Portada » Educación Artística » La pintura románica
Matrim. A ambos lados de la mandorla se representa el Tetramorfos. En la parte inferior, a la derecha de Cristo aparece el león, símbolo de San Marcos, sostenido por un ángel, y a la izquierda el toro, símbolo de San Lucas, sostenido también por un ángel. Estos dos animales presentan ojos en todo el cuerpo. En la parte superior, a la derecha de Cristo un ángel representa a San Mateo y lleva el libro del Evangelio. A la izquierda otro ángel lleva en brazos, con las manos veladas el águila de San Juan. Las cuatro figuras están inscritas en círculos. Cierran la composición a uno y otro lado dos ángeles serafines tal como los describe el profeta Isaías: con dos alas se cubren los ojos, con otras dos los pies y con las dos restantes vuelan, y todas ellas están cubiertas de ojos, simbolizando así la plenitud de conocimiento divino. Como ya hemos indicado, la composición de la obra presenta una clara disposición simétrica con la figura impresionante de Cristo en el centro, de mayor tamaño que las demás, para destacar su importancia, de acuerdo con el sistema de proporción jerárquica. El resto de los personajes se disponen en diferentes registros buscando la claridad expositiva y siguiendo la ley de adaptación al marco arquitectónico, que es muy evidente en los espacios triangulares de la parte superior. La obra refleja a la perfección las características de la pintura románica.
El antinaturalismo se aprecia con claridad en el tratamiento dado a las figuras y al fondo donde se desarrolla la escena. Los contornos se realizan con trazos gruesos de color negro que también delimitan los distintos planos del fondo. Mención especial merece el rostro de Cristo, que resalta sobre el color blanco del nimbo cruciforme, ordenado en sus trazos principales según una perfecta simetría, y enmarcado por largos cabellos. Destaca el dibujo de los ojos, de severa mirada. La nariz divide su cara con el fuerte trazo de dos líneas paralelas que se ensanchan para marcar las cejas. Los bigotes caídos enmarcan sus labios, dirigiendo la atención hacia las formas de la barba que reproducen las ondas del cabello. La gama cromática utilizada es fría en la representación de la figura de Cristo con tonos azules y grises asociados al cielo y a la luz, y más cálida, con predominio de rojos, en el resto. La luz no proviene del exterior, sino que es la que irradian los propios colores. No hay deseo alguno de representar la profundidad espacial, ya que el espacio en el que están las figuras no es de este mundo y el fondo se resuelve mediante bandas de colores planos y vivos. Esta resolución de fondos mediante registros de colores vivos muestra el influjo de la miniatura mozárabe. La frontalidad y el hieratismo que impregnan la representación contribuyen a crear en la zona del altar esa atmósfera sobrecogedora que pone al fiel en contacto con la Divinidad. La pintura románica es ante todo pintura mural que cubre el interior de las iglesias decorando las extensas superficies desnudas del edificio, pero que tiene fundamentalmente una función didáctica y moralizante, porque enseña al pueblo iletrado las verdades de la fe y les muestra cuál es el camino de la salvación.
San clement de Tahul.. En el muro del ábside están representados una serie de personajes sagrados cuyos nombres figuran en una banda que delimita los dos espacios del ábside. Separados por una ventana que se abre en el centro están la Virgen María, sosteniendo con la mano izquierda velada un plato del que irradia luz, a la derecha de Cristo, y San Juan a la izquierda. Junto a la Virgen, San Bartolomé y Santo Tomás; al lado de San Juan, San Jaime y otra figura que podría ser San Felipe. Todas estas figuras están enmarcadas por arcos sobre columnas, cuyos fustes imitan el mármol mediante un dibujo ondulado, columnas rematadas por capiteles pintados con una decoración vegetal. Como ya hemos indicado, la composición de la obra presenta una clara disposición simétrica con la figura impresionante de Cristo en el centro, de mayor tamaño que las demás, para destacar su importancia, de acuerdo con el sistema de proporción jerárquica. El resto de los personajes se disponen en diferentes registros buscando la claridad expositiva y siguiendo la ley de adaptación al marco arquitectónico, que es muy evidente en los espacios triangulares de la parte superior. La obra refleja a la perfección las características de la pintura románica. El antinaturalismo se aprecia con claridad en el tratamiento dado a las figuras y al fondo donde se desarrolla la escena. Los contornos se realizan con trazos gruesos de color negro que también delimitan los distintos planos del fondo. Mención especial merece el rostro de Cristo, que resalta sobre el color blanco del nimbo cruciforme, ordenado en sus trazos principales según una perfecta simetría, y enmarcado por largos cabellos.
Destaca el dibujo de los ojos, de severa mirada. La nariz divide su cara con el fuerte trazo de dos líneas paralelas que se ensanchan para marcar las cejas. Los bigotes caídos enmarcan sus labios, dirigiendo la atención hacia las formas de la barba que reproducen las ondas del cabello. El color está aplicado en tintas planas, aunque en los plegados de los paños hay una gradación cromática que produce cierta sensación de volumen. La gama cromática utilizada es fría en la representación de la figura de Cristo con tonos azules y grises asociados al cielo y a la luz, y más cálida, con predominio de rojos, en el resto. La luz no proviene del exterior, sino que es la que irradian los propios colores. No hay deseo alguno de representar la profundidad espacial, ya que el espacio en el que están las figuras no es de este mundo y el fondo se resuelve mediante bandas de colores planos y vivos (azul claro, ocre y plomizo). Esta resolución de fondos mediante registros de colores vivos muestra el influjo de la miniatura mozárabe. La frontalidad y el hieratismo que impregnan la representación contribuyen a crear en la zona del altar esa atmósfera sobrecogedora que pone al fiel en contacto con la Divinidad. La pintura románica es ante todo pintura mural que cubre el interior de las iglesias decorando las extensas superficies desnudas del edificio, pero que tiene fundamentalmente una función didáctica y moralizante, porque enseña al pueblo iletrado las verdades de la fe y les muestra cuál es el camino de la salvación.