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Ocupa desde el 1600 al 1150 a. C. Núcleos importantes: Micenas, Pilos, Tebas y Tirinto.
La guerra de Troya
La literatura épica canta las hazañas (épos significaría «relato, canto») de los héroes, y también de dioses, gigantes o personajes de cuentos tradicionales. El esplendor del género, como conjunto de narraciones heroicas, se corresponde en la tradición occidental con civilizaciones aristocráticas en las que han de resaltarse los valores guerreros, individualistas y de casta nobiliaria.
A diferencia de otras tradiciones literarias, como la española o la francesa, resulta imposible rastrear los orígenes de la épica griega. Las primeras manifestaciones de este género que han llegado hasta nosotros (si bien es muy probable que existieran otras anteriores) son dos poemas de extraordinario valor y calidad literarias, la llíada y la Odisea, atribuidos a Homero (siglo VIII a. C).
Se puede afirmar que la literatura occidental nace al mismo tiempo que la epopeya griega antigua, que tiene en la Ilíada y la Odisea las manifestaciones más antiguas de la literatura de transmisión oral. Con anterioridad a esta fecha no se conserva ningún resto escrito que pueda calificarse estrictamente de literario.
La difusión de la poesía épica se realizó mediante el recitado o el canto de los aedos, que constituyeron el principal vehículo de transmisión de la larga tradición épica oral en Grecia. La epopeya griega refleja un mundo poblado por héroes, dioses y, en último término, hombres embarcados en la aventura de vivir y de morir.
La llíada cuenta en sus cerca de 16 000 versos el episodio final de la guerra de Troya, un breve intervalo en comparación con los diez años que los aqueos llevaban acampados frente a las murallas de la ciudad. El hilo conductor del poema es la cólera del héroe griego Aquiles (cólera es precisamente la palabra con la que comienza el poema), ofendido por el rey Agamenón, jefe del ejército griego aliado contra Troya, que arrebata a Aquiles la joven prisionera a la que éste ama.
La Odisea, que consta de más de 12 000 versos, narra el retorno de Odiseo (Ulises en castellano) desde Troya a su patria. El regreso del héroe al hogar tras pasar un sinfín de peripecias y arrostrar innumerables peligros será un tema recurrente en las literaturas occidentales posteriores.
Otra gran figura de la épica arcaica es Hesíodo autor de Trabajos y días, obra de contenido claramente didáctico sobre la agricultura y de Teogonía, poema cosmogónico que relata la genealogía del mundo y de los dioses que integran el panteón heleno.
En época helenística, la poesía épica, que cuenta con Apolodoro entre sus cultivadores más destacados, se caracteriza por el gran dominio de las formas métricas y de composición aunque sin alcanzar la hondura moral de la épica antigua.
La influencia de la epopeya griega en la literatura posterior occidental es inmensa, tanto por la particular visión del mundo recogida en los relatos míticos contenidos en los poemas épicos como por el modelo de comportamiento social, sentimental o ético que ofrece.
Los poemas más antiguos de la literatura occidental (y según algunos críticos, los más grandes) son la Ilíada y la Odisea, de Homero. Se trata de poemas épicos, es decir, largos poemas narrativos, compuestos cada uno de ellos por 24 libros o cantos, de extensión variable, entre 450 y 900 versos. Las dos epopeyas hacen referencia a relatos de la edad heroica y tienen como trasfondo la Guerra de Troya.
Los griegos atribuían estos dos grandes poemas a Homero. Los estudiosos han demostrado que ambas epopeyas constituyen, en realidad, la culminación de una larga tradición de poesía oral, surgida probablemente en la Edad del Bronce. A lo largo de los siglos hasta su fijación por escrito en el siglo VIII a. C., se habrían incorporado los relatos e interpolaciones que componen los textos que hoy conocemos.
