Portada » Historia » Inicio de la industria textil en Cataluña
BLOQUE 8. PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN EL Siglo XIX: UN DESARROLLO INSUFICIENTE.
La población española pasó de tener 10 millones de habitantes en 1797 a 18 en 1900; es decir en un siglo crecíó un 80%. El ritmo fue lento hasta 1820, se aceleró a partir de esa década hasta 1860 y se frenó desde entonces. En comparación con otros países de nuestro entorno, fue un crecimiento moderado, debido sobre todo a la mayor mortalidad y al retraso en la modernización económica.
Esa elevada mortalidad se explica por el atraso económico y social: pésimas condiciones sanitarias, crisis alimentarias o «hambrunas» (una docena durante todo el siglo) y la elevada mortalidad infantil. Por su parte la natalidad también se mantuvo alta durante todo el siglo y aún en 1900 alcanzaba el 35%o, muy por encima de las tasas de los países de Europa Occidental.
Todo ello definía un modelo demográfico típico del Antiguo Régimen que solo empezó a cambiar en el último tercio del siglo, especialmente tras la epidemia de cólera de 1885. Las tasas de natalidad y mortalidad, desde entonces, empezaron a reducirse pero no de modo uniforme.
Al margen de natalidad y mortalidad, en esta época se produce una importante emigración (unos 100.000 españoles emigran anualmente) a América (especialmente de las regiones costeras: Galicia, Asturias, Canarias…): especialmente joven y masculina que se dirige a las nuevas repúblicas independientes de Argentina, Chile, Méjico, o a la aún colonia de Cuba. También se produce una cierta emigración hacia el Norte de áfrica.
Mayor crecimiento en la costa / estancamiento de la España interior
Se inició con el tejido de algodón, el cual fue creciendo gracias a la introducción a principios del Siglo XIX, de máquinas movidas por ruedas hidráulicas o máquinas de vapor. La evolución de esta industria estuvo marcada por el contexto histórico. Tras la parálisis producida por la guerra de la independencia y la pérdida de las colonias americanas, se recuperó y se expandíó la fabricación de hilados entre 1830 y 1855. Entre 1870 y 1898 vivirá otro periodo álgido debido al monopolio mercantil con Cuba. Esta industria se localiza en Cataluña, especialmente en el área urbana cercana a Barcelona. Estas industrias serán financiadas por capital fundamentalmente catalán.
Estuvo muy supeditada a la explotación minera de sus materias primas: mineral de hierro y carbón. Conocíó una gran expansión a partir de 1871, con la creación de varias empresas en Vizcaya relacionadas con los Altos Hornos. El atraso relativo de la siderurgia se explica por la libertad de importación que establecíó la ley de ferrocarriles de 1855, la reducida demanda interna, el atraso técnico, la escasez de carbón, que se importaba… La siderurgia asturiana encabeza el ránking nacional hasta 1871 por la necesidad de grandes cantidades de carbón para la producción siderúrgica. A partir de la incorporación del procedimiento Bessemer (que ahorraba carbón en la producción), la siderurgia vizcaína sustituye a la asturiana. Las explotaciones siderúrgicas asturianas (al igual que las mineras) serán explotadas por capital extranjero, en cuanto que las vascas lo serán con capitales vascos.
Estuvo estancada casi todo el siglo por la escasa demanda, el atraso económico, la falta de capitales y de tecnología y la intervención del Estado, que frenaba la inversión extranjera. La “Ley de Bases sobre Minas” de 1869 y otras de carácter librecambista favorecieron la actividad extractiva, a la vez que crecía esta por la demanda. En la minería del carbón lidera Asturias, por la abundancia de carbón mineral extraído de los pozos (esta actividad se prolongará hasta fines del Siglo XX como la principal actividad económica de la regíón.
Mientras los países más avanzados de Europa entraban en el Siglo XIX en una acelerada industrialización con firmes instituciones liberales, tanto a nivel político (Parlamentos, que legislaban a favor de esta actividad) como a nivel económico (predominio del laissez-faire), España se refugiaba en el despotismo ilustrado anacrónico entre 1814 y 1833.
A partir de entonces con la instauración del liberalismo habrá una cierta apuesta por la industrialización pero insuficiente, de modo que la industrialización en España no fue tan importante como en los países europeos más avanzados. En primer lugar, porque afectó principalmente a solo dos regiones: Cataluña y el País Vasco.
