Portada » Lengua y literatura » Que busca Augusto en Eugenia libro niebla
Augusto se encontraba en la puerta de su casa, cuando notó que llovía. Sin rumbo y sin saber hacia donde dirigirse de paseo, comenzó a seguir a una moza.
Esta chica llegó a una casa, donde Augusto interrogó a su portera sobre quién era esa chica. Ésta le informó con detalle y Augusto le recompensó.
Luego se sentó en un banco a reflexionar sobre Eugenia, la chica.
Cuando llegó a su casa, se sentó a escribir a su amada. Cuando terminó la carta, en la que le pedía ocasión para conocerse, marchó a la Alameda para entregar la carta.
Se la dio a la portera, y también le dio un duro de recompensa. Esta le dijo que no era la primera carta que ella recibía de pretendientes, y le contó que tenía un aspirante a novio.
Augusto marchó contento de tener algo que hacer, alguna meta y de por fin tener un rumbo en sus paseos diarios.
Augusto acabó en el casino, donde con Víctor jugó una partida de ajedrez, en la que no se concentraba por pensar en Eugenia. Cuando le contó a su amigo que estaba enamorado, éste no se impresiónó demasiado porque ya lo había notado. Además de que ya conocía a Eugenia.
Llegó a su casa, donde siempre antes de acostarse jugaba con su servidor a un tute. Mientras jugaban conversaron sobre el matrimonio y cuando nombró a Eugenia la criada le dijo que ella la conocía.
Augusto notaba que todos la conocían menos él. Se había dado cuenta lo aburrida que había sido su vida desde que murió su madre. Reflexionando, se quedó dormido.
Soñaba con un ágüila cuando le despertó una voz y de paso pidió el desayuno antes que de costumbre y marchó a casa de Eugenia para informarse de las novedades a través de la portera. Ésta le dijo que ella le había pedido que le comunicara que estaba comprometida, cosa que a Augusto no le importó.
Augusto comenzó a recordar a sus padres difuntos. Su madre le ayudaba con las matemáticas. Mientras pensaba se encontró un perro abandonado, con hambre, que recogíó y llevó a su casa para alimentarlo. Lo llamó Orfeo y se convirtió en su confidente.
Andaba Augusto por casa de Eugenia, cuando vio que una señora del segundo piso sacaba a su canario al sol, cuando de repente se le desmontó la jaula y cayó. Augusto consiguió coger la jaula y se la subíó a la señora. Le dijo que estaba tras su sobrina Eugenia, y la tía le contó que esta era caprichosa.
Cuando llegó Eugenia a casa, le informaron de la visita de Augusto.
En este capítulo
Augusto le habla a su perro Orfeo, reflexionando sobre las cosas de la vida, contándole sus pensamientos; aunque Orfeo en realidad no le entendía.
Augusto se hallaba en casa de su amada, y sus tíos le dijeron que esperara a su llegada para que pudiera conocerla. Cuando llegó ella Augusto se puso muy nervioso. Al conocerse, ella se mostró distante, fría, y de gran carácter. Podía molestar a Augusto, pero todo lo contrario; más le atraía esa independencia. Sus tíos le mostraron todo su apoyo para conseguir conquistar a la chica.
Eugenia hablaba con su novio Mauricio. Le pedía que se decidiera de una vez a casarse, ya que de lo contrario sus tíos le estarían presionando mucho para casarse con Augusto, aunque a ella no le gustaba. Él debía buscar trabajo de una vez o todo se acabaría.
Augusto salíó para el Casino, y de repente se percató de que había estado siguiendo a otra moza hasta su casa. Para sí mismo daba gracias a Dios por crear mujeres tan bellas. Veía y veía muchas mozas guapas, pero ninguna como su Eugenia.
De repente se encontró con Víctor, que le preguntó a donde se dirigía ya que le había esperado en el casino. Augusto entonces le contó que desde que estaba enamorado de Eugenia veía hermosas a todas las chicas, cosa que no entendía, pero Víctor le explicó que lo que pasaba era que había descubierto el amor, que en realidad no estaba enamorado de corazón, sino de cabeza.
En su casa habló con Liduvina sobre el mismo tema. Quería saber qué era estar enamorado de verdad.
