Portada » Lengua y literatura » Cubismo y Surrealismo
Los movimientos de vanguardia significan una verdadera ruptura. Con este término,se han designado en nuestro siglo aquellos movimientos que se oponen a la estética anterior y que proponen, con sendos manifiestos, concepciones profundamente nuevas del arte y de las letras.
Los “ismos” vanguardistas se suceden a un ritmo muy rápido: expresionismo, Futurismo, Cubismo, dadaísmo, Surrealismo.
.. Muchos afectan por igual a las artes plásticas, al arte escénico o cinematográfico, a las letras, e incluso al pensamiento. Algunos pasan como efímeras modas; otros dejan huella imborrable.
Hacia 1914 se perciben en España una nueva sensibilidad y unas nuevas orientaciones estéticas. Progresivamente se observa un alejamiento de la realidad aparente y aquella “deshumanización” diagnosticada por Ortega. Alcanzará una intensidad inusitada el prurito de exploración estética, la búsqueda de nuevas formas.
En Literatura, tienen como pionero e impulsor a Ramón Gómez de la Serna.
En el ambiente literario proliferan las tertulias y revistas. Entre las tertulias, son famosas las del Café Pombo, presidida por “Ramón”. Entre las revistas, destacan la Revista de Occidente, creada por Ortega y Gasset, y la Gaceta Literaria, fundada en 1927 por Giménez Caballero y Guillermo de Torre.
Podemos diferenciar cuatro etapas en el desarrollo del Vanguardismo:
1ª) De 1908 a 1918. Primeras manifestaciones de la vanguardia, protagonizadas por “Ramón”: El c oncepto de la nueva literatura.
2ª) De 1918 a 1925 (o 1927). Desde la llegada de Vicente Huidobro hasta los primeros ecos del Surrealismo. Huidobro es el portavoz de las vanguardias parisienses y adalid del creacionismo. En 1925 se producen varios acontecimientos: la Revista de Occidente publica la traducción del Manifiesto del Surrealismo y es también el año de publicación de La deshumanización del arte de Ortega y Gasset.
3ª) De 1925 (o 1927) a 1930. Influjo dominante del Surrealismo, con lo que se inicia una “rehumanización”, acompañada de cierta angustia o rebeldía ante los efectos “deshumanizante” de la sociedad moderna.
4ª) De 1930 a 1936. Las inquietudes del momento llevan hacia “un nuevo Romanticismo”.
El Futurismo nace en 1909, en que el escritor italiano Marinetti publica su primer manifiesto, vital e iconoclasta. Resueltamente antirromántico, exalta la civilización mecánica y la técnica. Así se tratarán temas como la máquina, el avión, la energía eléctrica, el deporte… El estilo busca el dinamismo, la rapidez verbal, rompiendo en ocasiones con la sintaxis para dejar las “palabras en libertad”.
El Cubismo nace como escuela pictórica hacia 1907, pero el llamado Cubismo literario arranca en 1913 gracias a Guillaume Apollinaire (1880-1918). El Cubismo literario se propone descomponer la realidad para proceder a composiciones libres de conceptos, imágenes o frases. A ello se añaden los famosos caligramas de Apollinaire, especiales disposiciones tipográficas de los versos, formando “imágenes visuales”. Éste y otros artificios, como el “collage”, serán aprovechados por posteriores movimientos de vanguardia.
El dadaísmo, encabezado por Tristán Tzara, surge en Suiza durante la guerra europea, en 1916. Su nombre, elegido al azar abriendo un diccionario con un cuchillo, es el de un balbuceo infantil “da-da”. Es la rebeldía pura contra la lógica, contra las convenciones estéticas o sociales, contra el sentido común. Propugna liberar “la fantasía de cada individuo”, superar todas las inhibiciones y recurrir a un lenguaje incoherente. El gran papel de Dadá fue preparar el camino para el Surrealismo.
El Futurismo se conocíó pronto en España pero no creó escuela. Se hallarán huellas de su temática, en poetas del 27: Salinas escribe poemas a la bombilla eléctrica o a la máquina de escribir; Alberti compone un madrigal al billete del tranvía y canta a actores de cine o a un portero de fútbol…
El ultraísmo recogíó también elementos futuristas, junto a facetas cubistas. Su nombre, Ultra o Ultraísmo, indica su voluntad de ir “más allá” del Novecentismo imperante. Incluye los temas maquinistas y deportivos, busca imágenes nuevas y recurre a disposiciones tipográficas al modo de los Caligramas. El principal promotor del Ultraísmo fue Guillermo de Torre, cofundador de la Gaceta Literaria y uno de los máximos animadores del Vanguardismo español.
El creacionismo fue iniciado en París por el poeta chileno Vicente Huidobro y el francés Pierre Reverdy. Huidobro afirmaba en 1918: “Los creacionistas queremos hacer un arte que no imite ni traduzca la realidad”. Se trata, pues, de un camino de alejamiento de la realidad que conducirá a la abstracción. Así, el poeta cultivará el “juego de azar de las palabras”.
Es la revolución artística más importante de todo el Siglo XX. Supone un cambio radical en la concepción del papel del arte y del trabajo del artista, y no se limita sólo a eso. En su origen, es el punto de confluencia de varias tendencias de vanguardia, especialmente el dadaísmo. Pero el giro decisivo lo daría André Bretón tras leer a Freud.
El Surrealismo pretende ser una revolución integral. Su gran lema sería la frase de Rimbaud: “Changer la vie”. Y se produce el primer “encuentro entre las doctrinas de Freud y Marx. Propugna una liberación total del hombre: liberación de los impulsos reprimidos en el subconsciente por una razón sumisa a las convenciones morales y sociales; o liberación de la represión que ejerce sobre el hombre la sociedad burguesa.