Este retraso industrial puede deberse a: falta de poder adquisitivo de la población, proteccionismo excesivo, falta de inversión en el sector industrial, malas comunicaciones terrestres, escasez de fuentes de energía, pérdida de las colonias.
Algunos de estos problemas se fueron resolviendo a lo largo del Siglo XIX, pero de todos modos la industrialización española fue lenta, débil y tardía, si la comparamos con los países más avanzados, en tal sentido, de Europa.
En la etapa del bienio progresista se aprobó la Ley General de Ferocarriles de 1855, que estimuló la construcción de la red viaria básica, uno de los anhelos progresistas.
Los objetivos vendrían a ser entre otros:
a.- Activar la economía nacional gracias a un medio de transporte moderno, mecanizado.
b.- Crear un mercado nacional, en el cual gracias al ferrocarril se podían llevar las mercancías de un lugar a otro de la Península en cuestión de días.
c.- Invertir el capital excedente que se había ido generando en las últimas décadas.
d.- Desarrollar la industria nacional gracias a la demanda que generaba el tendido ferroviario.
Entre las consecuencias podemos hallar algunas negativas y otras de carácter más positivo, que vendrían a ser las siguientes:
La rentabilidad fue escasa para la inversión; la especulación arrastró la economía a una gran crisis entre (1866 – 1876) que ocasiónó la quiebra del sistema bancario y un déficit presupuestario crónico.
Dos cifras elocuentes. El ferrocarril aumentó la carga transportada entre 1870 y 1900 de 3.000 millones de Tm a 16.000, lo que muestra la primacía de este medio de transporte, que revoluciónó las comunicaciones, creó un mercado nacional, ayudó a desarrollar la industria y podía haber ayudado más.
Los industriales catalanes sobre todo, los terratenientes castellanos o andaluces y los siderúrgicos vascos se opónían a la libertad de mercado que preconizaba el librecambismo, porque amenazaba sus negocios.
El argumento del proteccionismo se basa en que la producción nacional es prioritaria frente a la de otros países; en el caso español, lo que se intentaba sobre todo era evitar la competencia de la industria británica.
Por su parte, el liberalismo defiende que el librecambismo estimula la innovación de las empresas para adaptarse a la competencia y resulta más favorable para el consumidor ya que mejora la concurrencia entre las empresas que compiten por ganar cuotas de mercado.
En España la política seguida fue, durante casi todo el Siglo XIX, proteccionista con algunas excepciones como la aprobada al efecto por las Cortes d,e Cádiz, que tuvo poco recorrido; la reforma de Mon-Santillán en 1845 y el arancel de 1849 introdujeron algunos matices librecambistas pero de moderado alcance. Por último, el Arancel de Figuerola de 1869, en pleno Sexenio Democrático, se inclínó más claramente hacia el librecambismo al suprimir el derecho diferencial de bandera. Finalmente, Cánovas durante la Restauración apostó por el proteccionismo decididamente como dogma del Partido Conservador.
Durante el primer tercio del Siglo XIX existía en España una anarquía de monedas, pesos y medidas. Esta diversidad entorpecía el comercio interior y los intercambios. La reforma definitiva en el sistema monetario llegaría con la revolución de 1868 y la implantación de la peseta (4 reales) como unidad monetaria. El uso de la peseta tardó en generalizarse, pero a finales de siglo ya era la unidad monetaria utilizada en todas las transacciones económicas.
A fines del XVIII se crea el primer banco español (Banco Nacional de San Carlos en 1782), para administrar la deuda pública. Hasta que no se aprueba una Ley de Banca en 1855, la banca española fue poco dinámica; a partir de entonces, crecíó notablemente. La crisis financiera de 1866 dio paso a una nueva estructura bancaria: quedaría por un lado el Banco de España (creado en 1856) con el monopolio de emisión de billetes; mientras que la banca privada fue desmantelada casi en su totalidad, dejando entidades como el Banco de Barcelona, Bilbao o el de Santander. La banca española fue poco utilizada como instrumento de desarrollo productivo y más como prestamista del Estado y captador de recursos externos para inversiones pública a través de la deuda pública.