Augusto visita de nuevo la casa de Eugenia, que le esperaba sola, sin sus tíos. Ella le dice que está engañado, que tiene novio del que está enamorada. Su tía no lo puede comprender, pero su tío defiende su libertad de elección, ya que es anarquista. Augusto por su parte, solo quiere la felicidad de ella, cueste lo que cueste. Entonces decidíó hacer un acto heroico por ella; pagar todas las hipotecas pendientes de su difunto padre.
Llegó la planchadora a casa de Augusto como habitualmente, pero esta vez Augusto se fijó de verdad en ella, cosa que le hizo ponerse colorada. Él le dijo todo lo hermosa que era, y Rosario rompíó a llorar. Augusto también al recordar que su amor no era correspondido, y Rosario se compadecíó de él. Entonces le preguntó si ella le querría, ya que Eugenia no, y Rosario le dijo que sí. Entonces les pilló Liduvina y le dijo que realmente estaba enamorado por la tontería que acababa de hacer.
Augusto recibe de repente la visita de Eugenia, cosa que le sorprendíó. Ella venía para preguntarle por qué le había comprado la hipoteca. Había pensado que el lo hacía para comprarla, para conquistarla y se enfadó. Él intentó hablar, decirle que solo quería su felicidad, pero Eugenia no le escuchó.
Apenado anduvo hasta llegar a una iglesia, en la que entró sin pensar y donde se encontró a don Avito, quien le dijo que en la vida solo se aprende viviendo. También le contó que usualmente iba a la iglesia aunque ni siquiera sabía si creía… Le recomendó que se casara cuanto antes para sustituir la pérdida de su madre, aunque fuera con una chica a la que no quería.
Víctor estaba raro, por lo que Augusto le preguntó. Entonces le contó toda su historia con su mujer;
Que no habían podido tener hijos lo que al principio les influyó mal en la relación al principio. Pero una vez superado, vino de nuevo la desgracia: ¡Elena estaba embarazada! Lo estaban pasando mal de nuevo porque su mujer se avergonzaba.
Augusto regresó pensando en lo que le habían dicho sus dos amigos, y luego se desaogó con Orfeo.
Eugenia llegó a su casa muy enfadada por lo que había hecho Augusto y se quejó a su tía. Ésta se quedó atónita y le dijo que había hecho mal, porque su novio es un cafre que ni tiene trabajo siquiera. De repente la criada le avisó de que don Augusto le esperaba para verla pero ella no quería. Cuando entró Augusto se encontró con Ermelinda. Le contó que había deshipotecado la casa, pero que deseaba que Eugenia conociera sus verdaderas intenciones: que el no quería comprarla, solo hacerla feliz, y que sería el padrino de su boda si ella le dejaba además de buscarle un buen puesto de trabajo a Mauricio para que pudieran vivir bien. Cuando la llamaron, ella se había marchado.
Eugenia insiste a su novio para que se vaya espabilando y busque trabajo, o de lo contrario aceptaría la renta de Augusto. Sorprendentemente, Mauricio le anima a ello. De repente se sincera, y le confiesa que tiene mucho miedo al matrimonio; que le quiere mucho pero que no le apetece trabajar y mantener a unos hijos, por lo que le sugiere que se case con Augusto y ellos mientras serian amantes. Ella se escandalizó de su grosería y llorando regresó a su casa. Se acostó y pilló una fiebre.
Mientras, Mauricio hablaba con un amigo suyo y le contaba que había empezado con esa chiquilla sin ataduras ni compromisos y ahora ella intentaba atarle, cosa que no quería. Decidíó que sería libre.
Augusto y Víctor se contaban casos de matrimonios, como aquel de don Eloíno, que se caso con la patrona de un hotel solo para que le cuidara sus últimos días de vida, ya que se iba a morir. Pero después de casados duró un tiempo más, y ella acabó echándolo de su casa cruelmente. Toda esta historia Víctor pretendía contarla en una novela, una novela con mucho diálogo.
Al llegar a casa, Rosario esperaba a Augusto.
Augusto le dijo a Rosarito que olvidara lo del otro día, porque había sido una locura. Pero repitió lo de la vez anterior; la sentó en sus rodillas y le habló. Le preguntó si tenía novio y ella mientras hablaba rompía a llorar en el hombro de don Augusto. Éste le intimidaba. La volvíó a besar, se volvíó medio loco, le pidió que le acompañara a un viaje y le dijo que se marchara.