El análisis interno de la Ilíada indica que fue compuesta entre el 750 y el 700 a. C. En Jonia. Muchos de los especialistas coinciden en señalar que la Odisea no fue compuesta por el mismo autor, ya que hay diferencias considerables de estilo y de tono entre los dos poemas. Ambos muestran carácterísticas de la épica oral. Fueron compuestos para ser recitados o cantados en voz alta con acompañamiento de la lira. Los hechos narrados, los temas recurrentes y gran parte de los versos corresponden a las carácterísticas de la poesía épica de transmisión oral, pero la estructura de los poemas, la clara y consistente caracterización de los personajes principales y la atmósfera de cada poema, trágica en la Ilíada, fantástica en la Odisea, son, sin duda, el fruto del genio poético de Homero.
Es bastante plausible que, como en muchas obras épicas, la composición de estos poemas fuera el resultado de engarzar diversos cantos de creación y difusión oral que los aedos cantaban como episodios autónomos ante su público. Pero tradicionalmente se atribuye a Homero el genio y la originalidad de la composición y unidad de ambas obras.
Apenas existen testimonios fiables del poeta: con toda probabilidad, él mismo era un aedo que vivíó y trabajó en Jonia, según se deduce del predominio del dialecto jonio en sus poemas y del conocimiento bastante preciso de la regíón cercana a Troya. El estudio de la lengua y las referencias de los poemas permiten datar solo de forma aproximada la composición de las obras: la Ilíada, hacia la mitad del siglo VIII, y la Odisea, cerca del fin del mismo siglo. De hecho, las notables diferencias que presentan los dos poemas en la construcción técnica, el estilo, la lengua e, incluso, la concepción del mundo han llevado a algunos estudiosos a afirmar que, en realidad, se trata de obras de autores diferentes, aunque el responsable de la última debíó conocer la llíada; otros, sin embargo, argumentan que tales diferencias se pueden explicar perfectamente como el fruto de la evolución artística desde la juventud a la madurez de un único poeta, Homero. Pero ninguna de las dos posiciones resulta concluyente.
Homero, con la Ilíada y la Odisea, supone para nosotros el comienzo de la literatura griega. Aunque algunos autores han llegado a negar incluso su existencia, hoy no cabe duda de que este poeta, de origen jonio (de la ciudad de Esmirna o quizá de la isla de Quíos), desarrolló su labor sobre el siglo VIII a.C., en un momento en que los griegos volvieron a «descubrir» la escritura, alfabética esta vez, tras la caída de la civilización micénica por causa de los dorios.
Utilizando la escritura Homero condensó en sus poemas todo un bagaje de leyendas, mitos y héroes que los aedos (ἀ&ómicron;ιδός «cantor», término derivado del verbo ἀ&épsilon;ίδω «cantar») o juglares griegos habían cantado durante siglos. Es decir, este poeta, que también era un aedo, se sitúa en realidad al final de una larga tradición de poesía oral que termina cuando le da forma escrita a parte de esa misma tradición. Con él, por tanto, la épica o epopeya griega se convierte en un género de poesía culta, pasando a ser a su vez maestro indiscutible del género, tanto para griegos como romanos.
Por poesía épica se entiende un tipo de poesía narrativa que canta las hazañas de unos héroes pertenecientes a un pasado más o menos legendario y cuyo comportamiento glorioso acaba convirtiéndose en modelo de virtudes varoniles (valor, fidelidad, nobleza, entrega). Es poesía cantada por aedos o cantores profesionales, con acompañamiento musical, ante un público eminentemente popular. Es poesía objetiva, pues el poeta actúa como simple narrador de unos hechos ajenos a él y en los que para nada interviene, de hecho el poeta canta lo que la musa le inspira.
En casi todas las culturas la poesía épica tuvo una primera etapa oral, en la que el aedo se limita a repetir, con pequeñas variaciones, una serie de cantos de héroes y personajes míticos que él a su vez ha aprendido de otros aedos, sin que intervenga la escritura. A esta etapa sucede otra en la que el rapsoda, utilizando la escritura, crea sus propios poemas a partir de una serie de temas y motivos legados por la tradición. Ésta es la etapa de poesía culta y es a ésta a la que pertenece Homero.
