilismo de esta generación de escritores
perdió el favor de los lectores. Su interés temático se centró en la representación de la
conducta de los entonces jóvenes adolescentes, sus salidas nocturnas en las grandes
ciudades, el uso y abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la
música
rock. Son obras
representativas de esta tendencia Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas,
que inauguró esta tendencia; Héroes, de Ray Loriga; o Amor, curiosidad, sexo, Prozac
y dudas, de Lucía Etxebarría.
• Novela lírica o intimista. El valor esencial es la calidad técnica con que está escrita,
la búsqueda de la perfección formal: La lluvia amarilla, de Julio Llamazares; La fuente
de la edad, de Luis Mateo Díez; El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas.
• Novela autobiográfica o memorialística (Autoficción): Una persona de mediana
edad, desconcertada y angustiada, que vive en un espacio urbano y cuyos problemas
íntimos se mezclan en la trama de la novela situándonos en un espacio poco claro.
Corazón tan blanco, de Javier Marías; Ardor guerrero, de Antonio Muñoz Molina.
Muchas de estas novelas se han ocupado de los años del franquismo y de la lucha
contra la dictadura (El río de la luna, de José Mª Guelbenzu) y también del desengaño
por la transición política (Los dioses de sí mismos, de Juan José Armas Marcelo).
• Novela culturalista. En los últimos años han aparecido una serie de autores jóvenes
que hacen una novela que se ocupa de analizar y explicar diferentes aspectos de la
cultura occidental desde unas posturas bastante eruditas. Es lo que hace Juan Manuel de
Prada en Las máscaras del héroe o La tempestad.
En general, desde un punto de vista ideológico, estas novelas rechazan los códigos
éticos y morales. Existe un marcado individualismo de los autores: los escritores no
forman hoy grupos porque no existe una tendencia clara -por afinidad estética o
ideológica- que los aglutine. Ante los problemas colectivos manifiestan una mirada
distante, un tono humorístico o de amargo cinismo que, a veces, se manifiesta como
trivialidad. Las preocupaciones existenciales, los problemas en la realización de la
propia personalidad (se habla de neorromanticismo, de "apoteosis de lo privado") siguen
siendo los motivos que prevalecen, como la soledad, la dificultad de las relaciones
interpersonales, la intimidad, el amor, el erotismo o la muerte.
La convivencia de varias generaciones, el auge imparable de la literatura escrita por
mujeres, la proliferación de la literatura para jóvenes y la conversión del libro en un
objeto de mercado (premios, suplementos culturales, publicidad) son otras
características de la actual narrativa española.
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