Cuando se fue reflexiónó en la cama y se dio cuenta de que le estaba mintiendo a ella y a sí mismo. Junto a Orfeo se dio cuenta de lo simple que era el amor, era fruto de los celos, de la sociedad; sin ellos no existiría el amor.
Hablaron Emelinda y Augusto. Ésta le explicó que su sobrina estaba arrepentida de su actitud con él, y que, sin compromiso, aceptaba el regalo que anteriormente le propuso. Augusto se ofendíó de que ella tratara de aprovecharse de él ahora que su novio le había dejado; y le dijo que le perdonaba, que aceptaba sus disculpas, pero tan solo como amigos.
Eugenia, cuando fue informada de esta conversación, seguía pensando que fácilmente lo reconquistaría.
Augusto al ponerse a pensar se negó a que esa mujer intentara jugar con él. Había demasiadas mujeres en el mundo como para preocuparse.
Salíó a la calle y pensó en él, pero alrededor de todos se sentía muy pequeño. Se quedó sentado en una plazoleta, llena de árboles y niños que jugaban y siguió pensando y pensando…
Estaba decidiendo si haría el viaje pensado cuando de repente llegó Eugenia a su casa. Tuvo tentación de rechazar la visita, pero creyó que era mejor ser fuerte.
Empezaron a hablar de su relación, hubo un momento en el que Augusto la besó en la frente y en los ojos oprimíéndola fuertemente contra su pecho, pero ella se resistía; no se aclaraba. De repente llegó Rosario, y Augusto se quedó blanco.
Rosario le dijo que esa mujer le estaba engañando. Se lo decía de corazón, porque le tenía mucho cariño y le sugirió que confiara en ella. Se estaba volviendo loco entre las dos mujeres y mientras jugaba al tote con Domingo le preguntó qué se debía hacer cuando uno se enamoraba de dos mujeres a la vez. Éste le contestó que teniendo mucho dinero podría hacer lo que quisiera, incluso casarse con las dos, porque los celos de una mujer solo vienen cuando hay hijos de ese hombre.
Antonio y Augusto hablaban en un rinconcito del casino. Antonio le contaba que la mujer que tenía no era su mujer legítima, sino otra. Y que a pesar de que sus hijos eran de ella, ella también estaba casada con otro. Su anterior mujer le enamoró por ser calladita y reservada hasta que un día le abandonó por otro hombre. Triste y desolado decidíó visitar y ofrecer hospitalidad a la mujer del hombre que se había fugado con su mujer. Al principio ella rechazó su dinero pero de tanto insistir él acabó aceptando. Más tarde incluso se fueron a vivir juntos, y Antonio empezó a coger mucho cariño a su “hijastra”. Un día se enteró de que su mujer había tenido un hijo de su amante y sintió morir de celos. Como la niña les pidió un hermanito, una noche, por la furia de los celos, engendraron un niño.
Nunca estuvo enamorado de ella, nunca sintió deseo, hasta que en el parto de su cuarto hijo por poco muere y entonces fue cuando se percató de que la quería de verdad.
Víctor y Augusto hablan del matrimonio; de cuando uno no se da cuenta que su mujer envejece y se afea. Víctor le recomienda que no se case, pero Augusto quiere hacerlo, y le cuenta una leyenda portuguesa.
Luego Augusto le da monedas a un pobre con siete hijos.
Augusto estaba asustado de ser tan enamoradizo. Había pensado escribir unas monografías sobre las mujeres; sobre Eugenia y Rosario. Para ello pediría consejo a Antolín S. Paparrigópulos, filósofo inteligente. Se interesaba por la historia de España, los problemas de la literatura y el estudio de mujeres. Cuando acudíó a pedirle consejo, éste le dijo que las mujeres no tienen personalidad, que todas pertenecen a un alma colectiva, y que con estudiar a una sola mujer tendría de sobra. Pero Augusto deseaba estudiar dos.
Augusto decidíó estudiar a Liduvina, Rosario y Eugenia. Mientras pensaba que para aquella prueba psicológica pretendería de nuevo a Eugenia, llegó Rosarito. A ella le preguntó si las mujeres debían cumplir la palabra que daban y ella contestó que mucho mejor era no dar palabra alguna. Hablaban y hablaban cuando de un arrebato ella se le echó a los brazos y comenzó a besarle bruscamente. Él le acarició las pantorrillas y la tiró en un sofá, pero rápidamente recuperó la compostura y le pidió perdón. Ella solo pudo pensar que el hombre estaba loco. Tuvo que salir ya de su casa cuando le invadíó un sentimiento extraño al ver a la criada, y ya en la calle se relajó y pudo volver.