Esta poesía heroica se cantaba en versos de métrica uniforme y ritmo rápido denominados hexámetros, que tenían seis pies métricos y alternaban sílabas largas (__) y breves (U):
(__ UU (o __) / __ UU (o __) / __ UU (o __) /__ UU (o __) /__UU / __U (o__)
La regularidad métrica es fundamental en la memorización de los poemas y en su transmisión oral de generación en generación. Todos los poemas épicos presentan dos elementos en común: se componen y recitan de memoria, sin ayuda de la escritura, y se cantan con acompañamiento musical. Los poemas son, propiamente, canciones. Precisamente, la oralidad de su difusión determina uno de los rasgos más carácterísticos del estilo épico: los poemas homéricos se hallan salpicados a lo largo de sus miles de versos de construcciones verbales que se repiten una y otra vez para facilitar su memorización.
Estas fórmulas épicas suelen ser nombres y epítetos de héroes, como «divino Ulises», «Héctor, el de tremolante casco», «Aquiles, el de los de pies ligeros», etcétera.
Que Homero tiene detrás toda una tradición de poesía oral se puede confirmar por varios hechos:
a) El tema mismo de sus poemas, los sucesos relacionados con la legendaria guerra de Troya, pertenecen a un pasado ya lejano para él, pues hoy se tiende a situar tal conflicto sobre el Siglo XIII a.C., cuando los micenios o aqueos se enfrentaron con una ciudad del norte de Asía Menor por motivos comerciales posiblemente. El conocimiento de esa guerra, de las hazañas de los supuestos héroes que en ella participaron, de aspectos de la cultura material de entonces (palacios, armas, vestidos, etc.), sólo pudieron llegarle por tradición oral. Además, el conocimiento que tenemos del mundo micénico, gracias a la arqueología y al desciframiento del Lineal B -el sistema de escritura micénico-, nos permite confirmar las coincidencias entre la organización política y social que reflejan los poemas y la del mundo micénico; coincidencias también se dan en el nombre de ciertos dioses (Zeus, Poseidón, Atenea, etc.) y héroes (Héctor, Áyax, etc.); incluso hay palabras homéricas que ya se encuentran en las tablillas micénicas.
b) Esos mismos hechos debían de ser conocidos por su público, pues los personajes de sus poemas son introducidos sin que se cuente nada de su pasado.
c) En ocasiones el propio Homero nos presenta a los aedos cantando acompañados de un instrumento musical de tres o cuatro cuerdas, la forminge (φόρμιγξ).
d) Las propias peculiaridades de la lengua poética usada por Homero: se trata de una lengua artificial y llena de arcaísmos, constituida básicamente a partir del jonio pero con elementos de otros dialectos, como el eolio o el arcado-chipriota, con formas que en su época ya se habían perdido. Todo esto parece revelar la existencia de una larga tradición que no sólo ha mantenido temas, sino incluso rasgos de una lengua de otro tiempo y de procedencia diversa.
e) El uso de un lenguaje formulario:
Consiste éste en un conjunto de frases hechas y expresiones fijas que se repiten continuamente y en lugares fijos; se trata de epítetos usados sistemáticamente para referirse a personajes u objetos (Atenea, la de los ojos de lechuza; Aquiles, el de los pies ligeros; veloces naves). Este tipo de lenguaje es propio de toda poesía oral y fruto de una larga tradición en la que los poetas orales, combinando estos elementos fijos, eran capaces de componer largos poemas de miles de versos a veces y recordarlos fácilmente.
f) Uso de ciertos recursos estilísticos, como comparaciones, catálogos (largas enumeraciones de guerreros, pueblos que participan en el combate, etc.), invocaciones a las Musas, digresiones (narraciones o relatos que se alejan de la acción principal), escenas típicas que se repiten siempre en los mismos contextos y sin apenas variación (sobre todo en las escenas de combate).
Todos los rasgos aquí mencionados se encuentran en poemas épicos de otras culturas, como el Ramayana y el Mahabharata de la India, el Poema de Gilgamesh de los sumerios, los Nibelungos de la cultura germánica o el propio Poema del Cid castellano. Estas coincidencias se explican tanto porque la épica griega deriva de la épica que debieron tener los indoeuropeos como por los posibles influjos recibidos de las culturas mesopotámicas.
