Hasta 1920 no se produce una renovación teatral en España. Los grandes renovadores del teatro serán Ramón María del Valle-Inclán y Federico García Lorca, aunque también participan autores representativos del Modernismo y de la Generación del 98 con nuevas propuestas escénicas como Unamuno (Fedra), Azorín (Lo invisible) o Jacinto Grau (El señor de Pigmalión); y vanguardistas y autores del 27 como Max Aub, Alejandro Casona (Nuestra Natacha) o Rafael Alberti (El hombre deshabitado). Valle-Inclán experimenta diversos métodos que entroncan con la estética modernista y
expresionista. Podemos dividir su extensa producción en tres ciclos: ciclo mítico, ciclo de la farsa y ciclo del esperpento. El ciclo mítico está ambientado en una Galicia intemporal,
arcaica y supersticiosa, llena de miseria, violencia y crueldad. A ella pertenecen la trilogía “Comedias bárbaras y Divinas palabras”. El ciclo del esperpento se inicia con “Luces de
bohemia” (1920). El esperpento ofrece una visión deformada, satírica y caricaturesca de la realidad expresada en la distorsión, en la fusión de lo animal y lo humano, lo trágico y burlesco, la realidad y la pesadilla, la expresión más refinada y la más soez. En “Luces de bohemia” asistimos a la última noche de la vida de Max Estrella, un poeta ciego y pobre que realiza un recorrido por los infiernos de la injusticia, del alcohol y de la miseria, acompañado de don Latino de Híspalis, su borracho y cínico acompañante. Después escribíó tres esperpentos que recoge en Martes de carnaval (Los cuernos de don Friolera, Las galas del difunto y La hija del capitán). Lorca no solo fue autor dramático, sino también promotor de espectáculos al frente de la Barraca, un grupo teatral universitario perteneciente a las Misiones Pedagógicas de la República, con la que pretendía llevar el teatro clásico español a zonas con poca actividad cultural. Sus obras dramáticas incluyen mucha poesía y mucho simbolismo. Se puede clasificar su obra en farsas, comedias imposibles y tragedias de temasocial, que son la plenitud de su teatro: “Bodas de sangre” plantea temas del amor, odio y muerte donde dos amantes huyen entre un mundo de símbolos poéticos y de mal agüero; “Yerma” representa la obsesión de una mujer estéril que no puede tener hijos; y “La casa de Bernarda Alba” trata el tema de la autoridad y de la libertad, ya que Bernarda impone a sus hijas un luto de ocho años dentro del espacio opresor de las paredes de su propia casa.
En los años 40 se desarrolla el teatro de evasión, en el cual destaca la comedia burguesa en la línea
de la “Alta Comedia” de Benavente y un teatro ideológico con Joaquín Calvo Sotelo, entre otros.
También se desarrolla el teatro humorístico, en general intrascendente, salvo el propuesto por
Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela , quienes basan su humor en lo inverosímil y absurdo.
En el teatro de los años 50 aparecen inquietudes existenciales a partir de Historia de una escalera de
Buero Vallejo. Se trata de un teatro de “protesta y denuncia”, que abandona el tono escapista del
teatro anterior. Surgen dos posturas:
Posibilismo: defendido x Buero Vallejo (recurre a la crítica para superar la censura). La obra
más representativa es El tragaluz.
Imposibilismo: defendido x Alfonso Sastre (que pretende despertar conciencias y transformar el mundo). La mordaza. A mitad de los 50 y en los 60, surge el teatro social-realista con temas de la injusticia social. Destaca La camisa, de Laura Olmo. Los años 70 vienen marcados por el experimentalismo. Se le denomina “teatro subterráneo”. El texto literario pierde importancia, la acción se distribuye en fragmentos y los personajes tienen carácter simbólico. Destacan: Francisco Nieva (Pelo de tormenta) y Fernando Arrabal (Pic-nic o El cementerio de automóviles). A finales de la década surgen grupos teatrales independientes que rechazan el teatro comercial. El espectáculo prima sobre el texto. Algunos de los más conocidos son: “Tábano” o “Els Joglars”. Con la llegada de la democracia, el teatro se vuelca en la representación de autores prohibidos hasta entonces, y recibe un importante respaldo oficial. En los 80, se advierte una tendencia al neorrealismo que aborda temas de actualidad con tono irónico. Destacan: José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas) y José Sanchís Sinisterra (¡Ay, Carmela!). Desde los 90 se aprecia: un teatro de marcado signo intelectual y reflexivo, un teatro vanguardista y un teatro más narrativo. Hay una cierta obsesión por mostrar las manifestaciones del mal en el mundo contemporáneo. Además, cada vez hay menos espacio para autores nuevos por las adaptaciones protagonizadas por actores de fama.