Víctor le comenta a Augusto que lo mejor para conocer la psicología femenina es el matrimonio, pero Augusto no sabe con qué mujer casarse, y tampoco está demasiado dispuesto. Al final del capítulo hay una nota del autor.
Augusto vuelve en busca de Eugenia para pedirle la mano y esta acepta, pero le prohíbe que la toque. Pero él verdaderamente se quería casar con ella para su experimento, y le había salido el tiro por la culata. Se sintió rana cuando sus tíos le invitaron a comer y le ofrecieron la casa como suya propia.
Augusto pasaba muchísimo tiempo en casa de Eugenia. Le escribía poemas mientras tocaba el piano. Un día Eugenia le avisó de que a Orfeo, cuando se casaran, debía decirle adiós porque no quiere perros.
Mauricio, su ex, amenazaba de comprometerla si no le buscaba un buen puesto de trabajo. Eugenia le pidió ayuda a Augusto para ellos, y éste le buscó un trabajo bien lejos.
Mauricio visita a Augusto para agradecerle ese puesto de trabajo. Augusto le pidió que marchara, que no hablara de la que iba a ser su mujer, pero Mauricio le dijo que él estaba con Rosario y eso significaba que sabía todo lo que había ocurrido entre ellos dos. Asustado Augusto le cogíó del cuello y le amenazó.
Después de lo ocurrido no sabía si había soñado o realmente Mauricio le dijo todo aquello. Tuvo que hablar con Orfeo para aclararse.
Ya estaba cerca la boda. Él quería una modesta y recogida, pero ella todo lo contrario. A veces le daban ataques de celos por Mauricio y Rosario, y le daba rabia verse con Eugenia encajada mientras ellos se reían de él.
Un día, recibíó una carta de ella: se marchaba al pueblo donde estaba destinado Mauricio para trabajar; ¡le había utilizado! Le abandonaba y con él a Rosario. Se quedó anonadado con la noticia y fue a hablar con los tíos. No podían hacer nada, ellos también quedaron consternados con la noticia y las formas de hacer las cosas de la sobrina. Lloró mucho al darse cuenta de que, tanto Mauricio como Eugenia e incluso Rosario, se estaban riendo de él.
Víctor tampoco podía evitar burlarse de él. Augusto tenía que asumir que pretendía coger de rana a la moza y al final le habían cogido de rana a él. Le sugirió que se utilizara a sí mismo para experimentar, que se devorara. Necesitaba distraerse y no pensar.
Augusto decidíó suicidarse. Pero antes de hacerlo quería hablar con el autor de la obra, consultarle. Viajó a Salamanca y entró en su despacho, donde le dijo lo mucho que admiraba sus obras filosóficas y quedó asombrado por todo lo que aquel hombre conocía de él. Miguel le dijo que no podía suicidarse porque no existía, era una simple invención de él mismo. Pero más asombrado quedó Miguel cuando su personaje le dijo: ¿y si eres tú el que no existe? Discutieron sobre esa cuestión, y durante mucho rato. Augusto insistía en suicidarse, y Miguel no…tanto discutieron que finalmente Miguel decidíó que él mismo lo mataría, a pesar de la oponiencia de Augusto. Augusto le decía que era capaz de matarlo a él, pero eso en realidad no era posible; un personaje ficticio no puede matar a su creador. Miguel ya lo había escrito, ya era irrevocable que moriría.
Cuando volvía en tren, iba con el corazón partido pensando que moriría, pensando que toda su vida era tan solo un sueño creado por otro. Cuando llegó comíó todo lo que pudo y llegó a la conclusión de que era inmortal, ya que un ente ficticio era una idea, y una idea no moría; sobrevivía. De repente comenzó a sentirse mal y notó que no pudo mantenerse en pie. Pidió ayuda a Domingo y le rogó que durmiera esa noche con él. Despertó muy mal y le llevaron al médico. Comíó demasiado y murió.
El autor, Miguel, pensó en resucitar a Augusto. Cuando se quedó dormido le soñó, y este le decía que no, que era una imposibilidad resucitarlo. También soñó que él mismo moría y cuando despertó sintió una opresión en el pecho.