La Ilíada es un gran poema épico lleno de furor guerrero.
Los hechos que se narran mantienen una cronología lineal, pero con digresiones que se apartan en ocasiones del tema central: el asedio de Troya por parte de los aqueos y sus aliados.
La legendaria guerra de Troya se prolongó durante diez años de combates. Sin embargo, el genio de Homero supo concentrar la acción en unas semanas del décimo año, en torno a un episodio que proporciona cohesión a las diferentes historias que se suceden en las luchas entre héroes: «Ia cólera de Aquiles».
La obra comienza con el agravio a Aquiles del rey Agamenón, jefe del ejército aliado contra Troya, al arrebatarle a una joven prisionera que aquel desea. La ofensa lleva a Aquiles, el mejor y más temido de los héroes, a retirarse de la guerra, junto con su ejército de mirmidones. Como consecuencia, a pesar de singulares enfrentamientos entre héroes griegos y troyanos, y de la intervención de los dioses, la ofensiva troyana logra poner en apuros a los aliados. Ante el empuje del principal héroe troyano, Héctor, que llega a suponer una seria amenaza para las naves aqueas, Patroclo, íntimo de Aquiles, al no conseguir que éste se reincorpore a la lucha, le ruega al menos que le deje sus armas para alentar a los griegos. Cuando Héctor derrota a Patroclo, Aquiles se reconcilia con Agamenón y se reincorpora a la lucha para vengar a su amigo. Tras la derrota de Héctor, la furia de Aquiles se ensaña con el cadáver del troyano, pero tras la advertencia de los dioses, acepta devolverlo a su anciano padre, el rey troyano Príamo, y la obra concluye con los funerales de Patroclo y Héctor. Al final del poema, vence la compasión por encima de la sed de venganza, lo cual expresa bien la gran visión humanista de Homero.
Las dudas acerca de la autenticidad histórica de los acontecimientos narrados en la Ilíada son muchas, aunque hay elementos que inducen a creer al menos en la veracidad de algunos de ellos. Así, por ejemplo, se sabe de la existencia de relaciones no siempre pacíficas entre la ciudad de Troya y la Grecia continental.
La Odisea es un relato de aventuras que gira en torno a la figura de Ulises (nombre latino del griego Odiseo), uno de los héroes que contribuyeron a la destrucción de Troya. Al igual que en la Ilíada, el autor centra los acontecimientos en un episodio que dará cohesión a las diferentes aventuras del héroe: el regreso a su hogar, Ítaca, y la recuperación de su reino. La estructura narrativa del poema es más compleja, por cuanto las digresiones suponen simultanear dos acciones (Ulises, por una parte, y Telémaco, su hijo, que lo busca, por otra) y un salto temporal en el que el propio Ulises pasa a ser el narrador de sus aventuras pasadas.
Al comienzo del poema, Ulises se encuentra en la isla de la ninfa Calipso, quien ha de dejarlo marchar tras decidir los dioses, a petición de Atenea, permitirle el regreso a su hogar. Pero en Ítaca, su esposa, Penélope, se encuentra asediada por pretendientes, que dan al héroe por muerto y le exigen que elija a uno de ellos como esposo, mientras consumen la hacienda de la familia. Ante esta situación, Telémaco, el hijo de ambos, decide partir en busca de noticias de su padre a los reinos de otros héroes que volvieron de Troya, como Menelao y Néstor. De regreso a su patria, Poseidón hace naufragar a Ulises, quien recala en el país de los feacios. Allí, su rey, Alcínoo, lo acoge con hospitalidad y, al reconocer al héroe, éste relata sus infortunios desde la partida de Troya: la sucesiva pérdida de su flota y sus compañeros entre tempestades; los enfrentamientos con seres monstruosos, como el cíclope, los lestrigones, las sirenas o Escila y Caribdis; la ira de Helios cuando devoran sus bueyes sagrados, o la transformación en cerdos a manos de la maga Circe. Al terminar su relato, los feacios lo obsequian generosamente y, después de un viaje milagroso, llega a Ítaca. Odiseo regresa a su palacio disfrazado de mendigo y, con la ayuda de Telémaco y un fiel sirviente, da muerte a los pretendientes y se reúne por fin con Penélope.