Todo ello equivale a liberar el poder creador del hombre, tarea en la que incumbe a la poesía un papel privilegiado, como instrumento idóneo para iluminar la vida auténtica. Se utilizan diversas técnicas para “registrar” de forma incontrolada, libre, los estados de ánimo, los impulsos profundos. Así se intenta una escritura automática, realizada sin reflexión. O se acude a la ensambladura fortuita de palabras: por ejemplo, mediante el “collage” de frases recortadas de periódicos o prospectos, siguiendo oscuras sugerencias. De especial importancia es el “compte-rendu des rèves” (reséña de los sueños), según Freud, en los sueños aflora el mundo del subconsciente, pero en forma de imágenes ilógicas cuya estructura patente es símbolo de contenidos latentes, en virtud de ciertas transformaciones.
En un poema surrealista, se entremezclan objetos, conceptos y sentimientos que la razón mantiene separados; aparecen asociaciones libres e inesperadas de palabras, metáforas insólitas, imágenes oníricas y hasta delirantes. Ese lenguaje no se dirige a nuestra razón, sino que quiere despertar en nosotros reacciones también inconscientes. Ante un poema de este tipo, el lector no “comprende” racionalmente, pero puede recibir fuertes impactos que modifican su estado de ánimo y suscitan en él oscuras emociones.
La repercusión del Surrealismo fue mayor. Fue conocido tempranamente y su difusión se debíó sobre todo al poeta Juan Larrea, a quien debe atribuirse la orientación surrealista de varios poetas del “27”. A su influjo se deben dos libros tan fundamentales como Sobre los ángeles de Alberti o Poeta en Nueva York de Lorca, así como buena parte de la obra de Vicente Aleixandre.
El Surrealismo español no es “ortodoxo”. En sus poemas puede percibirse siempre una intencionada idea creadora como hilo conductor de las mayores audacias. La irrupción del Surrealismo significó la crisis del ideal de “pureza” y “deshumanización” que había prevalecido durante unos años. Lo humano, e incluso lo social y lo político penetrarán de nuevo en la literatura, precisamente por los cauces de la expresión surrealista: así lo prueban, entre otras, las trayectorias de Lorca, Alberti o Neruda.
La novela se relaciona con el formalismo y la experimentación. Suele desarrollarse en un espacio urbano y adquiere gran importancia el elemento erótico. Suele rendir culto al progreso, al hedonismo y a lo lúdico. Se incide en el mundo interior de los personajes y son frecuentes las digresiones de los personajes y del narrador. Destacan Benjamín Jarnés (1888-1949). Sus novelas suelen girar en torno a un único personaje, central o testigo, y proclaman un ideario de libertad y de afirmación del goce de vivir. Estas narraciones se caracterizan por su fragmentación y virtuosismo estilístico. Alguna de sus obras es El profesor inútil (1926)
En una línea de testimonio y denuncia social habría que situar a Ramón J. Sender (1901-1982): Imán (1930). De una época posterior, pero también con la intencionalidad de crítica social es Réquiem por un campesino español (1960). La figura más destacada de todo el Vanguardismo es Ramón Gómez de la Serna.
Nacíó en Madrid en 1888 y murió en Buenos Aires en 1963. Fue un escritor puro; profesó ideas libertarias en su juventud. El mundo le resultaba un circo grotesco, descriptible sólo en términos de humor, con un poso de amargura. Su vida y su obra son una perpetua ruptura con las convenciones. Cultiva lo extravagante, lo grotesco, lo provocativo, en cualquier terreno. Es una plena encarnación del espíritu y actitudes de vanguardia. Defendíó y difundíó las nuevas corrientes, a las que dedicaría un libro: Ismos (1931).
Ya desde 1909, en El concepto de la nueva literatura acusa “el cansancio de las formas antiguas” y predica el “iconoclastismo” y las “insurrecciones” estéticas. Su obra extensísima tiene como eje y base la greguería. Con este nombre, que en español significa “algarabía”, en su doble sentido de alboroto y lenguaje incomprensible, designó Ramón un género inventado por él hacia 1910. Se trata de apuntes breves que encierran una pirueta conceptual o una metáfora insólita. Suya es esta definición: HUMORISMO + METÁFORA = GREGUERÍA.
En buen número de casos, la greguería es como un chiste. En otros, se acerca a la máxima filosófica. En ocasiones alcanza una honda gravedad. Otros son de un intenso lirismo. Muchas nacen de puras y caprichosas relaciones verbales: “Un tumulto es un bulto que les suele salir a las multitudes”.
Cernuda señaló cierto parentesco entre la greguería y las audacias culteranas y conceptistas. La greguería anticipa esa “álgebra superior de las metáfora” que Ortega veía en la poesía de vanguardia. Aparte, Ramón escribíó también cuentos y novelas, aunque sus páginas son, en muchas ocasiones, sucesiones de greguerías. Como novelista, rompe los moldes del género: se desinteresa del argumento y lo sustituye por cuadros, divagaciones… Es lo que llamaba “novela libre”. La más famosa es El torero Caracho (1927), distorsionada visión de la fiesta nacional. En resumen, destacar su fuerza renovadora y su condición de maestro, junto con Juan Ramón, para los poetas y prosistas inmediatamente posteriores. Tras la guerra, hubo un explicable alejamiento de su línea. Después, pasado el tiempo, vuelve a admirarse plenamente su creatividad y se reconoce en él a una de las figuras fundamentales de la literatura contemporánea.