Portada » Lengua y literatura » ¿Qué relación tienen don Diego y doña Francisca?
Se narran las peripecias de unos revolucionarios que roban y saquean para poder enfrentarse después a los federales. Casi todos los revolucionarios son abajeños, pero poco a poco se fueron sumando los indios güeros de Zocoalco y los de Mazamitla. Tras el asalto y descarrilamiento de un tren, las cosas empiezan a ir peor para los revolucionarios. Los detienen y los cuelgan cabeza abajo. Hasta sus gentes los tienen ahora por enemigos. Los que pueden se dispersan. Una mujer espera la salida de la cárcel de uno de ellos: había tenido un hijo suyo cuando, después de matar a su padre, la raptó de su hacienda.
Juvencio Nava mató a su compadre don Lupe Torreros por haberle negado pasto para sus animales. Juvencio es encarcelado. Soborna al Juez. Sale de la cárcel y pasa 35 años como fugitivo, terminando por establecerse en otro terreno. A los 60 años dan con él. El coronel que manda fusilarlo es hijo de don Lupe.
El cuento mezcla diálogos entre hijo y padre, inserciones de un narrador en tercera persona y monólogos del viejo Juvencio.
En un pseudo-diálogo que se revela monólogo, un personaje cuenta a un viajero en camino a Luvina, lo que le pasó en este pueblo siniestro. Él fue allí con la misma esperanza del viajero, es decir, la de encontrar un futuro allí. Pero Luvina es un pueblo hostil y fantasmal («donde anida la tristeza»), en el que viven sólo los viejos en condiciones miserables, abandonados por los jóvenes y olvidados por el gobierno. Continúan allí para no dejar a sus muertos.
(Un narrador en tercera persona limita sus descripciones a lo más necesario.)
“San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el Purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó.” (p. 120)
Feliciano Ruelas y sus tíos Tanis y Librado son revolucionarios. Atraviesan la Sierra y han de viajar de noche para ganar una jornada. Feliciano se detiene y pasa la noche solo, sintiendo el frío del rocío. De día prosigue su camino. De repente, se encuentra con los soldados y con sus tíos colgados de un árbol, cabeza abajo. Siente pánico y se echa a correr entre los pajonales.
El cuento mezcla diálogos, inserciones de un narrador en tercera persona y monólogos.
En un monólogo en presencia de un testigo-oyente, un personaje trata de hacer recordar a otro la vida de Urbano Gómez, compañero de ambos, años atrás. Urbano es hijo de una mujer, apodada la Berenjena, que «andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho«. Era cuñada de Nachito Rivero que abandona a su mujer tras volverse «menso» y que se dedicará desde entonces a tocar canciones desafinadas con una mandolina. A Urbano «lo expulsaron de la escuela porque lo encontraron con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer«. Por la paliza que le propinó su tío Fidencio, Urbano, lleno de coraje, abandona el pueblo. Pasados varios años, regresa al lugar, convertido en policía y sin querer mediar palabra con nadie. Un día mata, con la culata de su máuser, a su cuñado Nachito que por la noche fue a darle una serenata. Eso le hace huir de nuevo, pero lo encuentran y lo ahorcan.
Un viejo transporta en sus espaldas a su hijo Ignacio que va herido de muerte. Su relación es tan malísima que el padre trata a su hijo de usted, pues éste se hizo salteador de caminos. Pero por el recuerdo de su mujer difunta, el padre lo lleva, montaña arriba, hasta Tonaya, en la esperanza de encontrar allí a un médico. No se divisa el pueblo y el viejo al menos quiere que su hijo escuche el ladrar de los perros para asegurarse de que ya están llegando. Al soltar el cuerpo muerto de su hijo destraba difícilmente los dedos con que su hijo viene sujetándose de su cuello y oye el ladrar de los perros. Hasta con esta última esperanza su hijo no lo ayudó.
En este cuento humorístico dos compañeros recuerdan (en un diálogo) la fiesta que se montó en honor del gobernador quien vino a visitar al pueblo por el terremoto que se había producido allí. En realidad, había venido para asegurar el apoyo del gobierno en esta situación difícil, sin embargo, por su comportamiento y su discurso se desenmascara la hipocresía del gobierno que deja a su pueblo en la estacada. Finalmente, la visita se convirtió en una borrachera de la buenas, que terminó en un tiroteo tumultuoso. Uno de los compañeros recuerda que por la fiesta y el lío de aquel día hasta se perdíó el nacimiento de su propio hijo.
Matilde Arcángel, la mujer de Euremio Cedillo, tuvo la desgracia de morir al desbocarse un caballo, el día del bautizo de su hijo. Euremio culpa del suceso al recién nacido, pues con su llanto debíó espantar al caballo. Euremio, por tanto, odia desde ese día a su hijo. Se desentiende de él hasta el punto de ir vendiendo, poco a poco, su patrimonio para consumir el dinero en bebidas y dejar así desheredado a su hijo. Euremio hijo crecíó, a pesar de todo, apoyado en la piedad de otras personas; gustaba de tocar la flauta mientras el padre dormía la borrachera. Un día atravesaron el pueblo unos revoltosos y Euremio hijo se fue con ellos. Detrás llegaron las tropas del gobierno a las que Euremio padre se uníó para perseguir a su hijo. Días después regresan los forajidos derrotados. Detrás viene el jóven Euremio, a caballo, tocando la flauta y portando el cuerpo muerto de su padre.
(El narrador en primera persona del cuento es el compadre de Euremio quien estaba comprometido con Matilde y fue dejado por ella a causa de Euremio.)
Lucas Lucatero cuenta en tono muy humorístico cómo diez feas mujeres viejas vinieron a su casa para pedirle que atestigüe que su suegro, Anacleto Moronés, fue un santo. Quieren que se le canonice. Pero Lucas Lucatero les dice que fue todo menos un santo. Según él fue un embustero, tenía relaciones sexuales con todas las mujeres del pueblo y hasta con su propia hija, quien se quedó encinta de él. Enfadadas por tal blasfemia las mujeres se van una tras una, excepto la vieja Francisca quien se queda para pasar la noche con Lucas Lucatero y, sin saberlo, lo ayuda a amontonar piedras en la sepultura de Anacleto Moronés. Pues éste, al salir de la cárcel, fue a buscar a su yerno y le exigíó que le devolviera sus propiedades. Pero Lucas se lo negó, lo mató y lo enterró en el corral. A la mañana siguiente, Francisca le reprocha no que no fue nada cariñosa con ella mientras que “El Niño Anacleto. Él sí que sabía hacer el amor.”
El cuento consta principalmente de un dialógo entre hijo y padre, cuya relación es pésima. El hijo le pide al padre que cuide de su familia mientras él pasa la frontera para ganarse un poco de dinero. Informa al padre que allí donde viven ya no pueden ganarse la vida reprochándole al mismo tiempo que nunca se ocupara de él. El padre, a su vez, está amargado porque se le murieron su mujer y su hija así que desde que el hijo lo dejó se siente extremadamente solo.
En la segunda parte, introducida brevemente por un narrador en tercera persona, el lector se entera del fracaso del hijo. Al pasar el río, él y sus compañeros fueron agredidos (supuestamente por los apaches) y el hijo fue el único que pudo salvarse del tiroteo.
De vuelta en casa del padre, el hijo le relata lo que pasó pero no cosecha más que reproches. Además, el padre le informa que su mujer le abandonó con un arriero y le exige el dinero que gastó en sus hijos (ya liquidó su casa para este fin). Desilusionado el hijo se va en busca de su mujer