El tono de la Odiseaes, indudablemente, menos guerrero que el de la Ilíada, de modoque la obra, más que a la exaltación de los valores aristocráticos, responde a la estructura tradicional del cuento de aventuras. Las diferencias con el poema de Troya se extienden, lógicamente, a una mayor presencia del mundo doméstico y de estratos sociales más diversos que los héroes y los dioses. Incluso la actitud de los inmortales resulta muy diferente: frente a las actuaciones bastante crueles y caprichosas de los dioses en la guerra de Troya, que en ocasiones parecían buscar la mera diversión, en la Odisea sus intervenciones están guiadas por motivaciones más éticas y por la búsqueda de justicia.
A los elementos aportados por la tradición oral, Homero añadió ciertos rasgos propios que dieron personalidad a su obra:
a) Así creó unos poemas mucho más largos que los cantos de los aedos, organizados alrededor de las peripecias de un héroe principal con las que se entrecruzan las de muchos otros personajes menores.
d) Por último, Homero «humanizó» deliberadamente a sus héroes, dotándoles de virtudes tales como el amor a la patria, al amigo, etc.
Los poemas homéricos, aunque por su tema se refieren al mundo micénico, en realidad reflejan el mundo griego del siglo VIII a.C., la época en que los regíMenes aristocráticos se encuentran en pleno desarrollo, en que se están formando las polis, en que se ha iniciado la colonización del Mediterráneo y por tanto los contactos con tierras lejanas.
De otro lado, dos son los protagonistas principales de los poemas:
los dioses y los héroes, el mundo divino y el humano. Los dioses homéricos se asemejan a los hombres por su aspecto, pasiones, vicios y virtudes -es decir, son antropomórficos-; sólo se diferencian por su inmortalidad y por ser superiores a los hombres en fuerza, belleza o inteligencia. Llevan una vida feliz y despreocupada en el Olimpo, y la propia guerra de Troya, en la que a veces intervienen, es para ellos algo sin importancia.
Por encima de los dioses hay un poder absoluto, irracional, que escapa a su control, el Destino.
Éste se entiende como un cierto orden de los acontecimientos, que puede ser conocido mediante oráculos y predicciones, pero que nadie puede alterar, ni siquiera los propios dioses. Los dioses homéricos, que vienen a ser encarnación de las fuerzas de la naturaleza, actúan colectivamente como garantes del destino y, por lo tanto, del equilibrio del mundo, y así castigan las transgresiones de ese orden protagonizadas por los hombres.
En cuanto al mundo humano, éste está representado sobre todo por los héroes, seres que cuentan entre sus antepasados con algún Dios, dotados de gran fuerza, belleza o inteligencia, superior a la de un hombre pero menor que la de un Dios, y carentes por supuesto de inmortalidad. A diferencia de otras epopeyas, la épica homérica presenta, como ya se ha dicho, a unos héroes muy «humanos»: apenas intervienen monstruos o elementos mágicos, sufren y mueren como los hombres y encarnan virtudes como el patriotismo, la amistad o la fidelidad.
En su actuación, el héroe homérico se ve sometido a un doble condicionante:
el Destino y la propia intervención divina.
Contra el primero nada puede hacer, pues es inexorable; respecto al segundo, es habitual ver a los dioses intervenir en las acciones de los hombres -por ejemplo, dando o quitando la fuerza a un guerrero en pleno combate-; también a veces el hombre que comete una acción indigna atribuye su decisión última a un Dios. Sin embargo, hay también ocasiones en que es el hombre solo el que debe decidir y buscar una salida por sí mismo. Todo ello nos lleva a plantear el problema de la libertad en Homero: en realidad, aunque los dioses intervienen en la vida de los hombres, es el hombre el que al final decide si actúa o no, por lo que le queda un cierto margen de libertad.