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“El inicio del reinado de Alfonso XIII en 1902 se enmarca en el espíritu regeneracionista derivado del Desastre del 98, concretamente, en el denominado “revisionismo”, es decir, el conjunto de medidas reformistas que, sin embargo, no pudieron evitar el declive de la Restauración que, viciada por la corrupción, el caciquismo y la arbitrariedad, acabaría por desaparecer. Así, la “revolución desde arriba” liderada por Maura y Canalejas se frustró, respectivamente, con el estallido de la Semana Trágica de Barcelona y la crisis de 1917, contextualizada en la Primera Guerra Mundial. Ambos sucesos sentenciaron una realidad irreversible: la decadencia inexorable del sistema de la Restauración, visible en la inoperancia de sus gobiernos y la incapacidad de la oposición política, su inestabilidad social y el desastre militar en la guerra de Marruecos, evidencias que no hicieron sino avivar el Golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923, quien, apoyado por Alfonso XIII, implantó una dictadura que solo postergaría la definitiva caída de una monarquía ya rota”.
“El reinado de Alfonso XIII determina la transición del sistema de la Restauración decimonónico al convulso inicio del Siglo XX, una transición de manos del “Rey Soldado”, un monarca inclinado hacia lo militar (promulgó la Ley de Jurisdicciones para ampliar el poder castrense) y concebido como una síntesis entre pasado y presente que lo convertía tanto en un soberano apegado a sus prerrogativas, en el árbitro de la viciada Restauración, como en el impulsor de la industrialización y de la modernización de España al aplicar las tesis regeneracionistas. El regeneracionismo se evidenció tanto fuera del sistema, representado por Joaquín Costa, la Generación del 98 y la oposición del republicanismo, el movimiento obrero y el nacionalismo periférico, como dentro de él, adquiriendo entonces la denominación de “revisionismo”, es decir, un conjunto de reformas políticas esbozadas por conservadores y liberales, que modificaron lo imprescindible el sistema de la Restauración para rectificar sus principales defectos aunque sin cuestionar en ningún momento sus principios básicos. Así, los principales intentos revisionistas fueron obra del gobierno conservador de Maura (1907-1909) y el liberal de Canalejas (1910-1912). En el caso de Maura, impuso una “revolución desde arriba”, un gobierno basado en la eficacia y la responsabilidad pública que no alterase las bases del sistema y que evitase la revolución desde abajo de campesinos y obreros. El “maurismo” se asentó en dos pilares: – Por un lado, un programa de medidas reformistas como la creación del Instituto Nacional de Previsión (1907), embrión de la Seguridad Social, que promovía seguros sociales para garantizar la subsistencia del trabajador tras la jubilación, la concesión a los catalanistas de cierto grado de autonomía y la promulgación de leyes como la Ley de Huelga (1909), que regulaba este derecho, y las fracasadas leyes de Reforma Electoral (1907) y Administración Local, tendentes a erradicar, respectivamente, el fraude electoral y el caciquismo. – Por otro lado, la intervención española en Marruecos tras la Conferencia de Algeciras (1906) que sancionaba sus derechos en la zona del Rif. Este conflicto fue anhelado por el gobierno de Maura al ser concebido como una posibilidad de recuperar el prestigio perdido tras el Desastre del 98, como una exigencia para mantener el equilibrio en la zona con Francia y como una fuente de beneficios obtenidos de la explotación de las minas de hierro, al mismo tiempo que odiado por el pueblo español, descontento por el injusto sistema de quintas. Este clima de tensión social fue canalizado por socialistas y anarquistas al convocar una huelga general que comenzó en Barcelona el 26 de Julio, iniciándose así la denominada Semana Trágica de Barcelona. Se trató de una insurrección carente de organización en la que las masas, movidas por la pasión y la violencia, focalizaron su furibundo descontento en la Iglesia, concebida como capitalista, antidemocrática y culpable de todos los males e injusticias. Apenas una semana más tarde, la huelga fue sofocada, dejando tras de sí consecuencias como una brutal represión, la creación de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo, 1910), el desprestigio del catalanismo por no haber controlado la insurrección y, principalmente, la caída del gobierno conservador al grito de “Maura, no” y la llegada al poder de los liberales. El gobierno de Canalejas partíó de la “revolución desde arriba” de Maura, pero no como este apoyada en las fuerzas oligárquicas de la derecha, sino basada en la “regeneración democrática” mediante la inclusión de los estratos populares y la lucha contra las instituciones eclesiásticas. En esta línea, adoptó medidas de contenido social (jornada de 9 horas, abolición del impuesto de consumos..) y promulgó leyes que retomaban problemáticas anteriores como: la Ley de Reclutamiento (1912), que establecía el servicio militar obligatorio sin sistema de cuotas, al menos, en tiempos de guerra, la Ley del Candado que prohibía el establecimiento de nuevas órdenes religiosas y la Ley de Mancomunidades que permitíó la creación de la Mancomunidad de Cataluña (1912). Sin embargo, todas estas medidas quedaron truncadas con el asesinato de Canalejas en 1912. Este magnicidio cortocircuitó, de nuevo, la normalidad política en España, haciendo aflorar un viejo problema de la Restauración que la lastraba desde su inicio: la crisis del turnismo,, debido tanto al enfrentamiento entre los partidos dinásticos conservador y liberal, desangrados